Los extensos cañaverales del cantón Marcelino Maridueña se sumergieron en una espesa bruma gris. La llovizna de la madrugada de ayer ocultaba a ratos el manto verde brillante que cubre en esta época del año los campos de esta zona rural del Guayas.
Ese color y el eco de una banda de pueblo anunciaron al amanecer el inicio de la zafra en el ingenio azucarero San Carlos. Junto a la capilla central, pobladores y trabajadores se reunieron a las 05:30 para una misa de agradecimiento por la cosecha.El sonido de los platillos, de los tambores y de las trompetas se fundía con el olor a pólvora de los fuegos artificiales que resplandecieron en el cielo nublado.
A un costado, junto a los camiones, los obreros se alistaban para iniciar la jornada. Una lampa y un machete pequeño eran las herramientas de José Delgado. Es oriundo de Naranjito, trabaja hace 19 años en el cuidado de las plantas que crecen en las 24 000 hectáreas que generan la materia prima para el ingenio.
Ayer, su minuciosa labor -de 12 meses- removiendo la tierra y eliminando la maleza dio paso al corte de la caña, un oficio en el que laboran cerca de 4 200 personas. Son los zafreros hombres humildes que con machete en mano, como Toño Cedeño, Manuel Gamboa y Epifanio Jiménez, se internan en las plantaciones maduras.
Para este año, San Carlos tiene una meta similar a la del 2009. El gerente administrativo, Augusto Ayala, dice que ese año marcaron récord de producción con 3 351 705 sacos de azúcar.
Un olor a humo ronda los senderos. Las plantas son quemadas un día antes de la recolección. Esa es la tradición, pero también es la técnica para ahuyentar a los insectos y a las culebras que habitan entre las matas.
En hileras, los cortadores se-paran el cogollo de los rollos de caña, que llegan a medir hasta 3 metros. Oír el roce de sus machetes estremece. Es un solo tajo, rápido y al ras para evitar que la clorofila de las hojas se mezcle con la sacarosa del tallo.
En el silencio del campo también resuenan las voces de los obreros. Su peculiar acento los delata. El 65% de los zafreros viene desde Chimborazo para la cosecha. Durante seis meses, se alejan de sus familias y adaptan sus viviendas en angostos cuartitos que alquilan en los cantones Naranjito y Marcelino Maridueña.
A las 07:00, Fernando Guamán comenzó su trabajo en el lote 52-130. El número estaba marcado en un pedazo de caña anclada en la tierra húmeda. Él aprendió este oficio hace 10 años. En sus manos quedaron grabadas las cicatrices de viejas heridas por la práctica. “Como recién comenzamos hemos de sacar unos 100 metros cada uno. Pero cuando le cojamos el golpe sacamos de 200 a 300 metros al día. Es hasta que el cuerpo se adapte a la zafra”, cuenta.
Su compañero de jornada fue Segundo Quishpe. Aunque el sol no apareció hasta el medio día, la humedad y el trajín tiñeron sus mejillas de rojo. El joven, oriundo del cantón Alausí, no se detenía. Su herramienta solo dejaba un ligero destello en el aire.
Cada uno tiene sus utensilios. Gafas, guantes, polainas metálicas para las piernas, pero el más importante es el machete. Para usarlo tienen sus técnicas. Hay quienes los achican, otros le sacan doble filo, incluso le bajan la cacha para agarrarlo bien.
En los sectores aledaños el trabajo era incesante. El gran cañaveral de San Carlos se divide en lotes. Hugo Muñoz, supervisor de cosecha, dice que cada uno mide entre 12 y 16 hectáreas, que son recolectadas por 160 hombres. Cuando termina la jornada, a las 14:00, cada zafrero recoge 10 toneladas que se trasladan a la fábrica en camiones.
El olor dulzón de los tallos atrae a las mosquillas que danzan entre los rumos de caña. Con cada corte de Oswaldo Ortega, el jugo le salpicaba el rostro. Para este chimboracense, la zafra es una tradición familiar. Sus hermanos le enseñaron hace dos años y desde entonces dice que es una máquina. “Ahorita el trabajo es lento, pero la otra semana aceleraremos a 90 por hora”.