Para analizar el riesgo a inundaciones en los cantones Balzar, Colimes, Palestina, Santa Lucía y Daule de Guayas, en la subcuenca baja del río Daule, se emprendió el proyecto Inundaule. Foto: Pavel Calahorrano/EL COMERCIO
Mariano Lozano sumerge la mano en el agua para consultar su ruta. Si la siente fría sabe que tomó el curso del río Macul. Pero si se calienta es seguro que la canoa esté pasando sobre una poza, donde usualmente cultivan arroz en el verano.
Rumbo al recinto Pijigual, en el cantón Palestina (Guayas), el agua está casi siempre tibia. Gran parte de la tierra destinada a arrozales quedó oculta a causa de los fuertes aguaceros que empezaron en enero y desbordaron el caudal.
Para quienes viven aquí el invierno es, en parte, una bendición. Cuando llueve se llenan los pozos que usan en la siembra veranera. Pero el agua, por estos meses, cubre los caminos vecinales, aísla a los recintos y obliga a los agricultores a cambiar los cultivos por la pesca, un oficio no tan rentable.
Por generaciones, los habitantes de la parte baja de la subcuenca del río Daule, irrigada por otros cinco afluentes, entre ellos el Macul, se han adaptado a las inundaciones. Es un proceso natural que ha sido alterado por la influencia humana: la deforestación, los cultivos intensivos, la fragilidad de las infraestructuras y la modificación de los cauces aumentan la vulnerabilidad de los caseríos asentados en sus orillas.
El área de estudio del proyecto Inundaule incluyó a 272 274 habitantes -el 54% en el área rural-. Y 164 189 hectáreas de cultivos de arroz -el 41% de la producción nacional-. Foto: Pavel Calahorrano/EL COMERCIO
Sylvain Bleuze, coordinador de la ONG Agrónomos y Veterinarios Sin Fronteras (AVSF) en Ecuador, traslada esos elementos a un escenario inminente: el cambio climático. “Con el cambio climático hay grande incertidumbre. El mejor ejemplo es que los expertos climáticos están anunciando desde hace 15 años un evento de El Niño. Y en este inverno nadie dijo que sería fuerte, pero tenemos lluvias similares a las del 98”.
Para analizar el riesgo a inundaciones en los cantones Balzar, Colimes, Palestina, Santa Lucía y Daule de Guayas, en la subcuenca baja del río Daule, AVSF emprendió el proyecto Inundaule.
Empezó en el 2015 y contó con el financiamiento de la Agencia de Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea (ECHO). Reunió a 16 actores, entre agricultores, instituciones como la Secretaría del Agua (Senagua), municipios y más, para delinear estrategias de mitigación y para aumentar la resiliencia, particularmente entre los pequeños agricultores de arroz.
El área de estudio incluyó a 272 274 habitantes -el 54% en el área rural-. Y 164 189 hectáreas de cultivos de arroz -el 41% de la producción nacional-.
Tras su diagnóstico, la técnica de Inundaule, Geovanna Pila, concluyó que existe muy alta probabilidad de desastre por inundaciones en Colimes y Palestina (67 y 65%). Mientras que Daule tiene alta posibilidad (63%).
Esos porcentajes se disparan ante un evento El Niño, que inundaría toda la zona. El diagnóstico de Inundaule apunta que la vulnerabilidad sería mayor para los cantones donde se presentan lluvias extremas con mucho intervalo de tiempo (cada 15 años o más), como Santa Lucía; y donde las inundaciones, en un año Niño, se extenderían por entre 10 y 15 meses.
Las huellas del fenómeno del 97-98 no se han borrado en el recinto El Carmen, también en Palestina. Tomás Gutiérrez muestra las manchas que alcanzan más de un metro en las casas, mientras una vetusta camioneta, cargada con sacos de arroz, avanza lento sobre un camino cubierto por un riachuelo.
