Redacción Cultura
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Las instituciones públicas editan todos los años una muy buena cantidad de publicaciones que deambulan por el mercado editorial ecuatoriano con suerte desigual. ¿Cuál es la política editorial a través de la cual se distribuyen estos libros entre el público? Los proyectos más importantes, por su envergadura y su duración, los han hecho los municipios de Guayaquil y de Quito.
Hace poco se presentaron los últimos 10 títulos de la Colección de novelas ecuatorianas contemporáneas, publicadas por la Municipalidad de Guayaquil y editadas por Javier Vásconez. En total son 29 títulos, con
1 000 ejemplares de cada uno.
¿Por qué ni uno de esos 29 000 libros está en las librerías de Quito? Melvin Hoyos, director de Cultura y Promoción Cívica de la Municipalidad, responde: “No están porque las librerías no han querido vender los libros a precio de costo como les hemos propuesto. Pues se trata de un servicio público y no está pensado como un negocio”.
El precio de costo (entre USD 8 y 14) busca recuperar el capital y nada más. Solo un local aceptó vender los libros sin obtener ninguna ganancia: la librería Vida Nueva. Allí y en dos lugares más se pueden conseguir esas colecciones: en la Librería general de la U. Laica de Guayaquil, y en la librería del propio Cabildo.
Otro medio de difusión es el obsequio. Las novelas se regalan entre los principales colegios y universidades de la ciudad. La proporción entre obsequio y venta directa es del 40% y 60%.
En el Municipio de Quito, el programa de publicaciones ha estado manejado por el Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural (Fonsal). Desde su creación, en 2003, esa institución ha publicado cerca de 50 títulos, con un tiraje individual de entre 1 000 y 1 500 ejemplares.
En su caso, la distribución sí permite un margen de ganancia para las librerías. Alfonso Ortiz, encargado de ese programa editorial, explica que “los precios de los libros se establecen de acuerdo al costo de impresión. Y, en otros casos, incluso menos. La inversión es a fondo perdido, pues la intención del Fonsal no es necesariamente recuperar el dinero sino difundir los estudios sobre la ciudad”.
Dos títulos han agotado su reserva de ejemplares: ‘Púlpitos quiteños’, de Ximena Escudero; y ‘El sabor de la memoria’, de Julio Pazos. Según datos del Fonsal, en su bodega conservan 18 800 ejemplares de 45 títulos.
Los libros también se difunden gratuitamente entre las bibliotecas de colegios públicos de Quito. “También se han hecho entregas de colecciones completas del Fonsal a 250 colegios públicos, en 2007 y 2008”.
Otro caso interesante es el de los libros que ganaron la primera convocatoria de premios literarios que lanzó el Ministerio de Cultura en 2007. La impresión, según el editor Xavier Michelena, quien participó en el proceso, se hizo en noviembre de 2008, mediante fondos de la Cuenta Especial de Reactivación Económica, Productiva y Social (Cereps).
Según la normativa de esos fondos, los productos de la inversión social no podían comercializarse. “Por eso es que las publicaciones no pudieron llegar a las librerías”, dice Michelena. La distribución se solucionó así: de los 1 000 ejemplares se entregaron 300 a cada autor y el resto se obsequia en ferias internacionales y en actos institucionales del Ministerio. Además, otros programas de esa Cartera se han desarrollado con una difusión masiva. La colección Bicentenario, que circuló el año pasado, publicó 10 000 ejemplares de 20 títulos ecuatorianos; se vendieron a USD 0,75 cada uno.
Punto de Vista
Pablo Cuvi / editor y escritor
Los libros nos pertenecen a todos
He editado pocos libros y un par de folletos para instituciones públicas, en los últimos 20 años. No es mi campo la distribución. Pero lo primero que se debe aclarar es para qué se hace un libro, para quiénes, con qué objetivos. Los buenos libros deben superar las disputas políticas coyunturales, las necesidades inmediatas, están hechos para perdurar, nos pertenecen a todos. Una propaganda coyuntural puede matar a un libro.
Creo que está bien que estas publicaciones no busquen ganancias, no es ese el papel del Estado. Hace algunos años propuse que formen un fideicomiso, que se venda la mitad de la edición a precio de costo, y con el dinero que se recupere, se reimprima el libro sin costo para el Estado, y se siga vendiendo. Suena bien y razonable, pero vaya a convencer a los burócratas.