Apenas se inicia la mañana en el río Esmeraldas, Julio Mera, un hombre pequeño y corpulento de 30 años, se prepara para su jornada laboral diaria.
Alista su lancha con su primo, José Mera. Ambos se dedican a sacar la arena del fondo del afluente. Este material se emplea en la construcción. Los dos son miembros de la Cooperativa de Areneros La Propicia, en el barrio del mismo nombre, que está al ingreso de la ciudad. La organización agrupa a 11 socios lancheros.
Luego de poner combustible al motor, la pareja de areneros se dirige en su lancha de laurel, de 10 metros de largo. Su destino es la parte alta del río, en donde están los bancos de arena.
Después de navegar 15 minutos y buscar una buena ubicación, Mera lanza al agua una ancla de hierro. Ambos se sacan las camisetas, toman un recipiente de metal y se hunden en el agua.
El río no está muy profundo. Se puede ver cómo en ocasiones se ponen de pie para descansar. El agua no les llega al rostro. Con el tacho recogen la arena y la depositan dentro de la lancha.
Después de sumergirse una y otra vez colocan la arena en la lancha. Cuando el bote se llena encienden el motor y regresan al muelle. “Este trabajo lo realizo desde que tenía 15 años y es el sustento de mi familia”, dice Mera. En el muelle, los areneros desembarcan el material con una caja de madera.
De esta forma la depositan en la orilla para que se seque y luego un grupo de personas conocidas como lamperos carga la arena en las volquetas.
“Nosotros cobramos USD 60 por una volqueta de 7 metros cúbicos, pero para llenarla tenemos que realizar ocho viajes en la lancha”, afirma Mera.
En este trabajo emplean siete horas. Además, gastan USD 8 de combustible al día y cancelan a los lamperos USD 10 .
“El sobrante nos repartimos con mi primo”, afirma Mera, luego de haber llenado su lancha con el material. Otros moradores también sacan la arena.