Por alguna extraña coincidencia, en un artículo de prensa y en una intervención radial dos personajes de las ciencias sociales del país han traído a colación la premisa, a veces también utilizada como parábola en esta columna, que la historia es una especie de espiral.
Hechos sucedidos parecen repetirse en otros por las similitudes que pueden avizorarse entre los mismos, pero la historia avanza y según desde dónde esté situado quien realiza la interpretación esta puede dirigirse a un fin determinado, como al paraíso terrenal administrado por seres de carne y hueso regentado por un Leviatán llamado Estado, para unos, o en el otro extremo hasta el mismo fin de la historia, entendiéndose por ello la terminación de la contradicción dialéctica entre diferentes posturas ideológicas.
La teoría sin dudas es descriptiva pero, a reniego de los que quieren ver en ella una funcionalidad específica para alcanzar determinado fin, se puede avizorar que el ritmo y la dirección de la historia luce a veces arbitrario, sujeto a las conductas humanas y a las decisiones acertadas o no de dirigentes y dirigidos.
Parecería que todo esfuerzo por encasillarlo, por imponer una ruta determinada, termina haciéndose trizas cuando a la final prevalecen unos desenlaces del todo inesperados, tanto para los que buscaban establecer una meta preconcebida como para los que se resistían a la misma.
La metáfora del espiral es adecuada para ilustrar la cercanía entre hechos sucedidos y momentos que se viven y se pensaron que jamás iban a repetirse. Se observaba a dictadores y fascistas repeliendo las manifestaciones populares, se condenaba la represión por parte de los supuestos intelectuales de avanzada y existía una crítica a la defensa que hacían los obsecuentes de esos regímenes, a los que como mínimo se les acusaba de asalariados.
Ahora, cuando otro totalitarismo apalea a los jóvenes, algunos supuestos pensadores desde las poltronas burocráticas de los oficialismos actúan como obsecuentes defensores de los agresores y condenan, paradójicamente, los reclamos que antes ensalzaban.
No son los mismos hechos ni idénticas las experiencias vividas, pero ponen de manifiesto cómo reacciona la condición humana dependiendo del lugar desde donde se miran u observan episodios similares.
Lo que no aplica en la teoría del espiral es que este siga un fin determinado, que tenga una línea continua. Más parece, eso sí, un resorte que se recoge y que tiene direcciones insospechadas, que nos hace mirar una y otra vez eventos similares con distintos protagonistas, pero que se resiste a seguir alguna lógica impuesta por la sola voluntad de unos dirigentes que, indefectiblemente, más adelante revierten a la posición en la que estaban sus contradictores, padeciendo similares penurias o peores que las que impusieron.
Como el aprendiz de brujo empeñado en controlar las fuerzas de los elementos, que desata tormentas que le terminan destruyendo. Precisamente como tantas veces se ha encargado de enseñar la historia.