La casa de los esposos Alba Lima y Juan Martínez es de dos aguas, postes de pandala, una madera fuerte, y un amplio corredor de ladrillo.
La fachada es de barro, sostenido por carrizos y troncos de encino. Es una postal sin tiempo de un álbum oculto que se abre para mostrar la belleza y la frescura de un Ecuador lejano y maravilloso.
fakeFCKRemoveAsí son las viviendas de San Nicolás, una aldea de la parroquia Tufiño, localizada en Carchi, en la frontera occidental con Colombia. La tarde del pasado lunes llega impregnada del fragante floripondio que crece entre los eucaliptos y cipreses.
Lima, una mujer de pelo negro y rostro blanco, siente orgullo por conservar la casa. “Tiene 65 años, creo que es la más antigua del pueblo”, dice, y enseguida palpa los ladrillos rojizos. “Fueron hechos en las tejerías de Tulcán, las más nombradas del norte”.A paso lento viene Juan. Tiene 45 años y ella 40. Un niño atisba desde la ventana de madera. Juan acaba de encerrar a sus tres vacas en el corral. Saluda con una sonrisa amplia. Es cálido como la mayoría de campesinos de la región.
“Las vaquitas son nuestro sustento, una señora de Tulcán nos paga 33 centavos por litro de leche, las cuidamos de los cuatreros que nunca faltan, por suerte tenemos una alarma y nos ayudan los cinco policías de Tufiño”, sostiene el hombre de piel curtida por el viento y el sol.
En la chacra cultivan papa de la variedad capiro (rosada), mellocos y cebolla blanca. Toman el agua del cercano río Carchi, límite natural de la frontera. “Nuestra riqueza es el aire puro, aquí todo es verde, los pumamaquis y las acacias gigantes que ya no se ven en otras comunas”, afirma Lima. Las hojas de plata de las acacias que bordean el patio se agitan como inquietos peces.
En el día, a las 30 familias de San Nicolás les fascina escuchar la radio Mega, de Tulcán, y Caracol, del vecino norteño. En la noche se divierten mirando la TV de Ecuador (Teleamazonas, RTU, TC y Gamatv) y de Colombia (Caracol y RCN).
Los días son apacibles. No hay rastros de la guerrilla vecina. Sin embargo, Martínez confiesa que hace dos años, en la aldea colombiana de Chiles, hubo combates.
¿Es verdad que San Nicolás se ha quedado sin jóvenes?, pregunto. Los dos asienten. “Casi todos salieron en busca de trabajo. Han ido a las florícolas de Cayambe, a Quito, a Tulcán, a Ibarra, a trabajar en lo que sea”, explica Lima. “Vaya a la casa de nuestra vecina María, acá a la vueltita, sus hijos ya se fueron”, dice Juan.
María Bárbara López, de 65 años, acomoda las golosinas y colaciones en los estantes de su tienda chiquita. Sus clientes son los niños de la escuela El Oro. “Aquí solo quedamos los viejos, mis 8 hijos y decenas de otros chicos –nombra a Guido, Lorena, Gloria- salieron a buscar trabajo en otras ciudades; Lorena trabaja en un almacén de Quito”, se ufana.
Un gato dorado se escabulle por las dalias y las rosas del jardín. Cristhoper Lara Lima, el nieto de 9 años, le persigue. Él, uno de los 22 que tiene, acompaña a los abuelos. Los padres trabajan en Tababela (en Quito).
Los mayores se dividen entre la ganadería y la cosecha de papas que abunda en esta tierra fértil.
“Yo trabajé 27 años ordeñando las vacas en la hacienda de don Eduardo Batallas; él tiene tres rejos (cada rejo lo conforman 150 vacas), pero ya me cansé, ganaba USD 60 al mes”.
La casona blanca del hacendado resalta, a lo lejos, en el verdor del paisaje. “Si quiere ver la cosecha de papas vaya camino abajo, ahí está mi esposo, Jorge Lima, quien recién ajustó los 65 años”. Ella se queda en su tienda limpiando los botes de cristal.
Por un camino de piedra se accede a la ladera de las papas. 17 trabajadores, entre ellos tres colombianos, utilizan el azadón para sacar las papas cholas rojas de la tierra negra.
Oswaldo Salazar y Galo Chalacán son los socios que alquilaron 10 hectáreas, a USD 2000 dólares al año, para sembrar la papa chola. La tarde del lunes el trabajo se prolongó casi hasta la noche, pues debían preparar 300 quintales para venderlos en el Mercado Mayorista de Quito.
Escobar, alto y trigueño, explica que en Quito pagan USD 8 por quintal. “Es un precio bajo en comparación a los USD 27 del año pasado, pero vivimos de esto, el terreno arrendamos al señor Alberto Lima”.
Confundido entre los trabajadores está Albeiro Chávez, de Juanquere, Pasto. Betty Patricia, su esposa, se afana tanto como él. Ganan USD 1 por quintal lleno. De 08:00 a 16:00, cada trabajador llena entre 8 y 9 quintales.
“Venimos solo por trabajo, pero aquí se respira paz”. Los jóvenes colombianos (tienen 25 años) reemplazan a los ausentes que emigraron a otras ciudades.
Albeiro es vecino de doña María López, cuyo esposo, Jorge Lima, pone el humor y anima a sus compañeros a “sacar a las cholas de la tierra para que acompañen a un buen cuy”. El cielo se torna cenizo. Alicia Lima, esposa de Oswaldo Salazar, confiesa que la vida está dura. “Pagaremos USD 180 al chofer del camión que llevará las papas a Quito, pero hay que seguir por nuestros hijos”.
Los trabajadores siguen cavando en la ladera. Volvemos a Tufiño. Más arriba, Alba Lima y Juan Martínez descansan en el corredor de su casa de barro, envuelta en el olor de los floripondios.