Gutiérrez vive entre dos aguas: como cada año, un tramo del río Macul se desborda y amenaza con dejarlos incomunicados; pero también es la única fuente de riego para sus cultivos. Sabe que no puede controlarlo, pero al menos está aportando a no contaminarlo a través de la producción de abono orgánico y repelentes naturales. “Antes, cuando usábamos químicos, solo teníamos unas 15 sacas de arroz de media cuadra. Ahora, con los orgánicos, cogimos hasta 27 sacas”.
Lograr un mapeo total del riesgo en este y los otros cantones, Inundaule evaluó varios elementos, entre ellos el desempeño de los proyectos de control de inundaciones y riego. En el país hay 14 sistemas hídricos; seis fueron construidos en este Gobierno e inaugurados entre 2014 y 2015.
Según la Empresa Pública de Agua (EPA), los nuevos sistemas benefician a 550 000 habitantes y mitigan las inundaciones en 140 000 hectáreas de cultivos. Su construcción demandó USD 1 233 millones.
Los de control de inundaciones (Cañar, Naranjal y Bulubulu) regulan el caudal de los ríos con compuertas, embalses o a través del ensanchamiento de los cauces. Los de riego (Dauvin y Chongón-San Vicente) captan agua de una fuente, durante todo el año y la trasvasan por bombeo o gravedad a sectores que carecen del líquido para sus cultivos.
EPA, que es parte de la Secretaría del Agua, informó que los sistemas “han trabajado eficientemente desde que entraron en operación, en el invierno del 2016”. Y detallan cifras de la reducción de los picos máximos de las crecientes, protegiendo de esta forma poblaciones y zonas productivas.
El presidente Rafael Correa lo ratifica. “Existe el mismo invierno en el norte de Perú y las consecuencias son completamente distintas. Aquí tenemos afectadas 10 000 hectáreas; sin los multipropósitos tendríamos afectadas cerca de 150 000 hectáreas y cerca de USD 300 millones en pérdidas”, dijo el mandatario en el último enlace ciudadano.
Pero el análisis de Inundaule ubica a este tipo de infraestructura como parte de un grupo de soluciones para mitigar las inundaciones, y no la única. Por ejemplo, menciona a la represa Daule Peripa, cuyo embalse aguas arriba controla “aproximadamente el 30% del total del caudal de la subcuenca del Daule”, una conclusión a la que llegaron tras analizar los datos de estaciones hidrológicas de Hidronación.
Mientras, del Dauvin señala que la población cercana también lo asocia con el control de inundaciones, como inicialmente lo planteó el Gobierno. Finalmente, solo fue inaugurado como sistema de riego. Según Pila, esta sensación de seguridad podría aumentar los asentamientos y los cultivos en áreas vulnerables.
La propuesta de Inundaule es volver al estado natural de los ríos, dejarlos en su libre expansión. “Creemos en que, si existe ese intercambio aguas arriba y aguas abajo, los ríos van a funcionar correctamente, no habrá arrastre de sedimentos y habrá intercambio de microorganismos y peces”, explica Pila.
La técnica recalca que no dejan de lado las medidas infraestructurales, como represas pequeñas y los muros de contención. Pero añade otras medidas no infraestructurales, entre ellas frenar los asentamientos y reubicar a quienes viven en zonas de amenaza, y brindar más información a los agricultores para que mejoren sus prácticas y para que conozcan el funcionamiento de los sistemas de control de inundaciones.
La lancha que traslada a Mariano Lozano finalmente llega al recinto Pijigual, que es parte del área de influencia del proyecto Dauvin. Y se detiene junto a la casa de Héctor Espinoza, ubicada sobre una especie de isla desde donde enseña las 5 hectáreas que siembra solo en el verano.
“Cuando paran las lluvias drena rápido. Pero este año hicieron unos muros en la salida de las pozas y no sabemos si bajará pronto”, cuenta el agricultor. En cada hectárea invierte unos USD 1 200, pero por ahora no se arriesgan porque están bajo el agua.
Así que solo les queda la pesca. Lozano es más experimentado en lanzar las redes, pero este año los peces escasean. Mientras navega de regreso cuenta que el Macul les daba viejas, bocachicos, dicas, hasta camarones. “Pero los últimos años han sido malos”.