El 25 de junio pasado murió Michael Jackson (‘Jacko’), compositor, cantante, bailarín y coreógrafo norteamericano, apodado el ‘Rey del Pop’, a los 32 años del fallecimiento de Elvis Presley, conocido como el ‘Rey del Rock and Roll’ en las décadas del 50, 60 y 70.
Ambos arquetipos del espectáculo popular, aclamados por multitudinarias audiencias juveniles, fueron los intérpretes más notables de un estilo artístico irreverente, discrepante y contradictorio de los convencionalismos armónicos tradicionales del arte musical, vigente hasta mediados del siglo XX.
Elvis y ‘Jacko’, como compositores y solistas, han dejado maltrecha a la clásica y ortodoxa tonalidad armónica de la canción popular, así como a las cadencias y metrías de versos y estrofas musicalizados para la expresión cantoral. Tanto el uno como el otro concebían que sus ‘melodías’ tenían que ser sonidos estrujantes y heterodoxos, mientras sus coplas podían exaltar temas socialmente proscritos como la muchacha repudiada, el morfinómano, el presidiario o el vagabundo de la vecindad, acosados por el dolor acerbo, la ironía mordaz o la frustrante desilusión.
Música y letra de aquellas composiciones eran acompañadas por un expresivo lenguaje de gestos; contoneos de cadera, quiebros de cintura y requiebros cacofónicos de voz en el caso de Elvis; en tanto connotaciones sexuales de sujetarse la pelvis, imitaciones motrices de muñecos de cuerda o pasos acrobáticos de danzas espasmódicas fueron los recursos mímicos de Jackson.
Con esos rasgos del artificio escénico, esta dupla de cultores de sendas y peculiares extravagancias polifónicas y gesticulares atestaron enormes ágoras, en Europa y en Norteamérica, para encandilar a gentíos de espectadores ávidos de frenéticas emociones que, cada uno de los dos en su tiempo, pudieron inducir a la histeria colectiva desde un escenario cualquiera.
Ya anteriormente un cuarteto de vocalistas británicos, autodenominado Los Beatles, había dado la pauta de la popularidad mundial basada en la interpretación de iconoclastas eufonías, imitadas con posterioridad por la sensualidad de un Mick Jagger, la embriagante desesperación de un Janis Joplin o las epilépticas improvisaciones de un Johnny Rotten.
Quizá todos ellos, subconscientemente, añoraron no haber nacido un siglo después, cuando sus posteriores generaciones habrían podido escucharles y verles nuevamente en pos de sentir una rememorada pero gratuita “nostalgia del futuro”, paradójica frase usada por el crítico de la BBC de Londres, Kenneth Robinson, al fustigar el irrespeto a los derechos de autor de grandes celebridades de las artes visuales y auditivas.
Pero Elvis y Jackson, al haber revolucionado el ortodoxo concepto de la música polifónica, dejan marcado un hito en la evolución de la facultad humana de expresar, con una combinación de sonidos, sus mas íntimas emociones.