En el río San Gabriel hay cuerdas para que los turistas puedan disfrutar en el agua. Foto: Juan Carlos Pérez para EL COMERCIO
Los apacibles balnearios de agua dulce en Santo Domingo de los Tsáchilas se convirtieron en un riesgo durante este invierno, por el aumento en los caudales de los ríos.
En minutos se presentaron incrementos súbitos de sus caudales. En estos primeros cuatro meses, más de una docena de bañistas fue sorprendida por los torrentes.
Desde enero, cuando comenzó la temporada de lluvias, al menos 11 afluentes alcanzaron una cota máxima atípica, según las autoridades del Comité de Operaciones de Emergencias (COE). Por ejemplo, la cota normal del río Blanco, de 1,9 metros, con las crecientes se calcula que llegó a los 4 metros.
15 personas sufrieron algún percance en esos ríos durante estos cuatro meses, mientras se bañaban. Además, dos adolescentes perdieron
la vida.
Los sitios turísticos se ubican en las zonas de La Libertad del Toachi, Unión Carchense, Julio Moreno y San Gabriel. Según la Cámara de Turismo, los balnearios concentran más a visitantes locales, sobre todo los fines de semana. Cada mes asisten unas 2 000 personas y por eso las autoridades las identifican como zonas de especial atención.
María Molina, de 25 años, estuvo a punto de perecer en una de las inesperadas crecientes del río San Gabriel, durante un fin de semana de febrero.
Ella sufrió golpes en sus costillas, mientras se aferraba a una enorme piedra para no ser arrastrada por la corriente. Luego de 30 minutos de las labores de rescate pudo salir a salvo con la ayuda de un agente. Los bomberos tendieron una cuerda ante la imposibilidad de asistirla con un bote.
Molina cuenta su experiencia dos meses después del incidente. La mujer dice -ahora con más calma- que aún conserva las huellas de los golpes del torrente en su espalda.
En la víspera de ese domingo 17 de febrero, el río era tan manso y cálido como siempre lo había visto, desde que era una niña. Sus padres solían llevarla para que aprendiera a nadar en las aguas de un río y que así tuviera experiencia para cuando se adentrara a zonas más profundas.
Mientras intentaba ponerse a salvo veía cómo las aguas cristalinas adoptaban un color achocolatado y descendían con tanta fuerza, que ni siquiera escuchó los gritos de otros turistas que quisieron prevenirla.
En el mapa fluvial, esos balnearios van de este a sur de la provincia y se conectan con pequeños riachuelos.
Walter Molina, experto en Geología de la Prefectura, dice que el nivel de los ríos se incrementa de manera abrupta cuando caen grandes cantidades de lluvias en las montañas.
Esto no había pasado en los anteriores años y por eso el COE inició una campaña para que los bañistas tuvieran en cuenta algunas precauciones.
Se recomienda no alejarse de las orillas, llevar botes inflables o chalecos flotadores. Además, tener a la mano un celular para llamar al ECU 911 cuando se necesite la intervención de agentes. Molina aconseja a los bañistas que se percaten cuando el cielo se ponga gris, porque puede ser una señal de lluvias.
Las emergencias de personas rescatadas durante las crecientes revelaron falencias en los balnearios, por las pocas seguridades que tienen para auxiliar a las personas.
El gobernador, Rodrigo García, explicó que los administradores deben contar con equipos básicos, como botes y cuerdas. Pero pocos tienen esas herramientas.
El administrador de un centro turístico, sin dar su nombre, dijo que cuentan con botes que solo sirven para recrearse. También disponen de cuerdas, pero no necesariamente son para una emergencia.
En la mayoría de balnearios se espera la ayuda de los bomberos para los rescates. La entidad envía agentes con los equipos necesarios en temporada de feriados, como Carnaval y Semana Santa. Para ese asueto se dispuso de 30 bomberos para atender las emergencias en los balnearios.
El río Mulaute no está adaptado como balneario, pero un grupo de adolescentes quiso disfrutar de sus correntosas aguas dos días antes de graduarse en la secundaria.
El sábado 23 de febrero había llovido con intensidad en el límite entre Pichincha y Santo Domingo, la zona de influencia del Mulaute. Al día siguiente, cuando los chicos llegaron al río, estaba un poco correntoso y el día era soleado.
Se dieron chapuzones y todo transcurría con normalidad hasta que Jorge, de 17 años, y Diego, de 18, vieron cómo un compañero se ahogaba. Las aguas se tornaron correntosas y apenas veían al chico levantar sus brazos para pedir auxilio.
Se lanzaron enseguida para ayudarlo. Lograron llevarlo a un sitio menos caudaloso y quedó a salvo. Pero los dos jóvenes no lograron evadir un torbellino, que en segundos los arrastró hasta que se perdieron en la corriente. Sus cuerpos sin vida fueron encontrados días después.