‘El que toma trago del bueno, nunca vive enfermo”. Es el lema de Celi Cabezas, un pequeño productor de aguardiente, puro, guanchaca, corincho o tapetuza, como le llaman a esta bebida alcohólica.Es un amanecer frío y nublado, pero el clima no impide que Cabezas, un bolivarense de 51 años, inicie la molienda de la caña de azúcar en su trapiche.
Los trapiches mueven la economía del recinto Jesús del Gran Poder, de la parroquia Alluriquín, Santo Domingo de los Tsáchilas. A esta comarca se ingresa por una estrecha vía lastrada, a la altura del kilómetro 83 de la vía Alóag-Santo Domingo.Jesús del Gran Poder es un recinto agrícola formado por 30 familias que tienen sus viviendas dispersas entre los cultivos de caña y pastos. Estas fincas se formaron desde 1960 con la llegada de los colonos.
Cerca de los Cabezas, otros trapiches van apareciendo en el recinto. Son de Alicia Garaicoa, Miguel Sánchez, Carlos Navarrete y Moisés Veloz. Son los únicos de este recinto de Santo Domingo que se dedican a esta actividad en el campo.
Las familias tienen raíces de la provincia de Bolívar y de ahí la tradición de sembrar caña para producir el aguardiente.
El trapiche de Cabezas está en un rústico galpón de 6 metros por 10, construido con madera, caña y un techo metálico.
La caña empieza a molerse y cae el jugo, espumoso y de color verde claro. Baja por un canal, elaborado con bambú.
Pasa 24 horas en unos recipientes, llamados cubas, para fermertarse y transformarse en guarapo. Cuatro cubas guardan 3 200 litros, de los que salen 800 litros de trago. Se hacen hasta tres jornadas por semana.
El aguardiente cae en un tarro de plástico. Cabezas suele probar el trago y así verifica que su producto “sea de buena calidad y no aguachento”.
Cuando el tarro plástico se llena, la esposa de Cabezas, Narcisa González, carga este recipiente y lo vierte en tres tanques plásticos de color azul, con capacidad de 220 litros cada uno.
También se envasa en canecas de 20 litros. Los Cabezas venden el aguardiente en Santo Domingo. Les pagan a USD 1,30 por cada litro del puro.
Con la familia trabajan Leonardo Meza, un jornalero de 69 años, de San José de Minas (Pichincha). “Hay bastante paisano aquí en Santo Domingo”, dice este trabajador de bigote cano y siempre sonriente. Vive allí desde que tenía 4 años. Meza recolecta el bagazo que deja la molienda. Esta labor también la realiza María Gavilánez, un ama de casa, de 26 años. Ella, además, lubrica los piñones del trapiche.
El puro no es la única bebida que elabora Cabezas. El Pájaro Azul, bebida tradicional de la provincia de Bolívar, es otra de sus actividades.
En los tanques, en donde hierve el jugo de caña fermentado, se dejan 200 litros de sedimentos de guarapo. Luego se introducen (todo picado) cuatro nervios de toro, cuatro patas de res, una libra de uva, 16 manzanas, medio quintal de azúcar.
La fórmula se completa con USD 15 de piña, dos manos de banano, dos libras de anís y seis libras de linaza. Su secreto, que divulga, son las hojas de mandarina. “Con estas se consigue que este licor tome esa coloración azul cristalino”.
Esta pareja no tiene tierras y arrienda la finca de 90 hectáreas en la que trabajan. El arriendo es de USD 5 000 por año.
En la propiedad hay 14 hectáreas de caña que cultivan para la producción de aguardiente. El resto es pasto para el ganado. Sus vacas producen 60 litros por día.
La plantación de caña está alrededor del galpón del trapiche. Otro crece a un kilómetro.
Adrián Rodríguez y Eduardo Barrios, ambos jornaleros de 18 años, cortan la caña y luego la llevan en tres mulas hacia el viejo trapiche. “Las bestias ya conocen el camino al trapiche y caminan solas”, dice Rodríguez.
Cerca del mediodía, la familia Cabezas se reúne alrededor del trapiche para almorzar. El vapor del alambique y el humo del horno se mezclan con la neblina y una leve llovizna.