La lojana Sofía Pérez, de 63 años, no olvida la imagen que tenía el río Malacatos hace más de dos décadas. Era un botadero de basura. Los dueños de los negocios cercanos sacaban su basura en cartones o saquillos y la tiraban al afluente.
No había la certeza que los desperdicios sean recogidos por los trabajadores del Municipio, recuerda Pérez. Según ella, quienes recogían la basura en carretillas no llegaban a tiempo, por lo que se regaba en las calles de su antiguo barrio Cuarto Centenario y “a nadie le importaba”.Pero eso cambió y el obrero que llevaba la carretilla y que anunciaba su paso con una campanilla fue reemplazado por vehículos recolectores con sirenas.
Desde hace 15 años se aplican normativas en la capital lojana que obligaron a modificar los hábitos de los habitantes. El reto fue dejar atrás el mal manejo de los desechos que opacaban la imagen de esta ciudad.
Ahora, el Malacatos luce más limpio. Luego, los lojanos se preocuparon por la recolección y clasificación de la basura. Al principio fue por obligación para no ser multados, señala Pérez.
En la actualidad, en un recipiente negro se coloca la basura inorgánica (plástico, papel, cartón ) y en un verde la orgánica (desechos de alimentos).
Se convirtió en un hábito para Pérez, quien ahora vive en el barrio Unión Lojana. Sus vecinos también se olvidaron de los saquillos, cartones, tachos viejos y fundas plásticas.
Pérez clasifica su basura y la coloca en los tachos verdes y negros, que son autorizados por el Municipio para exhibirlos en las calles.
Al inicio esta exigencia molestó a muchos y hasta hubo reclamos, reconoce Pérez. Había control, multas, sanciones a quienes no cumplían. “Pero nos dimos cuenta que era mejor para nosotros y para la ciudad”.
Con halagos y campañas publicitarias, el Municipio hizo que ese cambio de actitud se trasladara a las calles para no arrojar desperdicios a la calzada, señala la lojana Selena Cueva, de 38 años.
“Cuando estaba en el colegio, la calle 10 de Agosto estaba llena de basura. Había cáscaras de frutas o papeles en el piso”. Ahora es diferente y “da recelo tirar la basura”.
Según Pérez, con esa costumbre ahora crecen los niños. Shirley Quishpe, alumna de la Escuela Santa Marianita, no arroja los desperdicios a la calle.
A menudo lleva a su casa la funda de la salchipapa que suele comerse después de clases. “En la escuela, el patio está limpio, si no nosotras tenemos que barrerlo”.
Para Pérez, la presión legal y moral impuesta con el manejo de la basura fue positiva. También hubo más cambios. La Fundación Centro de Apoyo a la Juventud Ecuatoriana desarrolló con éxito, hace siete años, una campaña promoviendo puntualidad.
La obligación también fue esencial. Se hizo seguimiento a los actos públicos y hubo críticas a las entidades o autoridades impuntuales. La comunicadora social, Gabidia Guarderas, recuerda que hace 10 años se cumplía la “hora lojana” que consistía en esperar hasta una hora. “Ahora hay puntualidad”.
Ese cambio de costumbres fue positivo para atraer al turismo. La participación de los ciudadanos en el manejo de la basura fue premiada por la Organización de las Naciones Unidas en el 2001.
Allí creció el interés de los turistas por visitar la ciudad. Según la presidente de la Cámara de Turismo local, Mireya Villavicencio, el visitante llega con interés de descubrir esa ciudad limpia.
Por ejemplo, del norte de Perú, cada mes llegan hasta tres grupos de visitantes para conocer esta experiencia de Loja y otros atractivos. “La basura sigue siendo un tema de interés para los visitantes”, señala la dirigente gremial.
Para Pérez, valió la pena la exigencia de dejar las malas costumbres. “Me siento orgullosa cuando los visitantes se admiran de la limpieza de mi ciudad”.
Sin embargo, cree que esto requiere un seguimiento continuo para mejorarlo cada día más.