La sonrisa de una pequeña quedó plasmada en la foto de un libro. Fue el 1 de febrero de 1985 y luce aferrada, en un abrazo, al papa Juan Pablo II. Hoy, esa sonrisa revive en el rostro de Adrián Gabriel, uno de los tres hijos de aquella niña. (Mire un especial)
Cuando Karol Wojtyla pisó suelo ecuatoriano Mónica Caicedo tenía 5 años. Entre cientos de niños del Guasmo de Guayaquil fue escogida para entregarle un ramo de rosas blancas a quien desde mañana será santo. “Llegamos temprano al lugar, en la madrugada. Recuerdo que los periodistas me preguntaban: ¿qué le vas a decir al Santo Padre? Que lo quiero mucho, les decía… Desde ese día siento que he sido bendecida. En ningún momento Dios se ha apartado de mí”, reflexiona hoy la hija, esposa, madre, católica comprometida y maestra de 35 años.
En su casa se siente la paz. La mesa está cubierta de memorias: recortes de diarios, fotografías, estampas, libros y un rosario que le dieron ese día. A su alrededor están sus hijos John David (de 8 años), Adrián Gabriel (6) y Pía Emilia (2). Su esposo John Coloma y su padre Fausto Caicedo le acompañan en su relato de fe.
La vida de Mónica es una de las semillas que dio fruto tras la visita de Juan Pablo II a Ecuador. Era el gobierno de León Febres Cordero, existía el sucre y el Guasmo, donde ocurrió su encuentro, era una gran pampa desolada, rodeada por rústicos puertos de humildes pescadores.
Hoy, las casas de cemento cortan el horizonte. Aquí, el eco de “Juan Pablo, amigo, el Guasmo está contigo” aún resuena en los alrededores de la parroquia Stella Maris, dirigida por el padre Olindo Spagnolo. “Así recibieron al Santo Padre. La frase estaba escrita aquí, frente al altar”, cuenta Eloy Díaz. El templo también conserva un sagrario de bronce que el Sumo Pontífice envió como obsequio desde Roma.
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Díaz era un jovencito de 19 años cuando tuvo un encuentro fugaz y distante con el Papa viajero. Acudió a una de las misas que ofició en Samanes, donde también beatificó a la ecuatoriana Mercedes de Jesús Molina. Ahora, el padre Díaz es vicario de la parroquia. Un crucifijo se refugia en su pecho.
“Eran tiempos difíciles”, recuerda aferrado a una fotografía de la multitud agolpada frente a un altar de caña que dio sombra al Papa polaco.
Era una década dominada por los terratenientes y eso significó un dolor de cabeza para las Fuerzas Armadas, encargadas de dar seguridad al Papa polaco, al punto de trasladarlo en helicóptero al lugar.
Para perennizar su presencia, monseñor Spagnolo -conocido como el apóstol del Guasmo- abogó por la construcción del parque Juan Pablo II, justo en ese terreno frente a la iglesia. Su decisión le costó algunas amenazas de muerte.
En medio del barullo de niños jugando se eleva la estatua del Santo Padre. Está tallada en piedra blanca, mirando al cielo. Y junto a él reposa una pequeña, inmóvil. Es Mónica Caicedo. “Tenía unos 10 años y monseñor Spagnolo me tomó algunas fotos, mirando a un árbol”. Luego las envió a Italia para que la esculpieran junto a Juan Pablo II, desde hoy santo.
En la senda del ‘Papa bueno’
Cada martes, los miembros del Movimiento Juan XXIII se reúnen en la iglesia del Seminario Mayor de Monay, ubicada al oeste de Cuenca.
Carlos Sánchez, líder a nivel local, no puede precisar cuántas personas se identifican con la agrupación, pero sí explica que empezó sus actividades hace 18 años y organiza retiros espirituales para familias, enseñanza de la palabra de Dios, catequesis y eucaristías.
Todo esto es parte de una asociación internacional de laicos que empezó en Puerto Rico en 1973, y llegó a la capital azuaya hace 18 años, aunque también tiene actividades en varias ciudades del Ecuador.
Sánchez explica que el propósito del Movimiento es atraer a los ciudadanos que están alejados de Dios. Asegura que desde que es parte del Movimiento cambió, porque dejó el licor y la presencia de Dios está constantemente en su vida. “Seguimos los principios de Juan XXIII porque estamos abiertos a todos, al divorciado, al casado, a la trabajadora sexual, al empresario, a los jóvenes…”, agrega Juan XXIII, conocido como el ‘Papa bueno’ cambió el rostro del catolicismo, al promover una forma de liturgia más cercana a los fieles.
Fervor y recuerdo en Quito
Tanto Juan XXIII como Juan Pablo II tienen un legado en la capital. Sin embargo, en el caso del ‘Papa de los pobres’, el camino se empieza a trazar desde su llegada a la capital, en febrero de 1985.
Hay quienes aún recuerdan su arribo y otros que decidieron ponerle su nombre a distintos espacios. Planteles educativos, cooperativas de ahorro y crédito, de buses, de taxis e incluso una iglesia son parte de la huella del Sumo Pontífice.
Cada uno tiene una historia que se inició desde la fe de los creyentes y a partir de la visita del Pontífice polaco. En algunos casos, como en la iglesia del barrio Monjas Bajo, la estructura del templo es la misma que se instaló en el parque La Carolina durante la visita de Juan Pablo II. Para los moradores, es un símbolo de la fe y, además, el orgullo de tener un recuerdo del que desde mañana será un santo de la Iglesia Católica.
En el sur de la ciudad, se puede observar a las unidades de transporte que llevan el nombre del religioso. Quizá el mayor símbolo de su paso por la ciudad es la denominada Cruz del Papa, en el parque La Carolina, en el norte de la urbe.
Agenda
Esta noche, en Guayaquil, el movimiento Juan XXIII empezará a las 22:00 una vigilia en la que sus miembros verán en vivo la ceremonia de canonización.
Mañana, unos 8 000 fieles participarán en una procesión y luego una misa en el Santuario de la Divina Misericordia.
Hoy, a las 09:00, empieza una peregrinación en Sígsig, Azuay. El lunes a las 19:00 habrá una misa en Cuenca.