Las historias que cobran vida en el Cementerio de Guayaquil

En el Cementerio Patrimonial de Guayaquil se retomaron los recorridos guiados tras las restricciones por la pandemia. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
Una rosa marchita está encorvada en el diminuto nicho. La placa resquebrajada por los siglos aún permite leer el sobrecogedor mensaje: ‘Dentro de esta bóveda está sepultada mi más bella esperanza, mi cara tierna. Apacible hija Juana Rosa Julia Correa y Pareja’.
Apenas tenía 1 año cuando murió en noviembre de 1831 y el tiempo no ha impedido que las flores sigan llegando. “Siempre tiene un flor -dice el historiador Fernando Mancero-. También he visto que le ponen escarpines; siempre hay algo”. Cuando termina la frase hay un estremecedor silencio junto a la tumba más antigua del Cementerio Patrimonial de Guayaquil.
Historias como esta vuelven a cobrar vida por el Día de los Difuntos. Quienes adelantaron la visita a sus familiares este lunes 1 de noviembre de 2021 se embelesaron por unos minutos con los relatos de la puerta 3 del camposanto, donde personajes emblemáticos -y otros no tan conocidos pero acaudalados- reposan en señoriales mausoleos.
Este es el punto de partida de los recorridos guiados que se retoman por primera vez tras las restricciones que impuso la pandemia de covid-19. Los pequeños grupos avanzaron por los pasillos cubiertos con baldosas ajedrezadas, custodiados por ángeles y plañideras de mármol, también por escurridizos gatos.
Los relatos de la mañana revivieron en las voces de estudiantes del Tecnológico Universitario Argos, con el apoyo de la Fundación Bienvenido Guayaquil. Mancero lidera la fundación y fue quien condujo al sepulcro de la niña Juana Rosa Julia.

Muy cerca, otra lápida narra una conmovedora partida. ‘Al Santo Esposo de las vírgenes. Manuela Martín y Paredes. A los 14 años de edad se escondió en su tumba temiendo que el aliento del siglo marchitase su inocencia’. La inscripción es de abril de 1834 y marca la segunda tumba más antigua del lugar.
Una brisa de tragedia embarga este corredor olvidado del camposanto. En las paredes empalidecidas hay un año que se repite: 1842. También hay un apellido recurrente: Rocafuerte. Aquí yacen las víctimas de la fiebre amarilla que diezmó a Guayaquil, en su mayoría familiares del expresidente Vicente Rocafuerte.
“El censo de ese año era de 13 000 habitantes y esta enfermedad dejó 2 154 muertos y más de 8 000 infectados -contó uno de los guías-. A pesar de todo la ciudad logró resurgir de la calamidad, por eso los guayaquileños somos llamados madera de guerrero”.
Pero también hay historias más refrescantes, como la de Manuel Silverio Ponce de León, sepultado en 1887. “No lo digo yo, lo dijo el Doctor Rodolfo Pérez Pimentel: hombre célebre por su tacañería”, dijo Mancero. De inmediato las risas rompieron la tensión.
El fresco de Don Silverio se convirtió en una leyenda del Guayaquil de antaño. Contaban que cuando sus nietos le pedían que los lleve a tomar fresco -una bebida con abundante hielo-, salía con ellos al malecón.
“Cuando le preguntaban dónde estaba el fresco, él les decía: ‘aquí está, respiren profundo’, parados frente al río Guayas”. Así se hizo popular una frase cuando se era invitado a un lugar donde le ofrecían nada: ‘me dieron el fresco de don Silverio’.
Otros relatos se han convertido en leyenda, como la del expresidente Víctor Emilio Estrada. La urna de cobre de su memorial es atribuida al rumor de un pacto para preservar su alma.
“Cada noche, a las 23:00, hay quienes dicen verlo conversar en el paradero de buses junto a su tumba. Y hay taxistas que dicen haberlo dejado en la puerta del cementerio”, relató Estefanía Estrella, una de las estudiantes de la guianza.
Y para quedarse sin palabras hay que oír la historia de Manuel J. Cobos, reconocido como uno de los primeros colonizadores de las islas Galápagos. Jacqueline Verdugo contó parte de su vida y cómo su hacienda azucarera El Progreso impidió que el archipiélago sea cedido a otros países. Pero también hay una versión trágica.
“Fue conocido por su crueldad en el trato con sus trabajadores. Incluso se dice que él decidía sobre la vida y la muerte de ellos; por eso murió en manos de sus trabajadores”, Fue en el año 1904. Su familia levantó en su memoria imponentes figuras de ángeles, uno de ellos con el libro de la vida en sus manos. “No hay muerto malo”, decían los participantes del recorrido.
Las rutas turísticas por el Cementerio de Guayaquil mezclan historia, arte y misterio. Por estos días hay quienes aprovechan la visita para conocer un poco más de los personajes que descansan en bajo la mirada eterna de esculturas talladas en mármol de Carrara.
Por estos días hay quienes dejan una rosa sobre el sepulcro de próceres, poetas, exmandatarios… También hay quienes se conmueven ante las letras memoriales de las lápidas que hacen eco como una súplica. ‘Los que sabéis qué cosa es el amor paternal, os ruego no remováis sus cenizas queridas’, se lee al final de la tumba más antigua.