Luciana es una estudiante de noveno del Colegio Eufrasia. La adolescente debe conectarse para sus clases. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Abruptamente todo cambió. Las reglas del aula, que funcionaron hasta el 12 de marzo, perdieron vigencia un mes después. Ahora, varios profesores les piden a sus alumnos no chatear mientras tanscurre la clase a través de Zoom o Hangouts Meet de Google, entre otras. Y de ser necesario silencian sus micrófonos para que no distraigan al resto.
Por e-mail, algunos padres de familia reciben los horarios de clases virtuales de sus hijos. Y desde el miércoles, en buena parte de planteles particulares se discute sobre métodos de evaluación. Ese día, el Ministerio de Educación confirmó que este ciclo 2019-2020 terminará de modo no presencial en Sierra y Amazonía.
La emergencia sanitaria, provocada por el covid-19, ha puesto a prueba la capacidad de los colegios para adaptarse a otra realidad: la de no tener al docente frente a los estudiantes. Y de usar herramientas tecnológicas, más allá de plataformas para colocar tareas y notas. Además, ha puesto en apuros a los padres que teletrabajan mientras sus hijos requieren apoyo en línea.
El lunes, desde las 09:00, Miley, de sexto de básica, recibió 40 minutos de una materia en donde aprende sobre valores (desarrollo humano integral). A las 11:00, matemáticas; una hora después, lengua y literatura. De martes a jueves tuvo solo dos asignaturas. Todo a través de la plataforma Zoom.
En su escuela particular, en Loja, su madre Kathy Barrionuevo cuenta que cada semana les pasan un nuevo horario con las asignaturas principales, además de un archivo con tareas que deben realizar.
“No están sobrecargados”, opina la madre, que quisiera que a las actividades virtuales se sumaran los profesores de deportes, inglés o artes. Los dos últimos envían deberes, pero no los han visto. “El vacío de conocimientos será grande. Ojalá al inicio del próximo ciclo pudiera reforzar los aprendizajes”.
Joaquin Terán, estudiante del Colegio Gutenberg Schule, recibe clases de sus profesores, a diario. Foto: cortesía de Gianna Benalcázar
Pese a que también le inquieta que las dudas de los chicos no puedan resolverse en línea, Margarita Cisneros cree que es más seguro que su hija María Paula, de segundo de bachillerato, termine el año así. Ha recibido videos explicativos, a manera de clases, por WhatsApp y Youtube e indicaciones y tareas en la plataforma de su colegio particular de Quito.
La organización dependía de el hasta ahora. Pero desde mañana empezará con clases por Zoom, con un horario fijo.
Amanda Vaca no está muy conforme con la nueva modalidad de estudios, no presencial, que Ecuador y otros países han debido adoptar. Su hijo Andy, alumno de sexto de básica de un plantel fiscal, no logra terminar varias tareas.
“Cuando le dan clases nuevas, todo se complica. No es el único, según confirmé con otras madres. Pese a que el profesor ha optado por hacer videollamadas, para explicarles”, anota. También que hay niños sin acceso a Internet.
Su hijo destina de tres a cuatro horas al día a tareas. A veces le piden impresiones que no puede en casa. “Tendrán -dice- que hacerles pasar el año”.
Otra es la realidad de los alumnos del SEK Quito, que normalmente funciona con horario extendido. Tienen seis horas diarias de clases virtuales, de 08:30 a 16:00, con dos recesos, incluyendo el almuerzo.
Desde el 23 de marzo, el horario de clases virtuales se equiparó a las presenciales, que tenían antes de la crisis. En el cronograma constan todas las materias, hasta deportes.
Una de las preocupaciones de María Dolores Herrera, rectora, es cubrir el temario completo del curso. Al ritmo que van lo lograrán, dice. Aunque contemplan la posibilidad de ofrecer un refuerzo al inicio del próximo año. Esperan lineamientos del Ministerio sobre el modo de evaluar para avanzar en el cronograma como en un año lectivo regular.
Para Andrés Hermann, educador, especialista en nuevas tecnologías, la emergencia sanitaria presenta una oportunidad de transformar la educación en el país. Le inquieta que hasta el momento quienes están al frente de la Cartera no hayan generado directrices, pues son inmigrantes digitales. “Se formaron de modo presencial y no conocen del tema. Se requieren especialistas”.
Una equivocación -apunta Hermann- que pudieran cometer los planteles es intentar trasladar todo el modelo presencial a la educación en línea.
En ésta, los tiempos son diferentes, tiene un componente de docencia asistida, de encuentro cara a cara entre alumno y profesor, propio de la educación virtual. Y otro, de aprendizaje autónomo, colaborativo, de práctica y experimentación.
En China, cuando el Gobierno ordenó suspender las clases por el brote del virus, alumnos y docentes de colegios de Bachillerato Internacional (BI), Shanghai American School y Western Academy of Beijing, estaban de vacaciones por el Año Nuevo. E implementaron un programa de aprendizaje en línea de emergencia.
Alan Preis, director de tecnología, recuerda que al principio, el aprendizaje era casi 100% asincrónico (no en línea simultáneamente); suponían que todo pasaría en poco tiempo. Luego hubo más opciones de enseñanza sincrónica (grupos en línea al mismo tiempo), dice un documento del BI.
Ellos ya usan métodos de aprendizaje audiovisual e interactivo para crear la sensación de ‘colegio real’. Buscan cómo reducir la carga de trabajo de asistencia que recae en el padre. Docentes disponen de más tiempo para reunirse con cada alumno y eso es positivo.
En Ecuador, padres y colegios encaran la crisis. Unos han visto reducidos sus sueldos y piden rebajas en pensiones. Gremios como Fedepal, con 80 planteles en Quito, afirma que el ahorro en pago de servicios no es significativo, buscan acuerdos con sus profesores para disminuir sus salarios temporalmente y evitar cierres. Antonio Díaz, vicepresidente, cuenta que se han reunido con los ministros de Finanzas y Educación. Les han pedido líneas de crédito y garantías de cobro de pensiones.
En contexto
1,9 millones niños y adolescentes estudian en planteles de Sierra y Amazonía. La mayoría de ellos, 1,3 millones, lo hace en centros fiscales. En marzo apenas empezaban el primero de dos quimestres que componen el ciclo. El año termina el 30 de junio.
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