A San Joaquín y Calichana, solo en tarabita

El único paso cercano para la comuna de Santa Rosa. Dos agricultores cruzan por el río Negro en la especie de tarabita para ir hasta el recinto San Joaquín.

Apolinario Jiménez es el habitante más importante del caserío San Joaquín, en Santa Rosa.
De él depende que los pobladores lleguen a tiempo a sus tareas diarias en el campo y en la ciudad. Todos los días, con los primeros destellos del sol, Jiménez, de mediana estatura, monta la pequeña tarabita para trasladar a los habitantes de un lado a otro del río Negro, que cruza por allí.Descuelga de un árbol dos gruesos tablones, los amarra a tres cables de acero unidos a cuatro rieles y se alista a pasar a los comuneros sobre el afluente.
El río permanece, por esta época de verano, apacible, pero se vuelve correntoso y furioso con la llegada de las primeras lluvias invernales. “Cuando el cauce está bajo se puede cruzar caminando, pero en invierno es imposible”, dice el campesino.
En San Joaquín, un tranquilo caserío agrícola del cantón Santa Rosa, y otros pueblos en el nororiente de El Oro, la tarabita es el único medio de transporte en las comunas asentadas en las riberas de los ríos.
San Joaquín está entre frondosas matas de cacao y plantaciones de banano. La mayoría de las 40 casas, hechas con madera y cemento, se levantan en torno a la única cancha del poblado.
Un angosto camino de tierra de 1,5 kilómetros de longitud conduce directamente al río. En la ribera, al final del trayecto, Jiménez espera para transportar a sus vecinos. La tarabita está en la finca de su propiedad.
Un agricultor instaló el aparato el año pasado como aporte a la comuna. Pese a su tradición cacaotera y a la creciente producción bananera, San Joaquín nunca ha tenido un puente carrozable.
El único paso directo que conduce a la carretera principal, la vía Machala-Santa Rosa, es un tramo pedregoso de 6 kilómetros.
Los comuneros y los agricultores prefieren evitarlo. Janina Romero, presidenta del Comité Pro Mejoras, dice que la vía se ha vuelto peligrosa. “Como es una vía solitaria, hay asaltos a cada rato”.
Para los agricultores, usar esa vía es una tortura. “Pagamos USD 20 por el flete del camión para sacar la producción, pero debido al mal estado de la vía, todo se estropea”, cuenta Narcilo Yunga, dueño de un vivero de cacao.
La tarabita permite trasladar a dos personas a la vez y soporta el peso de hasta tres quintales. Cuando los agricultores necesitan sacar su producto con urgencia, usan la tarabita. “Antes, cuando se necesitaba sacar los racimos del guineo a la carretera, hubo que construir unas camas hechas con tablones para pasar el río. En invierno era muy peligroso”, recuerda Yunga.
Los estudiantes son los principales usuarios de la tarabita, sobre todo los más pequeños. Unos 12 escolares de San Joaquín estudian en la escuela de la cabecera parroquial de La Victoria, del otro lado del río. Jiménez siempre los acompaña. “Hay que jalar fuerte para que la tarabita llegue hasta el otro lado”.
A 26 kilómetros de allí, en el caserío Calichana, su uso es casi obligado. Los comuneros y los productores de esta localidad de la parroquia Buenavista, del cantón Pasaje, usan el aparato para cruzar el río Raspas.
Calichana, una comuna de 580 habitantes, está alineada entre el río Raspas y una carretera asfaltada de segundo orden que conduce al cantón Pasaje, a 16 kilómetros de distancia.
Desde la ribera del río, ahora con su cauce seco, se divisa al otro lado una extensa planicie sembrada con banano. Al llegar a ese lado del río, los ocupantes de la tarabita parecen desaparecer entre las plantaciones de guineo.
El manejo de la tarabita está a cargo de María Narváez y sus dos hijos varones.
La mujer de cabello crespo es dueña de la única tienda levantada junto al río. Calichana es conocida como un popular balneario de río, uno de los muchos que se asientan en Pasaje.
Para muchos bañistas, cruzar sobre la tarabita es una más de las atracciones del lugar. “A los bañistas se les cobra 25 centavos para subirse a la tarabita. A los vecinos no se les cobra”, dice Narváez.
La tarabita de Calichana está armada con un delgado tablón que hace de asiento.
Los ocupantes deben acomodarse de pie o sentados en una cesta de armazón de hierro. “A los turistas les gusta que frene en medio del río, para tomarse fotos”, comenta Remigio, el hijo menor de Narváez.
Para los vecinos de Calichana, la tarabita es más que diversión. Aunque la fruta se traslada por una vía alterna, los jornaleros usan el aparato para llegar a las fincas. De no hacerlo, deben caminar hasta el puente más cercano, ubicado en La Victoria, a 5 kilómetros de distancia.
Narváez dice que la tarabita es una buena alternativa para cruzar el río, pero cree que se necesita urgentemente la construcción de un puente carrozable. “Cuando el río está bien crecido da miedo cruzar en la tarabita. Ya hemos tenido accidentes”.