Nuestras relaciones con Colombia han entrado en un período de enrarecimiento, si cabe el término. En un estado -suena mejor- de agresiva hibernación. Colombia se ha convertido en un objetivo más del Régimen: como si fuera la banca y sus banqueros corruptos y causantes de todos los males nacionales. Como si se tratara de los medios de comunicación, que en muchos casos se niegan a usar el bozal del oficialismo. Como si estuviéramos hablando de los grandes fantasmas que durante décadas -en muchos casos, siglos- se han atrevido a juguetear con nuestra soberanía y con nuestra dignidad: el gran capital transnacional, los siempre abominables organismos multilaterales de crédito y los imperios de allende las fronteras. Colombia es, pues, la sucursal del demonio, la reencarnación de Mefistófeles, estratégicamente ubicada entre la Venezuela de Chávez y… el Ecuador de Chávez. Atacando a Colombia, entonces, matamos dos pájaros de un tiro: agregamos un nuevo rival a nuestro extenso palmarés de hostilidades y cumplimos con el manual de instrucciones del socialismo del siglo XXI (que mientras escribo estas líneas sigue en construcción).
Colombia, en otras palabras, ha terminado por entrar en la lógica de la política criolla. Nadie niega que el ataque de Angostura constituyó un inexcusable e intolerable ataque al territorio ecuatoriano. Así, en un sistema basado en la confrontación constante y en la crispación permanente, la situación colombiana es un frente más, una justificación más para contar con un adversario adicional. Siempre se puede echar la culpa a Colombia de muchos de nuestros males: de las olas delictivas, del tráfico de drogas (en el que no tenemos, por supuesto, nada que ver) y de la presencia de grupos guerrilleros en nuestro país (problema que, otra vez por supuesto, no es nuestro). Como se he encargado de evidenciar la prensa –a la que no se le puede creer ni una sola palabra- mientras nos encargamos de proclamar a los cuatro vientos que el problema de la guerrilla es exclusivamente colombiano, el ala izquierda del oficialismo, tan campante, adoctrina a la juventud en los colegios públicos a vista gorda y paciencia ilimitada de las autoridades. En este tema tenemos un notable rabo de paja y, me temo, lo estamos meneando demasiado cerca de muchas lumbres…
Paralelamente el oficialismo proclama que no restauraremos relaciones diplomáticas con Colombia mientras no nos respeten, mientras no nos consideren. Es, parece ser, un problema de decoro. Es una especie de reclamo del hermano menor al hermano mayor. Hermano menor que se siente vejado y humillado por la conducta del mayorazgo.