Cecilia Guasco vende cuatro litros de leche diarios para llevar el alimento a sus cinco hijos. Lo hace en el centro parroquial de Ducur, que está a dos horas de Cuenca.Esta campesina de 33 años y de contextura delgada luce unas botas de caucho, una pollera de color rojo, un poncho verde y un sombrero de paño. Con esa vestimenta se cubre del frío que hace a las 04:30. A esa hora ordeña sus dos únicas vacas.
Es oriunda de la comunidad de Jalo Pata, que está a una hora del poblado de Ger, de donde es oriundo el sobreviviente ecuatoriano de la masacre en México. La venta se inicia a las 06:15 y dura unas dos horas. Con ansiedad observa de un lado a otro en busca de un cliente que le lleve por USD 0,30 el litro de leche.
Con USD 1,20 que reúne compra fideo y papas para el almuerzo. Guasco vende toda la leche que producen sus dos vacas porque no tiene qué dar de comer a sus hijos. Esta situación de angustia la vive diariamente.
María Pomaquiza es moradora de Chocalcay, de la parroquia Ducur. Ella vive otra historia difícil. Subsiste de la siembra de maíz, papas y hortalizas, productos que le sirven para el autoconsumo.Ella no recibe las raciones alimentarias del Gobierno. Cinco vecinas sí lo hacen. En ocasiones pidió dinero con intereses de hasta el 10% para cubrir gastos de enfermedad y alimentación.
Esta situación hizo que su marido, Pedro Cuyay, emigrara hace cinco años a Estados Unidos. Aún está pagando las deudas.
En Ducur hay18 comunidades y 5 000 habitantes. Gerardo Martínez, vocal de la Junta Parroquial, cuenta que cada vez existen más problemas. El principal es la falta de trabajo, esto desencadena en que las familias no tengan qué comer y padezcan enfermedades como la tuberculosis.
A 20 minutos de Ducur está la comunidad de Apangol. Allí vive Agustina Pomaquiza, madre de ochos niños. Su tierno hijo José llora y pronuncia “papi ven”.
Desde hace dos años su esposo José Velecela trabaja en La Troncal, en plantaciones de caña. Lo que se produce en su comunidad no alcanza para sobrevivir.
Velecela gana USD 240 al mes y de ese monto paga USD 20 mensuales por una pieza. El resto sirve para la alimentación de sus ocho hijos (el mayor tiene 11 años) y de su esposa.
A una hora de Apangol está Ger. Se llega por un camino polvoriento de tres metros de ancho. A la entrada de la comunidad viven Manuela Guamán y su familia. Ella es la única habitante que tiene agua. Cavó la tierra y encontró agua que viene de la montaña.
Con este pozo de agua sembró maíz, arveja y hortalizas e impidió que su ganado se muera por falta de agua, como en el 2009.
Su esposo, Anecito Guamán con enojo mira hacia la montaña y recuerda que son cinco años que no hay canales de riego y que desde entonces la situación económica ha empeorado. Hay días que no tienen qué comer.
En medio de un terreno seco de Ger se encuentra Luis Delgado, de 23 años. Él lleva el ganado al pasto mientras su hijo de un año llora de hambre. Suele trabajar en la construcción en Cañar y gana USD 70 a la semana. Como agricultor cobra USD 50 a la semana.
Cada una de las 250 familias de Ger busca cómo sobrevivir ante su pobreza extrema. Una de ellas es Lourdes Guamán, quien una vez a la semana se dirige a La Troncal para vender 15 libras de queso. Cada una vale USD 1.
María Lala no tiene ganado. Solo maíz para alimentar a sus dos hijos y seis nietos. Ella habla poco el español pero se le entiende la desesperación en la que vive.
En el fogón de leña, Lala coloca la olla para cocinar el maíz. Cecilia Guasco, en cambio, lava los jarros en los que al día siguiente medirá la leche para venderla.