¿Cuál es su primer recuerdo de México?
Las calles del barrio donde yo crecí. Y lo primero que recuerdo es esa vida de barrio. Yo viví en un México que ya no existe, en el que se podía salir a la calle a jugar. Eso se convirtió en territorio prohibido para los niños de hoy en día. A no ser que sean niños que directamente viven en la calle.
¿Lo recuerda con nostalgia?
Desde luego que sí, porque yo tengo una hija de 14 años que no conoce la calle. Los niños de hoy en día son rehenes de los coches, por la inseguridad.
¿Qué tienen en común la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y la matanza de Tlatelolco del 68?
Esto ha cristalizado de manera tan fuerte en la opinión popular porque se trata de estudiantes, y además de estudiantes que se preparaban para ser maestros; eso significa la liquidación del futuro de las personas que pueden hacer que México sea un país mejor. Lo mismo pasó con Tlatelolco, con la gran diferencia de que ahí todo se silenció. Nadie en aquel momento daba noticias reales de lo que pasaba con los estudiantes. Y la tesis oficial era que los comunistas se habían infiltrado en México para impedir las Olimpiadas; concretamente, los rusos. Con Ayotzinapa este ocultamiento de la realidad ya no fue posible y la indignación es mucho más amplia. Lo del 68 tardó mucho en ser una causa colectiva.
Parafraseando a Mario Vargas Llosa, ¿cuándo se jodió México?
Es muy difícil dar con una fecha exacta. En los años 30 y 40 pasaron cosas importantes: se nacionalizó el petróleo, hubo reformas sociales muy profundas. El gran líder de todo esto fue Lázaro Cárdenas y posteriormente, durante la Segunda Guerra Mundial, México tuvo una acelerada industrialización y fue un país que creció mucho. Pero la crisis fuerte creo que viene desde el 68, cuando se da una fractura del pacto nacional. Ese modelo de desarrollo de partido único, queda fracturado.
Se ha creado una nueva casta que gobierna: la llamada Gran Familia Revolucionaria, que es la burguesía que se favoreció de los privilegios de los gobiernos emanados de la revolución. Entonces desde el 68 yo creo que viene esta descomposición, que se ha ido mitigando a partir de la apertura democrática. Tuvo un muy buen impulso cuando la alternancia democrática se dio y el PRI perdió las elecciones, pero por desgracia, del año 2000 al año 2012, los años de gobiernos panistas fueron infames. Y esto produjo una especie de gran nostalgia del viejo régimen y vino la restauración priista, que ahora se encuentra con un país devastado que no ha sabido manejar.
En un artículo del 21 de noviembre, El reino de Oz, dice que México es un país dolorosamente verdadero, ¿qué es lo que más le duele de México?
La desigualdad social, la impunidad, la corrupción, la indiferencia de los gobernantes, la falta de acceso a la educación… todo eso es lo que más lastima. Yo creo que se puede vivir en la pobreza y que esto no lastime tanto si todos están sumidos más o menos en la misma situación, pero lo que es terrible es que tenemos el hombre más rico del mundo, Carlos Slim, y tenemos 40 o 50 millones de pobres, y de 15 a 20 millones en pobreza extrema, y eso es intolerable.
¿O sea que el problema de México es más que nada económico y no tanto moral?
Es todo, porque los problemas sociales no se pueden ver desde un solo ángulo. Uno de los grandes defectos del presidente Felipe Calderón, que inició la llamada guerra contra el narcotráfico fue pensar que una guerra de este tipo se resuelve exclusivamente en clave militar, en un país atravesado por muchos desafíos, como desigualdad económica, falta de oportunidades de empleo, falta de oportunidades educativas.
Pero también tiene que ver con transmisión de valores morales, con códigos de ética, con el respeto a la ley, con que no haya impunidad ni corrupción. El problema tiene muchas capas y hay que verlo de manera integral. No podemos salir del atraso que tenemos, no podemos hacer ciudadanía, no podemos restaurar el tejido social, si no entendemos que hay componentes educativos, culturales, éticos, sociales, económicos y por supuesto también de seguridad nacional en juego.
¿Qué papel juega la sociedad civil en lo que José Mujica llamó Estado fallido? Porque los narcotraficantes y los policías corruptos salen de esa misma sociedad.
Uno de los grandes errores de Calderón fue pensar que los narcotraficantes son como extraterrestres. Él les llamaba: los malosos o los bárbaros; es decir, para él eran personas que se habían incrustado en la sociedad, como si vinieran de lejos y no pertenecieran a ella. Y lo más doloroso, pero también lo más cierto es que cuando tú analizas este tema te das cuenta de que la corrupción está mucho más cerca de lo que habías pensado, y que puede estar en tus vecinos, en tus parientes o en el espejo.
