Redacción Guayaquil
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Más trabajo, más responsabilidades, los compromisos familiares, el cierre o inicio de proyectos… Todas son situaciones comunes en la ajetreada vida moderna. Pero la tensión suele multiplicarse en las últimas semanas del año.
En diciembre, la agenda de Federico Guevara estalla. “Es un mes de sobrecarga. Hay que cerrar negocios, los balances y estar con los cinco sentidos, estoy casi en mi tope”, cuenta el ejecutivo. Por la presión de fin de año, en los últimos días él ha comenzado a sentir efectos en su salud.
No logra dormir bien, sufre de dolores de cabeza y está perdiendo el apetito. “Creo que es estrés, trato de controlarme”.
El neuropsiquiatra Pedro Posligua explica que el estrés se ha convertido en el mal del siglo. “La sobrecarga de estímulos negativos deteriora la salud. La única solución es autocontrolarse”.
El trabajo es uno de los entornos más propicios para desarrollar cuadros de estrés.
En ese ámbito, Posligua define tres tipos de personalidades: la A equivale a los competitivos, llevan trabajo a casa para sobresalir. Aquellos que no se apuran, pese a la presión, son del grupo B. Y en el C están los callados, pueden trabajar bajo presión sin quejarse ni expresar emociones.
Todos los casos están expuestos a graves consecuencias. Con una escala, el especialista define cómo el estrés puede deteriorar la calidad de vida.
En una primera etapa -dice- se da un período de equilibrio. Pero solo por corto tiempo, porque en el segundo peldaño se inician los síntomas psicosomáticos como náuseas, diarreas, trastornos musculares y cefáleas.
El último escalón da paso a la etapa crónica. Las enfermedades psicofisiológicas, como el principio de infarto, la gastritis, la hipertensión, el colon irritable, etc., son el detonante. Hay un factor común en estos casos: el cortisol o la hormona del estrés. El psiquiatra Alfonso Ricardi dice que ante emergencias, el organismo lo produce para defenderse. Si la situación de estrés es constante, el hecho se agrava.
Para evitar los extremos, más en fin de año, hay amortiguadores. Ricardi recomienda hacer ejercicios, practicar bicicleta o caminar dos horas al día. “Así se soporta mejor las cargas de trabajo, físicas y mentales”.
La relajación es otra de las alternativas. El especialista aconseja encontrar un tiempo al final del día para descansar y disfrutar en familia de las festividades.
Pero hay quienes sucumben ante el estrés en medio del alboroto de las calles céntricas de Guayaquil, algo típico en esta época del año. Verónica Argudo buscaba el pasado viernes los regalos de Navidad para sus hijos.
“Trato de conseguir lo más económico, pero todo está caro. Me desespero. Comprar los regalos, preparar la cena de Nochebuena, conseguir la ropa nueva…”.
En este caso intervienen factores externos. El peso de la publicidad y la etiqueta comercial que envuelve a las fiestas de Navidad y fin de año trastoca todo, según el psicólogo Luis Rodríguez.
“Hay muchas demandas socioculturales, pero los recursos económicos no están al nivel. Lo recomendable es reconceptualizar el concepto de las festividades, que apuntan a compartir”.
Rodríguez recomienda administrar bien el tiempo y los recursos, y no actuar explosivamente. “Muchos tratan de alcanzar la felicidad en uno o dos días del año, pero eso trae consecuencias”.
En ese punto, el especialista se refiere a la ‘tarjetamanía’. Ante la falta de dinero se usan tarjetas de crédito para las compras de fin de año. Pero la deuda desmedida puede terminar en depresión.
Lo aconsejable, según la psicóloga Carla Moncayo, es definir necesidades y prioridades. Por ejemplo, organizar las compras a lo largo de año para evitar acumulaciones en diciembre.
Los recuerdos por pérdidas familiares y los hechos traumáticos de la infancia también suelen detonar en esta época. “Desde el 1 de diciembre muchos sienten el estrés de que llegará el 31 y estarán solos o se comienzan a recordar los traumas de la niñez, se llenan de pensamientos negativos”, dice Moncayo.
La depresión se agudiza tanto que en algunos casos puede desembocar en el suicidio. Frente a situaciones extremas, la psicóloga pide hacer una pequeña terapia: sentarse, respirar profundo y buscar ayuda profesional.