Esmeraldas es más vulnerable por las deficiencias en el drenaje

Las familias que viven en el barrio Río Teaone lo perdieron casi todo, luego de que el afluente llegara a dos metros sobre las viviendas. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO

Las familias que viven en el barrio Río Teaone lo perdieron casi todo, luego de que el afluente llegara a dos metros sobre las viviendas. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO

Las familias que viven en el barrio Río Teaone lo perdieron casi todo, luego de que el afluente llegara a dos metros sobre las viviendas. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO

En pocas palabras podría decirse que Esmeraldas está condenada a inundarse de forma permanente.

La fuerte inundación del pasado 25 de enero es una prueba de ello. Aunque la de ese día es considerada como un evento extraordinario e inédito de los últimos 25 años, según Beto Estupiñán, responsable de la oficina de la Secretaría de Gestión de Riesgos en Esmeraldas.

Pero los desbordamientos acostumbrados en esa tierra pueden dar un giro de 180 grados si se construye un buen sistema de drenaje.

La solución no es tan simple, tomando en cuenta que Esmeraldas está asentada en una zona conocida como llanura de inundación; es decir, la ciudad y la provincia están rodeadas y atravesadas por ríos, esteros y el océano Pacífico.

Precisamente, por esta condición geográfica, la capital de la ‘Provincia Verde’ será susceptible a las anegaciones, que se pueden mitigar con obras.

La creciente del 25 de enero ni siquiera se compara con la de El Niño anterior. “Se habían presentado inundaciones en El Niño 97-98, pero nunca en este grado, ni El Niño tuvo esta intensidad”, dice Estupiñán.

Fue inédito, porque se juntaron la marea alta, aguajes y oleajes con las lluvias intensas del invierno, según Estupiñán. Ese día llovió en el 80% de la provincia. Se desbordaron los ríos Esmeraldas, Teaone, Santiago, Cayapas, Mataje, Bogotá, Ónzole, Quinindé, Viche, Blanco y el Atacames. Se unieron dos eventos: uno oceánico y otro atmosférico; ambos de alta intensidad.

Cuando los ríos llegaron a su desembocadura se toparon con un mar crecido, que hizo que las aguas se lanzaran con fuerza contra los barrios, como el Río Teaone. Juan Valencia se quedó en la nada. Su casa de caña guadúa se cayó al piso, con la correntada del Teaone, que creció como un monstruo devorando todo lo que tenían las más de 2 000 familias. Apenas si pudieron rescatar su ropa del fango. Todo lo demás se convirtió en ruinas, inservibles.

En un solo día, las volquetas hicieron 70 viajes hasta el botadero de basura.

Además de Esmeraldas, Atacames también experimentó la peor inundación de su historia, incluidas sus parroquias Súa y Tonsupa.

Para Luis Valverde, máster en manejo de cuencas hidrográficas y académico, el evento del 25 de enero reveló las falencias que explican las inundaciones en Esmeraldas. Por ejemplo, la falta de un buen sistema de drenaje, que impida que el agua se rebose.

El tema no es nuevo, pero la deforestación en los sitios donde nacen los ríos que llegan a Esmeraldas ha hecho que los caudales tengan un flujo abundante y no el normal.

Eddie Villacís, técnico en desarrollo urbano, agrega un problema mayor: el alcantarillado de la ciudad fue construido hace 50 años y ya está obsoleto; ya cumplió su vida útil y se necesita otro.

Ambos expertos ven otra vulnerabilidad. El asentamiento de los habitantes en las cercanías de las riberas de los ríos, fenómeno que no tiene ningún control por parte de las autoridades.

Villacís, por ejemplo, menciona el caso del sistema de puentes y vías. Durante su construcción y tras su inauguración en el 2010, la gente levantó sus casas en esa zona propensa a inundarse.

Ese sector era de manglares, por lo que nunca debió ser habitado, remarca Villacís. Ahí están las islas Luis Vargas Torres y Roberto Luis Cervantes. Tampoco se deben permitir más las construcciones en las lomas, sobre todo, porque el suelo es muy arcilloso y eso lo hace inestable.

Según él, la obra de los puentes permite a la ciudad extenderse hacia la parroquia Tachina, la cual no sufrió los estragos del 25 de enero. Ahí pudiera reubicarse a los habitantes de los barrios ribereños.

Valverde está de acuerdo con eso, pero hace un reparo: no hay un lugar en Esmeraldas que sea totalmente seguro, porque siempre estará rodeada de los afluentes. Lo que faltan son obras hidráulicas, sean muros de gaviones, de contención, colectores y otros para proteger a la población y la infraestructura petrolera, como la Refinería y las dos termoeléctricas.

El funcionario de Riesgos manifiesta que el 30% de los 600 000 habitantes de la provincia está en riesgo de inundarse. El 25 de enero, posiblemente entre el 8 y 12% de personas fue afectado.

Entre las autoridades, el mismo alcalde de Esmeraldas, Lenin Lara, asegura que la ciudad y el cantón no estuvieron preparados para un evento de esta magnitud (la del 25 de enero) y “ninguna otra ciudad puede estarlo ante tal intensidad”.

Frente a tal desbordamiento “no hay una obra de infraestructura que pueda aguantar aquello. La única posibilidad es que esas zonas (como las islas) no estén pobladas y que se creen asentamientos seguros”.

La prefecta Lucía Sosa se queja de que esta emergencia no tuvo respaldo económico, porque aún no han recibido las asignaciones estatales.

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