Cientos de jóvenes cerraron este viernes 6 de febrero el primer quimestre escolar jugando Carnaval en La Alameda, en Quito.
La laguna del parque lucía a las 13:00 como una réplica a menor escala del río Ganges. Y no precisamente porque se trate de una peregrinación religiosa que culmina con una sumersión en las oscuras aguas, sino más bien porque más de 2 500 estudiantes de diferentes instituciones educativas del Centro Histórico de Quito se aglutinaron para- a su modo- jugar Carnaval en esta tradicional fuente de agua.
Las jóvenes estaban mojados, mientras forcejeaban, entre risas, para lanzarse a la laguna desde el mediodía. Sin envidiar nada a ‘Aquaman’- el superhéroe que domina el agua- un grupo de estudiantes del colegio Mejía se instaló con bombos, tambores, trompetas y güiros en un islote en el centro de la laguna. La forma en que llevaron los instrumentos hasta ese pequeño punto en donde se encuentra una palmera de gran tamaño, es digna de admiración.
El pasto colindante, que en días comunes es un área verde donde descansan parejas, profesionales y los mismos estudiantes, hoy se veía como una alfombra lodosa, producto del correteo e intercambio de agua.
Luego del último día de exámenes en las instituciones educativas, el punto de encuentro fue La Alameda, cuenta Abraham M., del Mejía, quien ya asiste tres años consecutivos a ‘jugar Carnaval’. Mientras trataba de retirarse la harina que le colocaron en su cabello, el joven de dijo que al “ritual” asistieron una buena parte de sus compañeros de curso. “Es muy divertido. Hoy hay más gente, antes no había visto a tanta jugando”.
Quienes más sufren por el ‘entusiasmo’ juvenil carnavalero son las mujeres. Y para narrar lo sucedido, nadie mejor que Janeth A., de 14 años, estudiante del colegio 10 de Agosto. A ella la arrojaron a la laguna sus propios compañeros. “Me botaron a la fuerza. Me llevaron tomada de mis cuatro extremidades”. Luego del chapuzón forzado y tras recuperar la maleta que perdió en el tumulto, la joven se reunió con su grupo de amigas.
La algarabía y la emoción también alertó a los comerciantes informales, como Jhoana Vargas, que ofrece huevos, anilina, harina y cariocas a los menores de edad. Los precios varían. Un huevo a USD 0,20; la anilina y la harina tienen un costo de medio dólar, y las cariocas se expenden a dos dólares. A pesar de eso, Vargas dijo que hay “mucha competencia”.
Kevin., de 15 años y alumno del colegio Electrónico Pichincha, tenía su rostro verde, producto de la mezcla de todas las sustancias que le arrojaron. Mientras trataba de explicar el porqué algunos jóvenes exceden en el uso de la fuerza, dos de sus compañeros lo tomaron por la espalda y lo “ahogaron” en la laguna.
En los alrededores del espacio verde estaba personal de las policías Nacional y Metropolitana para precautelar el orden y controlar que no se presenten incidentes mayores.