Eliminar la TV

Hace pocos años Susana recibió una ‘recomendación’ de la escuela ‘alternativa’ en la que estudiaba su hijo: debía deshacerse del televisor de su casa.
Tal medida ayudaría al niño a reforzar la formación que recibía en ese prestigioso centro educativo antisistema.

El dichoso aparato no solo que era un eficiente distractor del estudio, que alentaba la incomunicación familiar sino que era una fuente de mensajes deformantes.

Susana, convencida de la sugerencia ‘innovadora’, se deshizo del televisor y creó un ambiente hogareño desconectado del mundo externo. El niño jamás volvió a ver violencia ni sexo ni los Discovery, pero en la menor oportunidad, en cualquier visita familiar, por horas quedaba embelesado frente a la TV de los tíos o de los abuelos.

A inicios del siglo XX los curas, las beatas y los curuchupas clamaban a los cuatro vientos el cierre de las salas de cine por considerar a las películas un instrumento diabólico causante de la difusión del pecado y del desmoronamiento moral de la sociedad, ya que de manera impúdica exhibían los tobillos de las artistas y mostraban los besos de los amorosos protagonistas.

Ayer como hoy desde la derecha o la izquierda, se apeló y apela sin mayor éxito a la censura y al control de los medios como una medida para limitar su incidencia en la gente ¿Es la represión el mejor camino para regular su poder, sobre todo de algunos que lo manejan con irresponsabilidad?

Varios investigadores señalan que el asunto no es eliminar el televisor del hogar, cerrar periódicos o botar periodistas sino dotar al televidente, al lector o al público en general, sea niño o adulto de valores y capacidades de decodificación, discernimiento y de sentido critico que le permitan interpelar al periodista, cambiar de canal,  no comprar o arrojar el pésimo periódico al tacho de basura.

El tema central está en otro lado, en trazar políticas de mayor calado en la sociedad, caso del impulso de la ciudadanía a través de una educación de calidad para todos, de la proliferación  de espacios públicos de debate y del refuerzo e interacción de las culturas, de la sabiduría y sentido común popular que blinda a la gente de la manipulación: el pueblo come los cuentos que le conviene comer.

Cabe que los media desarrollen en un proceso social y político la responsabilidad social, el autocontrol, la calidad y la corresponsabilidad.

Que tomen conciencia, por ejemplo, de que con la escuela, la familia, la Iglesia y el Estado inciden en los aprendizajes de la gente, por lo que junto ellos deben asumir concertadamente compromisos para la construcción y sostenimiento de políticas públicas de calidad educativa en las aulas y fuera de ellas en un marco de libertad y tolerancia. El tema no está en la pequeña mesa del Conartel, sino en una amplia de Acuerdo Nacional.  

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