La unidad de combate del Batallón de Selva 56 Tungurahua entró a la selva, el jueves 7 de abril, por la población de La Bermeja. Allí permanecerá hasta hoy y será relevada. Foto: Eduardo Terán / EL COMERCIO
La Bermeja luce desolada. A este poblado ecuatoriano, que está en el límite de la frontera con Colombia, se llega tras recorrer 120 minutos en auto desde Lago Agrio, Sucumbíos. Los grupos irregulares colombianos (GIAC) utilizan esta zona de la selva ecuatoriana para descansar o entrenarse.
En este sector, la temperatura bordea los 35 grados y las camisetas se pegan al pecho. Es jueves, poco antes de las 16:00, un grupo de 20 soldados del Batallón de Selva 56 Tungurahua, que opera en Lago Agrio, baja de un camión militar y se alista para infiltrarse entre la vegetación de La Bermeja.
Cada uno carga un fusil HK, municiones y una mochila que pesa 50 libras. En la maleta llevan raciones para seis días, una cocina y un tanque de gas pequeños, machetes para abrir camino, linternas y frazadas.
Antes de ingresar a la selva se dan las últimas instrucciones. El subteniente Milton Mejía dirige a la unidad de combate. “Nunca caminen solos. Ya hemos tenido casos en los que hay intercambio de balas (con la guerrilla) por este sector. Siempre informen al comandante de cualquier movimiento que hagan”, les dice el oficial.
Con esas indicaciones, se inicia el recorrido por una vía rocosa que conduce a la selva. El sol pega directo en el rostro de los soldados. A cada paso que dan, las gotas de sudor se deslizan por sus frentes y mejillas.
En todo el camino se levanta solo una casa. Es de madera y tiene el techo de zinc. El dueño, que lleva el torso desnudo y unas botas negras enlodadas, mira el paso de los uniformados. El sonido de las botas de los militares se mezcla con los gruñidos de un cerdo.
15 minutos después, el subteniente Mejía se abre paso por la vegetación con sus compañeros. A medida que se internan en la selva, los soldados se camuflan más. “Se pintan las manos, la cara, ocultan el armamento”, comenta el oficial.
Cada semana, el Ejército ejecuta hasta tres operaciones de inserción en la selva. Los puntos son diversos. Solo la línea fronteriza de Sucumbíos -sin contar Esmeraldas y Carchi– tiene 170 kilómetros.
Los militares saben que este sector es vulnerable. El Batallón de Selva 56 Tungurahua incluso ha detectado puestos de descanso de guerrilleros.
A finales del mes pasado, el ministro de Defensa, Ricardo Patiño, aseguró que Ecuador “blindará al máximo” la frontera, ante la inminente firma de paz entre el Gobierno colombiano y las FARC. Hay temor de que algunos guerrilleros no se acojan al proceso y formen grupos criminales o crucen a suelo ecuatoriano.
Desde mediados de marzo, un grupo de unos 300 soldados ha llegado a la frontera norte para reforzar la seguridad.
Detención de cabecillas
Dos días antes de la operación en la selva, soldados del Grupo de Fuerzas Especiales 53 Rayo, otra unidad situada en Sucumbíos, ejecutaron controles en carreteras que conectan Lago Agrio con Colombia.
“Caballeros, buenas tardes. Ejército ecuatoriano les saluda.
Apaguen el motor y bájense, por favor”, les decía el martes el subteniente Fernando Roldán a los conductores y pasajeros de autobuses. Él lideró el control en El Carmen, un sector en la vía hacia Colombia.
La gente no se resistió. Los soldados rastrearon armas dentro de los vehículos y registraron el pecho, la cintura y las entrepiernas de los usuarios.
Los retenes no permanecen más de 30 minutos en el mismo lugar. Rotan permanentemente. Los uniformados han detectado que hay redes delictivas encargadas de alertar sobre los puntos de control.
Estas operaciones sirven para ubicar posibles guerrilleros que se refugian en la ciudad.
En los últimos 15 meses, Ecuador ha arrestado a siete personas que han sido identificadas con grupos armados.
En enero de este año, por ejemplo, Inteligencia militar y policial capturó a Pablo Auceno, alias ‘Pate Bamba’. Reportes colombianos advierten que el sospechoso era el cabecilla de la unidad de logística y finanzas del Frente 48 de las FARC.
En el 2015, Ecuador localizó a otros seis narcoguerrilleros. Dos de esos detenidos eran considerados piezas claves en las FARC. El primero es Bartolomé Jamioy, descubierto en julio en puerto El Carmen, Sucumbíos. Era “el segundo cabecilla del Frente 48”.
El segundo es Diego Mejía, alias ‘El Paisa’, también arrestado en Sucumbíos. Vivió seis meses en Lago Agrio. Quería levantar una red dedicada al lavado de activos. Colombia asegura que tenía “vínculos con los cabecillas de los frentes 32, 48 y 49 de las FARC. Y coordinaba la ubicación de los anillos de seguridad para los laboratorios en la zona fronteriza con Ecuador”.
Bases guerrilleras
En una oficina del Batallón de Selva 56 Tungurahua hay mapas con las zonas de incursión de los GIAC. Un pequeño ventilador aplaca el calor dentro de la unidad. Un oficial de Inteligencia, con camisa crema y pantalón camuflaje, explica al grupo de combate la misión que se ejecutará en La Bermeja.
La idea era ingresar cuatro días a la selva, desde el jueves, y detectar en territorio ecuatoriano posibles bases de descanso de guerrilleros, caletas para almacenar armamento, precursores químicos ocultos o laboratorios de cocaína.
El último informe de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc), publicado en octubre del 2015, señala que los cultivos de coca descubiertos en Ecuador son mínimos. El 2014 se eliminaron
15 874 plantas de coca; el 35% estaba en áreas de Sucumbíos.
En las operaciones de inserción, los uniformados recorren cada día hasta 3 kilómetros selva adentro. A lo largo del camino levantan campamentos para dormir y comer.
Por lo general, los soldados se alimentan de raciones que contienen arroz, atún, panela, agua y sopas de sobre. Así penetran la selva y la vigilan.