La lava que hace tres años arrojó el Tungurahua destruyó la pequeña casa de bloque que Ricardo Sánchez construyó para sus 11 hijos.Él tiene 85 años. Apoyado en un bastón de madera camina despacio por donde antes del 2007 era el patio de su vivienda: “Justo aquí descansaba con mi familia, pero ahora todo está bajo piedras, cascajos y lava”. Perdió 10 reces y cultivos de naranjilla, pero no abandonó su natal Sucúa, el pueblo de 30 familias en las faldas del volcán, a cinco kilómetros de Baños.
En Sucúa viven 14 personas de la tercera edad. La mayoría tiene más de 75 años.
Vive con su hijo Alfredo, a solo 600 metros de su antiguo domicilio. “81 años he respetado a la Mama Tungurahua y si ella se enoja sabe por qué lo hace. No me desanimo y sigo con mis animalitos”.
Se toma la cabeza y dice que las canas son parte de su experiencia para lidiar con estos hechos. Con la nueva erupción las pérdidas comienzan a sentirse otra vez.
La ceniza cubrió las plantas de naranjilla, mora y tomate de árbol. Las gallinas se enfermaron.
Segundo Morocho está triste porque falta comida para sus dos vacas. Sentado sobre una piedra miraba al volcán.
Él tiene 72 años, nació y creció en Bilbao, que hasta ayer seguía abandonado.
Desde el viernes, Morocho está en el albergue de Cotaló, una parroquia del cantón Pelileo, en la provincia de Tungurahua, pero ayer volvió. “Mi casa no la dejo por nada . Me da miedo, pero no voy a perder mi terrenito”.
Aún recuerda cómo la mañana de ese viernes vio piedras incandescentes bajar por el volcán. “Yo no puedo correr y lo único que hice fue rogar a mi virgencita de Baños. Fue un milagro, porque todo ese material bajaba directo a nuestras casas y de pronto se abrió a los extremos y nos dejó libres”.
La psicóloga Carola Camacho tranquilizó a Morocho, quien aún llevaba las botas enlodadas.
Él, Rosa Turosina (84 años) y Blanca Sánchez (80) no se separan desde aquel día. Los ojos de Rosa se llenan de lágrimas, se saca el sombrero, saca una pequeña imagen de la Virgen y pide ayuda. “Diosito no haga esto, por favor. En esta vejez ya no puedo, ni marido tengo”.
Desde el sábado, los tres se sienten cansados. La psicóloga apunta en un pequeño cuaderno los síntomas y explica que en ellos la preocupación aumenta porque “piensan en los hijos, nietos, animales, la casa. Eso estresa más”.
Luis Miranda tiene ocho hijos y 23 nietos. Vive en Chacauco y ayer no sabía exactamente qué pasaba con los niños. En sus manos llevaba una funda de fideos, que un vecino le dio. “Solo esto tenemos para comer. Ojalá vengan a ayudarnos.
El pasto verde de Chacauco y Bilbao se mantenía gris, porque la ceniza cubrió todo. Las hojas verdes del tomate se quemaron y se volvieron amarillas. Quería vender el producto en Ambato, pero lo perdieron todo.
Miranda dice que no hay problema, que la Mama Tungurahua les dará más alimentos.