Es decir, todos estamos en este entramado, entonces hay que entender de qué formamos parte, para saber cómo vamos a cambiar esto. Por eso, yo creo que debemos reconocernos como parte del problema. Y desde luego a la sociedad civil pertenecen, por ejemplo, los cuerpos policiacos que salieron de mandos oficiales y ahora integran el mando de los Zetas. Ellos son sociedad civil; es que la sociedad civil en realidad es la arena de los conflictos sociales, donde se manifiesta la gente y ahí es donde se puede interactuar de una manera o de otra.
¿Por eso fracasó la estrategia de sacar al Ejército a la calle para combatir el narcotráfico y lo único que se logró fue prender la chispa de la guerra?
Claro, el presidente Calderón quería saber si había dinamita, y para averiguarlo encendió un cerillo y todo le estalló en las manos. Y esa fue una estrategia irresponsable, porque no conocía al enemigo, ignoraba su alcance. No estableció una guerra con una línea de fuego clara, con un frente y con retaguardias. Además tenía a buena parte del enemigo adentro, y sin saberlo. Porque tú no puedes saber de antemano cuántos miembros de la Policía y el Ejército están infiltrados por el narcotráfico; cuántos presidentes municipales han sido sobornados.
Entonces fue una conducta muy irresponsable que dejó más de 100 000 muertos violentos al cabo de seis años. Y convirtió a México en el país más peligroso para ejercer el periodismo, según Reporteros sin Fronteras. Es una situación terrible.
¿Coincide con lo que muchos piensan, pero que solo Mujica se atrevió a decir: México es un Estado fallido?
Sí, es un Estado fallido por donde lo veas, porque justamente lo que se ha perdido es soberanía y por diversas razones. Por ejemplo, en la zona del Golfo el monopolio de la violencia no lo tiene el Estado, sino el cartel de los Zetas. Luego tienes las autodefensas en Michoacán, que es algo parecido a lo de los paramilitares en Colombia. Tienes posibles combinaciones como guerrilla y narcotráfico.
México es un país con enormes huecos; entonces cómo puedes hablar de un Estado que funciona, si no puede ejercer ni siquiera la soberanía. Tiene que recuperar la soberanía. Ahora, yo tengo mucho miedo de que esta tentación de querer recuperar la soberanía vaya hacia la represión. Porque ya ha habido varias señales de que se está criminalizando la protesta. Hay mucho miedo, ha habido provocaciones. Y también tengo mucho miedo de que haya una sublevación espontánea. El caldo de cultivo está dado para eso: es un país que está lleno de armas y no sabemos muy bien a dónde va a dar esto. Pero México está al borde del estallido.
Una vez que la sociedad reconozca que es parte del problema, ¿cuál es el siguiente paso a dar?
El caso Ayotzinapa articuló el sentimiento y la indignación y ahora hay una especie de república emocional. Hay una sensación muy compartida de que México tiene que cambiar, el problema es que para que cambie tenemos que pasar por la política, y simultáneamente hay un enorme descrédito de todos los partidos políticos.
Para cambiar esto se necesita ciudadanizar la política, tener formas de participación directas, que no necesariamente tengan que ver con la política convencional. Ahora el gran desafío es la lucha por la legalidad. Necesitamos nuevas reglas de participación ciudadana y política. Primero tenemos que cambiar el tablero y las reglas de juego y luego tenemos que buscar las fichas.
¿Eso implica contar con una nueva constitución?
Todo eso muy a la larga, aún no sabemos. Si el descontento se articula y se organiza puede servir como un instrumento de presión, aun cuando no se haya tomado el poder, para que empiecen a cambiar algunas cosas. Yo creo que la opinión pública puede ir avanzando hacia presiones de algún tipo y hacia la constitución de un frente que permita una reforma del Estado.
Primero hay que pasar a la legalidad, porque México es un país ilegal. Primero un movimiento tiene que cobrar conciencia de su propia fuerza, para saber hasta dónde puede llegar. Luego tiene que tener muy pocas y muy claras metas, porque no puede decir: ‘Vamos a cambiar todo, la política energética, la política exterior, vamos a renegociar la deuda… esas son cosas para futuro.
Lo primero que necesitamos son reglas limpias de participación política. Que pueda haber por ejemplo candidatos ciudadanos; eso es muy importante, en México no puede haber candidatos ciudadanos. No puede haber segunda vuelta en las elecciones, eso no existe en México.
