Detrás de 212 personas, Maruja Marcial ocupaba el último lugar en una fila que se formó, el jueves último, para comprar azúcar.
“Este es el segundo día que tengo que hacer cola”, dijo, resignada, esta ama de casa, mientras esperaba su turno en el parque central de Tulcán.En sus manos, Marcial sostenía un boleto con el número 154.
Lo adquirió un día antes en la Corporación Aduanera Ecuatoriana (CAE). Ahí también se formó otra larga hilera de personas que esperaban conseguir un tique luego de pagar USD 33,20.
Ese documento, más la cédula de ciudadanía ecuatoriana, les garantizaba acceder a uno de los 300 sacos de azúcar, de 50 kilos que el Servicio de Vigilancia Aduanera (SVA) incautó a los contrabandistas que intentaban llevarlos a Colombia.
El precio le alegró a Marcial, quien en las últimas semanas estaba pagando USD 0,50 por la libra de azúcar, en una tienda de su barrio, por el desabastecimiento. Sin embargo, no sabe cuánto le durará, pues esta mujer, de 62 años, tenía que compartir el producto con las familias de sus cinco hijas, que no pudieron estar en la fila por cuestiones de trabajo.
Aquí las largas filas, a pie o en carro, se han convertido en una costumbre urbana. “Eso es culpa de los malos comerciantes que especulan con los productos para llevárselos a Colombia, en donde los venden a mayor precio”.
Así reflexionó Jorge, un profesor jubilado, que prefirió reservarse su apellido. Como ejemplo señala que el tanque de 15 kilos de gas, que en Ecuador cuesta USD 2,50, en Colombia vale 33 000 pesos (USD 15).
“Nosotros hacemos columnas para comprar combustibles, alimentos, pagar la luz, el agua y, hasta, para entrar o salir a Ipiales. Es una falta de respeto a la dignidad humana”, explicó, molesto.
Él esperaba su turno para adquirir azúcar, en el parque central. Maruja Marcial le dio la razón asintiendo con la cabeza.
Para el analista socioeconómico, Ramiro Robles, el problema tiene relación con la condición de ciudad fronteriza.
“Tulcán (Ecuador) e Ipiales (Colombia) reciben el impacto directo de las bonanzas y crisis económicas de sus países. Antes, nosotros íbamos de compras a Colombia y ahora vienen ellos”.
En medio de esa dinámica crecieron el comercio formal e informal. Solo basta recorrer las largas y estrechas calles de Tulcán para comprobar las numerosas tiendas y almacenes.
Se calcula que el 70% de los 82 734 habitantes de esta gélida ciudad vive de la compraventa de productos de primera necesidad. Los datos corresponden a la Cámara de Comercio.
Esa demanda de productos ecuatorianos y las restricciones para evitar el contrabando tienen en jaque, por el momento, a los habitantes de Tulcán.
Eso lo sabe bien William Fuentes, quien, el viernes último, también esperaba tras 11 vehículos, un turno, en la gasolinera Carchi. Él solo puede abastecerse de gasolina extra los días pares, igual que el último número de la placa de su auto, para comprar un máximo de USD 10.
Ese es un mecanismo que las autoridades instauraron hace un año, para reducir las aglomeraciones. Sin embargo, no han dado del todo resultado.
Igualmente, se estableció un sistema de boletos para adquirir el gas de uso doméstico.
Cada mes, las familias tienen que retirar con una tarjeta, un tique en uno de los cinco cajeros automáticos que hay en Tulcán.
Esto les garantiza la compra de uno o dos bombonas, según el número de miembros de la familia. Pero, igual, la gente se aglomera durante los primeros días de cada mes en los cajeros.
Las filas, que parecen interminables, se repiten en el Puente Internacional de Rumichaca delante de los controles de la Policía y de Aduanas.
Tras una hora de espera, Marcial recibió su saco de 50 kilos de azúcar. Espera no tener que hacer fila nuevamente, al menos, durante este mes.
No todos ven un problema en hacer filas para comprar los productos de primera necesidad.
El profesor Leornardo Villareal dijo que esa práctica también refleja la educación y buenas costumbres de Tulcán, la ciudad de las largas filas.