600 comuneros, en zozobra sin el tren

La Estación del Tren en Urbina permanece cerrada desde el 15 de marzo. Allí laboraban 13 familias de cuatro comunidades de Guano y Riobamba. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO

La Estación del Tren en Urbina permanece cerrada desde el 15 de marzo. Allí laboraban 13 familias de cuatro comunidades de Guano y Riobamba. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO

La Estación del Tren en Urbina permanece cerrada desde el 15 de marzo. Allí laboraban 13 familias de cuatro comunidades de Guano y Riobamba. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO

El Tren de Hielo llegó por última vez a la estación de Urbina, en Chimborazo, el 15 de marzo, un día antes de que se decretara la emergencia sanitaria. Desde entonces, unas 311 personas de Jatari Campesino, La Moya, Cuatro Esquinas y Pulinguí dejaron de trabajar.

Ellos forman parte de los 600 emprendedores que dependen de las rutas del tren.

Ellos ofrecían refrigerios, artesanías, guianza por senderos naturales y otros servicios a los viajeros que llegaban en tren cada fin de semana y en los feriados a sus comunidades.

El anuncio de la liquidación de Ferrocarriles del Ecuador Empresa Pública les obliga a repensar sus proyectos turísticos y las formas en que sustentarán sus hogares.

“Volver a vivir del campo y el ordeño es nuestra única opción ahora”, dice nostálgica María Allayca, habitante de Pulinguí. Ella es una de las 13 integrantes de la asociación de mujeres que atendía la cafetería del tren en Urbina, la primera parada de la ruta.

Ella cuenta que las familias se turnaban para trabajar en la cafetería. Allí ofrecían refrigerios típicos de la zona como habas y choclos cocidos.
Ellos se vincularon al tren en el 2014, cuando se rehabilitó la línea férrea, pero empezaron a trabajar formalmente en la Estación dos años después, cuando Ferrocarriles incluyó entre sus rutas Tren de Hielo 1.

El dinero que recibía por sus servicios se sumaba al que ganaba con la venta de la leche que producen sus seis vacas. Esos ingresos sumaban unos USD 350 cada mes.

Baltazar Ushca, conocido por ser el último hielero del Chimborazo, también trabaja en la Estación del Tren. Él llegaba temprano cada fin de semana con un trozo de hielo extraído de los glaciares del volcán. En el Museo del Hielo, él relataba a los turistas cómo era la vida de los hieleros de antaño y en qué consiste su oficio.

Ushca solo pudo completar el tercer grado de primaria y su lengua materna es el kichwa. Aunque no domina el español, repite un diálogo memorizado sobre sus vivencias y su trabajo a cada grupo de visitantes.

“Mi papá no puede entender bien qué es el coronavirus, solo sabemos que la gente dejó de llegar y que el tren ya no volverá y por eso pedimos ayuda al Gobierno. Si los turistas dejan de venir nos quedamos sin trabajo”, dice su hija Carmen.

Las otras familias que dependen de los servicios turísticos tienen la misma preocupación.

La Gobernación de Chimborazo les informó que el Ministerio de Turismo no descarta la posibilidad de alianzas con empresas privadas para restablecer el servicio en cuanto concluya la emergencia, pero esa respuesta no satisface a los dirigentes y comuneros.

“Nadie nos da una explicación clara de lo que pasará con el tren. Necesitamos ayuda del Gobierno Provincial y del Ministerio de Turismo, porque queremos seguir viviendo del turismo comunitario”, indicó Esteban Sisa, presidente de la comunidad Jatari Campesino.

El Cabildo de ese poblado invirtió cerca de USD 13 000 en la construcción de una edificación para recibir visitantes y planeaban aportar otra parte de sus ahorros para un parque temático inspirado en el volcán Chimborazo.

“No sabemos qué va a pasar con nuestra inversión ni cuándo volverán los turistas. Pero esperamos encontrar nuevas formas de traer la gente a nuestra comunidad”, dice Sisa.

En Alausí, un cantón situado al sur de Chimborazo, funcionaba la ruta Nariz del Diablo, que beneficiaba a unas 60 familias de Nizag, Tolte, Pistishí y Sibambe.

Los comuneros forman parte de tres asociaciones de turismo comunitario y se dedicaban a la venta de refrigerios, artesanías y otros productos. Ellos también integraron dos grupos de danza autóctona.

Los habitantes de Nizag construyeron junto a la estación del tren una réplica de las viviendas originarias de la zona y la convirtieron en un museo cultural. La inversión supera los USD 8 000.

“No tenemos plan B. Todas nuestras expectativas estaban puestas en el tren y cuando dejó de llegar la gente volvimos a nuestras casas a trabajar en las chacras”, cuenta Pedro Cuzco.

Él es parte de la Asociación Santiago de Sibambe, integrada por 17 familias de esa parroquia. Allí se cultiva maíz, fréjol y hortalizas, pero esos productos tampoco han podido comercializarse durante la cuarentena debido a la falta
de transporte.

La comunidad aún no ha podido reunirse para pensar en nuevas opciones para continuar con su proyecto turístico, pero Ricardo Criollo, el presidente de Nizag, teme que se agudice la migración por la falta de empleo.