¿Hay que aprovechar el envión de indignación profunda de este momento para lograrlo?
Yo creo que sí. Ojalá. Ahora, todo esto va a chocar también con las grandes tentaciones del ser humano y una que aqueja bastante a los mexicanos, que es la apatía. Entonces no basta con que se movilicen 15 millones de mexicanos, si más de cien millones están en la indiferencia.
¿Qué debería empezar a hacer la sociedad civil mexicana para desmontar esto que usted llama la lógica de la narconovela, de la impunidad, del espectáculo?
Si te metes a las redes sociales es un país muy distinto al que percibe la presidencia de la república. Es decir, la gente se está manifestando de muchísimas maneras; a veces con mucha ira, con mucha intolerancia. Por eso creo que es muy importante que encontremos cauces para la discusión y tengamos muy pronto una ventana de esperanza. Al propio gobierno le conviene esto; si ellos no crean una válvula de escape para el descontento se van a enfrentar con otras cosas. Si caen en la tentación de la represión, hay muchas posibilidades de que haya movimientos armados. La manera de encauzar el descontento es crear una posibilidad cívica que no debe ser patrocinada por el gobierno, pero sí tolerada por este.
Ha dicho que Enrique Peña Nieto es el perfecto telecandidato. Pero ese mal no es solo mexicano, ¿qué hacemos en América Latina para librarnos de esta plaga de telecandidatos y telepresidentes? ¿O ya no hay vuelta atrás?
No, sí hay vuelta atrás, por la fragmentación de la comunicación. Hace unos años se volvió más importante la representación de la realidad que la realidad misma. Quizá el primer gran telepresidente mundial fue Reagan, que demostró que lo importante no es necesariamente solucionar las cosas, sino mostrar que te interesas en ellas, que te conmueves. O sea, llorar de manera oportuna ante la víctima de un ciclón; sonreír o hacer una broma oportuna de tal manera.
Es decir, la realidad es un guion que debe cumplirse satisfactoriamente. Pero ese tipo de telepresidente operaba en una realidad donde el rating estaba muy concentrado. Hoy la comunicación se ha fracturado, no hay dueños de los discursos. Eso es algo que tampoco ha entendido nuestro presidente; él creció con la psicología de la vieja Televisa, cuando Televisa era un poco el inconsciente de la nación. Y evidentemente esto se ha venido abajo. Tú te metes a ver las parodias en Internet del presidente y superan con mucho a los informes de comunicación social de la presidencia.
¿Qué señales otros países de la región deberíamos tomar en cuenta para que no nos pase lo que a México?
Es un problema que nos toca a todos porque el crimen organizado es transnacional. México además es vecino de los Estados Unidos, y lo peor de este drama es que Estados Unidos es el principal consumidor de drogas del planeta y el principal vendedor de armas del planeta. En esas circunstancias no es fácil que México se aleje del crimen organizado.
Estados Unidos ha tenido una política exterior muy hábil respecto al crimen, tratando de desplazar la responsabilidad exclusivamente a América Latina cuando ellos son copartícipes, pero desde luego ignoramos todo de lo que pasa adentro de Estados Unidos. No hay nombres de capos, de carteles y sin embargo, la droga se distribuye y se consume ahí. Es muy grave que en la sociedad actual se normaliza con enorme facilidad lo ilícito, a través de lo aparentemente lícito.
¿Cómo qué?
De nada sirve vender droga si tú no puedes hacer nada con el dinero que ganas por esa venta. Todas las sociedades tienen un punto mixto en donde lo ilícito se vuelve aparentemente lícito; es decir, donde se lava dinero. Y creo que esa normalización del delito que viene a través de la piratería, de la connivencia con políticos corruptos, del lavado de dinero es la frontera más difícil e importante de controlar.
Por eso hay tantos periodistas en peligro, porque justamente quienes tocan este tema caen rápidamente en peligro porque los que se presumen empresarios o políticos legales no quieren que se sepa que son mascarones del crimen organizado. Eso es lo más grave para un país, que construya una normalidad del delito. Lo que pasa es que es difícil de controlar.
¿Latinoamérica debería unirse y pedirle a Estados Unidos que rinda cuentas?
Por supuesto. Y puede haber también una unión para despenalizar ciertas drogas, arrebatándoles el negocio a los criminales, también una política de venta de armas; Estados Unidos no ha querido tener control de armas. Por supuesto que puede haber una política continental, y la OEA tendría mucho que hacer al respecto.