El objetivo de la educación liberal es formar a personas psicológicamente independientes, hábiles por voluntad y por capacidad para desarrollar sus propios criterios y para formular sus propios juicios.
El método esencial de la educación liberal es el socrático, bajo el cual el llamado ‘profesor’ facilita y estimula el aprendizaje por parte de sus estudiantes.
En clara oposición a la educación liberal está aquella que podemos describir como impositiva, que Paulo Freire llamó ‘bancaria’ porque trata al estudiante como una alcancía en la cual se trata de almacenar, a la fuerza, una cantidad cada vez mayor de ‘conocimientos’.
El objetivo de la educación impositiva es imponer creencias, disfrazadas de verdades absolutas. Ha buscado imponerlas en el campo científico -por ejemplo, la creencia de que el Universo gira alrededor de la Tierra, que se intentó imponer hasta Galileo, luego de que, con el maravilloso invento del telescopio, había visto ahí afuera, y sabía, más allá de duda razonable, que no giraba ni alrededor de la Tierra ni alrededor del Sol.
Ha buscado imponerlas en el campo religioso, en Occidente hace siglos, en las mazmorras de la Inquisición y las hogueras del Puritanismo, y hoy en día, en Oriente Medio, bajo regímenes fundamentalistas como el que el Talibán implantó y busca reimplantar en Afganistán.
Y ha buscado también imponerlas en lo ideológico, como sucedió muchas décadas en la Unión Soviética y sus países satélites, sucede actualmente en Cuba, y comienza a suceder en Venezuela.
El método esencial de la educación impositiva consiste en que el ‘profesor’, figura de autoridad absoluta, dicta lo que sus alumnos deben pensar. No admite cuestionamientos. No admite que el alumno piense. Le aterra que sus alumnos se desvíen de las ortodoxias que está buscando imponer.
En un momento histórico en el que tanta gala se ha hecho de recordar las gestas libertarias y de evocar las figuras de Alfaro, Bolívar, Andrés Bello y Simón Rodríguez, conviene recordar de cuál lado -del de la educación liberal o de la impositiva y esclavizante- se ubicaron ellos. Sin excepción, defendieron las ars liberalis, las “artes que liberan”, como Cicerón describió al sistema forjado en Grecia por Aristóteles, Platón y Pitágoras que, en bella frase de Werner Jaeger, “liberan las dotes que dormitan en el alma”.
Se habla mucho de largas noches. No debemos olvidar aquellas, muy largas en la historia humana, de inquisiciones e imposiciones que quitaron aliento a los espíritus y claridad a las mentes.
Si no liberamos las dotes que dormitan en las almas de nuestros pueblos, haremos que sigan temiendo a la libertad y prefiriendo la sumisión.
Columnista invitado