Mujeres limpian la ceniza en Alóag. Foto: Archivo EL COMERCIO
Ante el posible escenario de una erupción del volcán Cotopaxi cabe desempolvar aquel aprendizaje que, en prevención de riesgos, comenzó el 7 de octubre de 1999. Aquel día, el Guagua Pichincha lanzó un hongo de ceniza de 20 kilómetros de altura; 48 horas antes, arrojó 5 000 toneladas de partículas de roca volcánica.
La ceniza volcánica varía de tamaño, puede ser como una arenilla o tan fina como el polvo de talco. Incluso, una partícula puede viajar hasta 100 kilómetros por hora.
Ese material se convirtió en un forzado vecino que acompañó a los quiteños a finales de los años 90. Igual ocurrió en el 2002 tras la erupción del Reventador, que provocó la caída de más de un millón de toneladas de ceniza.
Los comerciantes, en esas ocasiones, vendían mascarillas, gafas, guantes, linternas…. Y llovían los consejos; por ejemplo, no usar agua para retirar la ceniza volcánica de techos o ductos. Además, cubrir los recipientes de agua.
Ahora, 16 años después, se habla del Cotopaxi y que, de ocurrir una erupción, afectaría directamente a los valles de Los Chillos y parte de Tumbaco. Para el resto del Distrito, la ceniza sería el mayor problema.
Ante esa eventualidad, comenta Roque Sevilla, alcalde de Quito durante la erupción del Guagua Pichincha, se debe impulsar una campaña intensiva sobre qué hacer y cómo actuar frente a la ceniza, además de a dónde ir y qué llevar en caso de tener evacuar.
Porque, como asegura, la mitigación (esfuerzo por reducir la pérdida de vida y propiedad reduciendo el impacto de los desastres) se logra tomando acción antes de un desastre.
Ante ello se recomienda tomar en cuenta acciones que se detallan en la infografía. Sin embargo, Cristian Rivera, director del Centro de Operaciones de Emergencia Metropolitano (COE), sugiere otras: identificar las rutas de evacuación que conduzcan a las zonas seguras cercanas a su hogar.
Algo imprescindible, indica, es que en cada hogar, colegio o empresa, que estén en zonas de peligro, se elabore un mapa de riesgos (croquis que informe sobre zonas de riesgo, de seguridad y rutas de evacuación) y un plan de emergencia. Además, designar responsables para que, en caso de una erupción, cada miembro sepa qué hacer.
Estas acciones, comenta Alejandro Terán, director metropolitano de Gestión de Riesgos, sirven para toda clase de emergencias, no solo para una posible erupción del Cotopaxi.
Hay más, según Sevilla, se debería recordar aquellas buenas prácticas de hace 16 años y trabajarlas hombro a hombro con la ciudadanía, “aquello dio (en 1999) buenos resultados y se logró mitigar la ceniza cada vez que erupcionaba el Pichincha”.
Lo más destacado, agrega, fue la campaña para proteger las alcantarillas y evitar que se bloqueen los sumideros. Se pidió a los ciudadanos que cada uno haga la limpieza del frente de su casa y la ceniza ponga en pequeñas bolsas de yute.
La campaña de salud también tuvo resultados y evitó que las personas se enfermen por la acción irritable de la ceniza.
Ante esa posibilidad, Cecilia Caviedes, dermatóloga del Hospital Eugenio Espejo, señala que lo más importante es que antes, durante y después de una explosión es bueno beber mucha agua para hidrata la piel.
En cambio, Rommel Revelo, neumólogo del Eugenio Espejo, recomienda que las personas que sufren de enfermedades respiratorias crónicas (Asma o EPOC) se trasladen a otras localidades donde la ceniza no empeore su salud.
Finalmente hay que preparar una mochila para emergencias, que ubicarla junto a la puerta de salida de casa.
En contexto
El volcán Cotopaxi, el segundo más alto del Ecuador, incrementó su actividad desde agosto. La posible erupción de este volcán, de 5 897 msnm, está en desarrollo, según los informes del Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional, que lo monitorea desde hace 25 años.