Los siete niños huérfanos de madre viven en la casa de un familiar, en la comunidad de Cayama, del cantón azuayo de Ludo. Foto: Lineida Castillo/ EL COMERCIO
“La pobreza la mató, no la medicina ancestral”, dice María Chillogallo, de 34 años, prima y comadre de María Juana Fernández, de 39. Esta última padecía de anemia, desnutrición, tuberculosis y neumonía, y falleció el martes 12 de marzo de 2019 de un infarto.
Ella trabajaba en la agricultura y apenas ganaba para alimentar a sus hijos. “No se alimentaba bien y tampoco tenía dinero para cubrir un tratamiento permanente para sus enfermedades y en los hospitales públicos recibía solo atención paliativa”, dijo María Chillogallo.
Su salud se había deteriorado con el embarazo de su séptimo hijo. Fernández dio a luz sola en su casa ubicada a dos horas de la comunidad de Cayama, perteneciente a la parroquia Ludo, cantón Sígsig, provincia de Azuay. El sector no tiene vías de acceso.
Por eso, algunos parientes y vecinos la sacaron cargando hasta la casa de María Chillogallo, en Cayama, para darle los cuidados y vigilar su recuperación. Pero su salud se deterioraba. Estaba hinchada desde la cintura hacia abajo, no podía respirar bien y se quejaba del dolor del pecho.
Por eso y por las enfermedades que padecía no amamantó al bebé. Una semana después la llevaron al centro de salud de Sígsig para que sea atendida y de allí fue transferida al hospital Vicente Corral Moscoso de Cuenca porque requería de un tratamiento especializado.
Como no veían mejoría, los familiares la llevaron a una casa de salud privada y a la semana recibió el alta, con algo mínimo de mejoría, contó Gladys Criollo Fernández, de 19 años, hija mayor de María Juana, quien está a cargo del cuidado de su hermano recién nacido.
Tras el alta se quedó en Cuenca, en el cuarto de un familiar, para estar cerca de un hospital en caso de que empeorara. Pero esa misma noche María Fernández se volvió a sentir mal y pidió que buscaran a un curandero porque creía que sus afecciones se debían a un mal aire y nervios.
Su hija contó que el curandero llegó en dos ocasiones. La trató con plantas medicinales y le dio unos brebajes. La última vez fue el martes 12 de marzo, dos horas antes del fallecimiento. “Se desmayó, intentamos reanimarla y nunca más volvió”, dijo Criollo.
La autopsia determinó que murió por insuficiencia respiratoria e infarto y que le extrajeron cinco litros de un líquido amarillo de los pulmones y riñones, que apretaban el corazón. El caso es investigado por la Fiscalía para determinar si hay alguna responsabilidad del curandero.
Para María Chillogallo, el caso está cerrado porque su prima estaba muy delicada de salud por sus múltiples enfermedades. Desde que Fernández fue hospitalizada, Chillogallo acogió a los siete hijos de la ahora fallecida y que tienen 19, 15, 13, 12, cinco y tres años de edad y también al bebé de dos meses.
Ella también tiene siete hijos. Su humilde vivienda, donde también fue velada la fallecida, parece una guardería. Allí, se siente la pobreza y las limitaciones. Los vecinos colaboraron con algunos gastos para el funeral. Gladys Criollo contó que su padre les abandonó hace unos tres meses.
Los abuelos paternos José Criollo, de 78 años, y María Chillogallo, de 71, les visitaron este jueves 21 de marzo para saber cómo estaban. “No podemos hacernos cargos de ellos porque no tenemos dinero para mantenerlos ni cómo atenderlos”, dijo José Criollo con evidente tristeza.
Los niños no tienen otro lugar a dónde ir porque María Fernández fue hija única y sus padres también fallecieron. “Yo cuidaré de mis hermanos mientras estén conmigo”, dijo Gladys Criollo, quien abandonó sus estudios hace tres años para ayudarle a su madre a trabajar en la agricultura.