El particular sonido que genera el golpe del combo sobre el cincel y la piedra parecen interminables. El azogueño Diego Flores, de 25 años, pasa más de 10 horas diarias picando y transformando la piedra en obras de arte.
Flores labora en uno de los cuatro talleres ubicados al pie de la antigua Panamericana, en la comunidad de Rumihurco, parroquia Javier Loyola, cantón Azogues, provincia de Cañar. En esos espacios solo quedan 15 artesanos que mantienen la tradición como picapedreros.
Flores aprendió el oficio cuando tenía 12 años, para ayudar a su familia. Le enseñó un tío. Empezó puliendo las obras con una lija. Pero con el tiempo aprendió a tallar la piedra y darle diversidad de formas, desde sencillas figuras como adoquines, hasta las más elaboradas como cruces, animales, rostros humanos, pilares y piletas.
“Ya quedamos pocos picando la piedra”, se lamenta Flores, quien en los últimos 19 años ha visto migrar a decenas de familiares, amigos y vecinos que trabajaban en este oficio. Hay otros que aprendieron, pero se dedican a otras actividades porque los ingresos son minúsculos.
En los primeros meses del confinamiento por la pandemia del covid-19 cerraron todos los talleres. Para mantener a su esposa e hijo, Flores laboró en la mecánica de un familiar. “Pero con la reactivación regresé, porque crear obras en piedra es lo mío”, dijo contento.
Antes de las 08:00 ya están trabajando rodeados de elefantes, caballos, ángeles, piletas y demás obras. Llevan casi todo el rostro cubierto con una camiseta y gorra –solo se dejan ver los ojos- para protegerse del polvo y las esquirlas que saltan mientras pican la piedra.
“El oficio y la experiencia nos impone el uso de estas protecciones o la mascarilla, desde antes de la pandemia. Por eso, para nosotros no es raro usarlas dentro de esta reactivación”, comenta el artesano Luis Dumanaula, de 44 años.
Él contó que, con la terminación del confinamiento, desde hace unos tres meses empezaron a llegar los clientes al taller y a recibir contratos para obras. Por ejemplo, en la actualidad construyen 200 bancas de piedra para el Municipio de Cuenca.
La materia primera es extraída de las faldas del Cojitambo, considerado un cerro sagrado por los cañaris y de donde se cree que también extraían las piedras para construir los caminos y fortalezas en lo alto de los cerros para defenderse de los enemigos.
Dumanaula cumplió 25 años en este oficio que aprendió de amigos y de Enrique Sibri, uno de los artesanos más conocidos de la zona donde trabaja actualmente. En cada golpe que da sobre el pedazo de piedra andesita hay habilidad, paciencia y precisión.
Al principio fue difícil agarrarle el golpe comenta Dumanaula. “Debía tener cuidado porque si salía mal era una pérdida de tiempo y de la materia prima”. En las manos ásperas y uñas moradas por algún golpe recibidos en cualquier descuido, Dumanaula refleja todo el esfuerzo.
Todo el proceso es a mano, a lo tradicional, para que las piezas sean únicas. Las únicas herramientas son los grandes combos para golpear las rocas y obtener los cortes; el martillo y cincel para tallar; escuadras y buzardas para medir; y codales y puntas para los tallados finos.
Un artesano puede producir en un día la tradicional cruz que se coloca en el techo de las viviendas cuencanas; o tomarse una semana para crear un llamativo elefante de un metro de alto. Los precios varían de acuerdo con el tamaño y modelo, por el tiempo que utilizan en los acabados.
Por ejemplo, hay morteros desde USD 15, animales en 25, el juego de la cruz con dos palomas en USD 50, bancas con espaldar USD 250. “La gente pregunta los precios, se les hace caro, pero es un trabajo duro que está en camino de desaparecer”, comenta Flores.
Las obras de estos artesanos están regadas por todo el país, pero principalmente en las iglesias (ángeles y santos) y en los techos de las viviendas cuencanas. “Ver nuestro trabajo expuesto en espacios públicos es nuestro mayor orgullo”, dice Dumanaula.
Para el Sistema de Información del Patrimonio Cultural del Ecuador las obras de los picapedreros deberían ser consideradas como parte del patrimonio vivo del país.