Riobamba es barrida incluso en la pandemia; su trabajo nunca se detuvo

Graciela Ñauñay trabaja en el barrido de la calle Argentinos, en Riobamba, hace 23 años. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO
La jornada de los 27 barrenderos que limpian las calles de Riobamba se inicia en plena madrugada. Con escobas gruesas, hechas con ramas, recogen todo tipo de desechos acumulados sobre la calzada y en las aceras.
Su trabajo no se detuvo en la pandemia. Pese a la preocupación del contagio con el coronavirus continuaron recogiendo la basura de las vías urbanas de la ciudad.
Por ese riesgo, todo el personal encargado de la recolección de desechos sólidos del Municipio de Riobamba recibió la primera dosis de la vacuna hace tres semanas. Eso les dio un respiro, pero algunos temen contagiarse pese a la inmunización.
Es la 01:00 del martes último. La temperatura es de cinco grados y las calles se ven solitarias, con un tenue color amarillo por las luminarias fluorescentes prendidas.
María Graciela Ñauñay empieza su recorrido diario con su escoba. Esta semana su responsabilidad es limpiar la calle Argentinos, desde que se inicia en la avenida Carlos Zambrano hasta donde termina, en la avenida Puruhá.
El trayecto tiene ocho kilómetros, pero recorrer esa distancia a pie no es un problema para la mujer de 40 años. Dice que está habituada a la caminata y al trabajo duro.
“Lo que sí me da miedo es la delincuencia”. En los 17 años que lleva en ese trabajo ha sido asaltada tres veces. En una ocasión incluso la golpearon porque no llevaba dinero ni su teléfono consigo.
Ñauñay dice que por un tiempo, durante el confinamiento las calles se ensuciaban menos, pero cuando la gente empezó a salir nuevamente los desechos se incrementaron.
“Ahora recogemos todo tipo de cosas. Mascarillas, guantes, frascos de alcohol… Hasta desechos contaminados que algún laboratorio dejó una vez en la acera”.
Ella pide a la ciudad que desechen sus mascarillas en fundas o en el interior de botellas plásticas para reducir el riesgo de un contagio. Dice que tres compañeros suyos estuvieron muy enfermos a causa del covid-19.
Luis Lara, director de la Unidad de Higiene y Medio Ambiente del Municipio, indica que las tareas que realizan los barrenderos y recolectores de desechos sólidos tienen una alta importancia para la ciudad, por lo que son parte del personal considerado de primera línea.
Ellos evitan la propagación del virus y, por ende, nuevos contagios al recoger la basura de las calles, comenta.
Todos esos desechos son trasladados hasta el botadero de basura de Porlón, donde hay un relleno sanitario.
“Pero como todas las gestiones para controlar la emergencia, también se requiere de la corresponsabilidad de la ciudadanía”, dice Lara.
Narciza Carrillo, de 52 años, es una de las trabajadoras más antiguas de esa unidad. Lleva 23 años limpiando la ciudad.
Esa labor antes la desempeñaba también su padre, Ángel Carrillo. Él se jubiló y le heredó a su hija todas las herramientas para que ella pudiera continuar con el trabajo que él hizo por más de 40 años.
“Es un oficio muy duro. Lo más difícil es soportar las bajas temperaturas y huir de la delincuencia, pero así he logrado mantener a mis hijas”, cuenta la mujer mientras recoge con sus manos las fundas plásticas y otros desechos tirados en el parterre de la avenida Leopoldo Freire.
La jornada laboral concluye a las 07:00. Los barrenderos terminan exhaustos y entregan sus escobas y tanques a las camionetas del Municipio antes de irse a sus hogares.
Algunos desayunan en puestos de comida que se instalan en el parque de La Dolorosa, donde concluye el recorrido y luego descansan.
Para Verónica Colcha, otra recolectora, la jornada no se termina. Ella retorna a su casa para cuidar de sus tres hijas pequeñas y de sus padres.
“Soy madre soltera y toda mi familia depende de mi trabajo”, cuenta la mujer de 33 años. Ella es una de las empleadas más jóvenes de la Unidad de Higiene y Medio Ambiente, pero pese a su edad ya acumula 15 años al servicio del Cabildo.
Ella solo pudo completar sus estudios secundarios, empezó a trabajar como recolectora a los 18 años, al graduarse como bachiller. Su aspiración es ingresar a un instituto y cumplir su sueño de convertirse en enfermera.
Ella debió dejar de trabajar durante seis meses de la pandemia, debido a que padece diabetes. Pero en septiembre se reincorporó. “Tenía mucho miedo de enfermarme. Cuando recibí la vacuna me quité un peso de encima”.