Luis Ramos no se despega de su viejo maletín de cuero negro. “Tengo todo mi capital en la maleta”, bromea este lojano de rostro afable.
Hace ocho años llegó a Huaquillas, en la frontera con Perú. Su intención fue dedicarse al cambio de monedas. Un tío, también cambista, lo introdujo en el negocio. “A él lo mataron. Esta actividad es peligrosa”, dice el cambista en voz baja, aferrado a su maletín.El interior del portafolio está lleno de compartimentos. Dentro hay pequeños fajos de dólares y de nuevos soles, la moneda peruana. También una calculadora escolar, bolígrafos, una esponja para mojar los dedos, fundas plásticas, muchas ligas y, algo infaltable, un juego de naipes.
“Es para distraerse cuando no hay clientes”. Es mediodía y en la esquina de las calles República y Portovelo, al lado de la vieja oficina de la Corporación Aduanera Ecuatoriana (CAE), un grupo de siete cambistas se reúne alrededor de una jardinera.
Platican y se juegan bromas mientras esperan la llegada de clientes. Un cliente frecuente de Ramos se baja de una moto y saca sigiloso un fajo con USD 500. “Parece mucho, pero en esta transacción solo me gané USD 0,40”, afirma Ramos, luego de que su cliente se retira.
Para los alrededor de 100 cambistas formales de Huaquillas, el negocio resulta poco rentable en la actualidad. Antes de que el país se dolarizara, en la ciudad había 400 cambistas.
“Entonces sí era buen negocio, porque ganábamos más cambiando sucres por soles”, dice Cecilio Córdova, de 62 años. Ahora, en un buen día obtiene USD 20.
Según él, en ocasiones solo gana para el almuerzo. Córdova es secretario de la Asociación 12 de Septiembre, que agrupa a 43 socios. La otra asociación, la 20 de Octubre, es la más antigua y tiene 65 cambistas.
Aníbal Calderón es presidente de esta última. Dice que la reducción del comercio fronterizo, la competencia de los cambistas informales y la inseguridad afectan a la actividad. “Había muchos informales, pero reclamamos y los policías municipales empezaron a controlarlos”, afirma.
Los cambistas informales suelen recorrer las calles ofreciendo sus servicios, especialmente a los visitantes de paso por la ciudad. No portan la credencial que identifica a los formales.
Calderón dice que los cambistas viven en constante riesgo, por los frecuentes asaltos. Cada uno tiene una historia triste que contar. La mayoría conoce de un amigo asaltado o asesinado. “Ya hemos tenido como 20 asaltos este año”, dice Córdova. Uno de los más recientes fue hace dos meses. “Una banda encañonó a un policía que en ese momento vigilaba cerca y se llevó el dinero de los compañeros”, relata Calderón.
Desde entonces la Policía asignó más uniformados e incrementó los patrullajes en los sitios donde se ubican los cambistas. Ambos gremios buscan que el Municipio instale cámaras (ojos de águila) en sus sitios de trabajo.
Esa fue una de las ofertas del Cabildo, como parte de un plan de seguridad ciudadana que se piensa implementar con apoyo policial. El mayor grupo de cambistas se ubica a un costado del puente internacional, a menos de 40 metros de Aguas Verdes, la localidad peruana vecina.
Ramos, quien lleva seis años en la actividad, prefiere ubicarse a la sombra del monumento al Cambista, una escultura sucia y desgastada. Allí espera a los clientes.