Medían 3,4 metros de altura y pesaban seis toneladas, el equivalente a un pequeño camión de carga. Sus colmillos tenían 1,50 metros de largo, un pelaje oscuro cubría su cuerpo.
Así eran los mastodontes, uno de los animales que habitaron lo que hoy es Ecuador, entre 40 000 y 10 000 años atrás, durante la última gran era del hielo.
En la época de la megafauna también vivieron los tigres dientes de sable, los megaterios (perezosos terrestres), milontes (perezosos de menor tamaño), jaguares gigantes, llamas, armadillos’ Los científicos lo llamaron el Pleistoceno del Cuaternario.
Las megabestias subsistieron bajo los 10 ° centígrados. El clima era similar al que impera en los páramos de la serranía.
Los mastodontes, muy parecidos al elefante de la actualidad, eran herbívoros y se alimentaban de arbustos y frutos. Los tigres dientes de sable se alimentaban de ciervos y lobos de páramo.
Para esa época los dinosaurios se habían extinguido. Y hasta el momento, los investigadores no han encontrado restos de esos gigantes en esta región. Los científicos estiman que esos animales, del período jurásico, desaparecieron hace 65 millones de años.
Según el paleontólogo José Luis Román, de la Escuela Politécnica Nacional, esos animales sí existieron en Sudamérica. Pero muchos de sus restos estarían bajo la cordillera de los Andes, que se ha modificado durante millones de años. Una muestra es la Patagonia, en Argentina, donde se han encontrado fósiles de diez tipos de dinosaurios. En Colombia, Brasil y Chile también hay evidencias de estas criaturas.
En el Pleistoceno, que empezó hace 2,6 millones de años y terminó hace 10 000, las megabestias migraban por los bosques de la Costa, Sierra y Amazonía. También en territorios de Bolivia, Perú, Argentina, Colombia…
El primer registro científico de su existencia en Ecuador data de 1805, tras las investigaciones del alemán Alejandro Humboldt. Ese año, el geólogo halló el primer molar de un mastodonte en las faldas del volcán Imbabura.
Luego, ese resto fue estudiado por el connotado científico francés Georges Cuvier, que lo denominó Mastodonte des Cordiliéres, en su obra ‘Ossements fósiles Tome III Mastodontes’.
Esa evidencia, considerada única, ha estado extraviada, pero se presume que podría estar en el Museo de Historia Natural de Copenahue, Dinamarca, según Román.“Sabemos que llegó a ese lugar, pero hemos intentado comunicarnos con los administradores, sin una respuesta”, sostuvo.
No obstante, una réplica de ese molar reposa en el Museo de Historia Natural Gustavo Orcés, de la Politécnica Nacional, en Quito.
Allí también se encuentran fósiles de muchos animales, hallados a partir de 1805 y que vivieron en la última glaciación. 10 000 de esos huesos están inventariados en el museo de la Politécnica. Sobre mesas de madera y debajo de lentes microscópicos, los restos fueron analizados y catalogados según su especie, por varios expertos. Román es uno de los que participó en los hallazgos.
En la fría y estrecha sala hay dientes de caballos enanos, pedazos de costillas de jaguares gigantes y partes de las extremidades inferiores de un mastodonte hembra, hallado en la Punta de Santa Elena, entre 1920 y 1950.
Esos restos datan de 35 000 años de antigüedad. Esa sala está ubicada en el museo de Historia Natural, en La Vicentina.
Los fósiles son cuidados por el paleontólogo Román. El museo invierte USD 1 000 anuales en su mantenimiento y cuidado.
La mayoría provienen de nueve yacimientos. Se encuentran en Carchi (Bolívar-San Gabriel), Pichincha (valles orientales de Quito), Chimborazo (quebradas cerca de Punín), Azuay, Loja, Manabí (San Vicente), Santa Elena, Guayas y Napo (Archidona).
Aunque no existe un dato exacto sobre el total de restos encontrados en suelo ecuatoriano, el Instituto de Patrimonio Cultural estima que llegan a 70 000.
En la mayoría de regiones básicamente se han encontrado fragmentos de vertebrados. Pero, en los documentos que reposan en la Politécnica se señala el hallazgo de un esqueleto, casi completo, de un mastodonte. Esa versión también es contada por el padre Pedro Porras, en su libro Manual de Arqueología Nuestro Ayer.
Según esas fuentes, en 1928, el austríaco Franz Spillmann, profesor de la Universidad Central del Ecuador, exhumó en Alangasí -a 13 kilómetros de Quito- un esqueleto de un mastodonte. Sus restos fueron llevados a la vieja casona (en el edificio de la García Moreno y Espejo, en el centro de Quito) para ser reconstruido.
Clavada en su cráneo se halló una punta de flecha de obsidiana, que hace presumir que pudo ser cazado por individuos que pertenecían a la Cultura de El Inga.
Según el arqueólogo Ernesto Salazar, las puntas de flechas tienen 9 000 años de antigüedad y pertenecieron a los primeros humanos que se asentaron en los alrededores del cerro Ilaló.
Desafortunadamente, en ese mismo año se produjo un voraz incendio en la Universidad Central que extinguió toda evidencia.
Los primeros habitantes
La última glaciación terminó hace 10 000 años y con ella desaparecieron las megabestias. Los lobos de páramo, ratones, ciervos y el cóndor, son algunos de los sobrevivientes a la llegada de la fase interglacial. La temperatura subió y se estabilizó en los 16°c.
Los nevados estaban completamente cubiertos de hielo. No así los ríos, lagunas y riachuelos, fundamentales fuentes de agua. En Quito se formaron dos enormes lagunas: una donde actualmente está el aeropuerto Mariscal Sucre, y otra en La Magdalena. Los volcanes Pichincha e Ilaló estaban en plena actividad volcánica.
Los animales más pequeños se convirtieron en las presas de los primeros homo sapiens. Los cazadores-recolectores vinieron desde Norte América, hace unos 10 000 años, justo cuando terminó la glaciación. Eran nómadas y viajaban en grupos de diez, veinte y treinta personas. Para la cacería usaban lanzas y otras armas rudimentarias construidas a base de piedra. Algunas de las lanzas y hachas halladas en Ecuador tenían partes de obsidiana (roca volcánica).
Varias de esas obsidianas afiladas se encontraron en el Inga y en el cerro Ilaló, y datan de hace
9 000 años, según Salazar.
La evidencia científica más antigua descubierta de restos de homo sapiens (6 000 años de antigüedad) corresponde a la Cultura Las Vegas, en Santa Elena.
Además, hay restos descubiertos en Punín, Paltacalo y Otavalo, pero que no tienen más de 2 000 años. Esos datos constan en el libro del padre Porras.
El símbolo arqueológico en Santa Elena son los amantes de Sumpa. Se trata de los esqueletos de un hombre y una mujer, de unos 25 años, que fueron enterrados juntos y hoy yacen sumergidos en un eterno abrazo.