María Manuela Guanolema y Marco Conduri y, de 16 y 17 años, se casaron en el Registro Civil de Guamote, en Chimborazo. Foto: Raúl Díaz / para EL COMERCIO
Para que Lorenzo Guanolema pudiera contraer matrimonio con su Marcelina Ayasaca, hace 44 años, tuvo que convencer a sus suegros durante un día y medio. Superó las pruebas de trabajo que ellos le hicieron en el campo y llevó varias botellas de licor para conseguir la aprobación del compromiso.
Así se realizaba el Japitukuy de antaño, un término kichwa que en español significa palabreada. Los familiares del novio pedían el respaldo de la comunidad, especialmente de los ancianos, para ir a la casa de la novia y pedirle a sus padres permiso para el matrimonio.
Lorenzo recuerda que se enamoró de Marcelina mientras la miraba trabajar en la tienda de sus padres, pero nunca habló con ella. De hecho, cuando él pidió su mano, ella tenía 13 años y no quería casarse. Sin embargo, sus padres estuvieron de acuerdo y la boda se consumó.
“En la comunidad respetamos a los más ancianos, porque son los más sabios. Por eso su opinión en cada asunto trascendente de la vida es respetada por los más jóvenes”, explica Valeria Anaguarqui, una yachak de Chimborazo.
Por esa razón era frecuente que los matrimonios indígenas fueran arreglados por los padres, especialmente en las comunidades de Colta, Guamote en Chimborazo y en la cultura Salasaka, en Tungurahua.
Asimismo, en otros sectores, como en las comunidades de San Juan en Chimborazo y en Imbabura, el enamoramiento era importante. Allí las fiestas como el Pawkar Raymi, el Jaway y la del Yamor eran propicias para elegir una pareja.
“Por ningún motivo una pareja de jóvenes podía conversar, peor aún comer juntos o compartir momentos solo los dos, la comunidad no lo permitía”, cuenta la ‘mama Valeria’.
Se sabía que un joven tenía interés por una mujer cuando le arrojaba piedritas al sombrero durante la cosecha, o le pedía que le cuidara su poncho rojo, de lana de borrego, mientras él cumplía con sus faenas.
Si la joven le devolvía las piedras o aceptaba llevar el poncho, la gente sabía que ambos estaban enamorados y pocas horas después, todos en conjunto visitaban la casa de la novia. Pero la última palabra la tenían los padres, ellos analizaban bien a la familia que deseaba emparentar con ellos antes de aceptar la primera copa de licor en el Japitukuy.
“El matrimonio es una unión sagrada, inquebrantable. Cuando ambas familias aceptan la unión, eso ya no se puede romper. Por eso, si en el transcurso del tiempo la pareja tiene problemas, ellos se encargan de mediar para que haya armonía”, cuenta Anaguarqui.
Pero hoy, los matrimonios indígenas tienen una lógica diferente. La migración y el ingreso de las religiones a las comunidades provocaron cambios en los rituales de enamoramiento, aceptación de las familias, incluso en la celebración de la boda y los festejos posteriores.
Mientras antaño estaba mal visto que dos jóvenes se conocieran antes del compromiso, hoy eso es lo más importante. Los pastores evangélicos, que son considerados los guías espirituales en cerca de 500 comunidades de Chimborazo, dictan un curso pre matrimonial que dura 15 días. En ese tiempo, los novios deben probar que se conocen bien y que están listos para la unión.
Lo mismo ocurre en otras provincias como Cotopaxi y Bolívar. “Cuando se implementó la educación intercultural, los jóvenes empezaron a tener más contacto entre sí. Así se rompió el mito de que los hombres y las mujeres no podían entablar conversaciones, y por obvias razones, enamorarse era lo más natural”, explica el sociólogo Cristian Álvaro.
Pero algo que no ha cambiado en la cultura indígena, es contraer matrimonio a temprana edad. La semana pasada, Marco Conduri y María Manuela Guanolema, de 17 y 16 años, se casaron en el Registro Civil de Guamote, en Chimborazo.
María Manuela utilizó un anaco gris, un rebozo rosado y una faja bordada, ese es el traje que utilizan las mujeres en su comunidad natal Pull Chico, pero su esposo Marco Conduri, de la comunidad vecina Pull San José, decidió no utilizar el tradicional poncho rojo.
Estos jóvenes se conocieron en Guayaquil. Allá estudiaban y trabajaban cuando se enamoraron y decidieron casarse. “Fuimos novios durante un tiempo, por eso decidimos casarnos”, cuenta María Manuela, con timidez.
Sus padres supieron de la decisión solo unos días antes de casarse, cuando la familia del novio visitó su casa para pedir la autorización de los padres.
“Ni le vi bien la cara, porque tenía una capucha, pero le pregunté a mi hija y ella dijo que le amaba, por eso aceptamos. Mientras que para que a mí dejaran casar, tuve que estar parado afuera de la casa de mi esposa casi dos días”, cuenta entre risas Lorenzo, de 61 años.
CIFRA
600 matrimonios indígenas se realizaron durante el 2014 en Chimborazo. Hubo 29 divorcios.
En contexto
La opinión de los ancianos de las comunidades es muy importante para los padres que aprueban o niegan el matrimonio de sus hijos. Con la migración y las religiones, las condiciones en las que se forman las parejas han cambiado. Ahora se permite el enamoramiento.