“En las comunidades indígenas de nuestro país, las personas ya compran aspirinas en la tienda local; ya no consumen sus plantas medicinales”, explica Andrés Calero, técnico biólogo de la Coordinación de Saberes Ancestrales de la Senescyt. El experto visita regularmente comunidades tanto de la selva como de la zona andina de Ecuador. Explica que hasta en las zonas rurales aparentemente ajenas a los procesos globalizantes, se están perdiendo las tradiciones ancestrales.
Para lograr definir el problema, el Gobierno ecuatoriano, a través del Senescyt, está implementando una serie de talleres en las comunidades indígenas denominados ‘Proyecto Vicat’. Vicat significa ‘Índice de Vitalidad del Conocimiento ambiental Tradicional’. Busca crear una base de datos científicos que pueda “cuantificar” la pérdida de conocimientos ancestrales y que edades se está dando mayormente.
Este innovador método de estudio busca revolucionar la investigación sobre conocimientos tradicionales a menudo enfocada demasiado al componente social, explica Calero. “Existen miles de estudios sobre conocimientos tradicionales desde el lado social y antropológico; sin embargo, no existe bases estadísticas que den un peso científico a estas investigaciones y que nosotros podamos utilizar para actuar al respeto”, añade el biólogo.
Para poder medir el grado de pérdida de conocimiento, se divide a la población de una comunidad por rango de edad: niños, jóvenes, adultos. Sucesivamente, se pregunta al niño cuantas plantas medicinales conoce el niño, cuantas el joven y cuantas el adulto. Una vez recopilados estos números, se pasa a la entrevista personal con las personas.
“El niño responde, por ejemplo, que conoce 10 plantas, el joven 20 y el adulto 60. ¿Qué pasa en la transición entre el niño y el adulto? En las entrevistas nosotros le preguntamos al adulto:” ¿Cuántas plantas conocía usted a los 10 años?” –y el adulto responde: “Yo a los 10 años conocía 60 plantas medicinales”. De esta forma nosotros evidenciamos que ha habido una pérdida”, explica Calero.
Según el experto, este proceso se debe a la ola globalizadora que ha llegado al Ecuador. El ingreso de grandes empresas agrarias, por ejemplo, desplazó los conocimientos tradicionales incluso sobre plantas comestibles como el frejol. Un ejemplo tangible fue el ‘boom’ del sembrío de quinua, un cereal de la zona andina que hace algunos años estaba desapareciendo.
Hace menos de una década se volvió a culticar, tanto que actualmente ha desplazando otros sembríos andinos, como el frejol. En 2013, la FAO declaró el año mundial de la quinua. “Fue el boom de la quinua y ahora todo el mundo quiere sembrar quínoa. Donde antes se sembraba frejol ahora se siembra quínoa, porque esto es lo que pide el mercado. Se está perdiendo la enorme variedad de otros cereales y granos que tenía el país”, argumenta Calero.
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Pirtatería Biológica
Sin embargo, no siempre se pierden los conocimientos ancestrales. A veces los roban. Ecuador, destino turístico de miles de personas cada año que buscan observar la enorme variedad de especies animales y vegetales del país, también cuenta entre sus “visitantes” con científicos extranjeros decididos a llevarse material biológico para sucesivamente extrapolar sus principios activos e integrarlos al comercio farmacéutico, uno de los que mueve más recursos en el mundo.
Wilson Rojas, director del departamento de Biodiversidad del Ministerio del Ambiente, explica que la biopiratería es el “acceso ilegal a un recurso genético por parte de científicos, a menudo llevado a cabo asociándose a procesos de investigación de investigación con universidades locales para hacer una actividad muy puntual; sin embargo, acaban haciendo algo más, buscando plantas para extraer principios activos útiles para elaborar medicinas para la cura de x enfermedad. Se llevan la planta y luego la patentan”, explica Rojas.
Estos “robos” se cumplen a veces con la inconsciente complicidad de chamanes indígenas que “indican” cuales plantas son útiles para curar una enfermedad, reduciendo sustancialmente el rango de investigación de una farmacéutica. En este caso, se definen estos bienes como “material genético asociado a conocimiento ancestral”, debido a que el uso de una planta (material genético) ha sido transmitido por generaciones entre pobladores de una comunidad y en ciertos casos utilizado por fines sagrados (conocimiento tradicional).
María de Lourdes Torres, vicedecano de la Facultad de Biotecnología de la Universidad San Francisco de Quito, explica que la biopiratería en el país existe en parte debido a la “enorme dificultad que encuentran los científicos para obtener un permiso de acceso a un recurso genético”.
Según la doctora, desde 1992, año de creación del CDB (Convenio sobre biodiversidad Biológica), no se ha otorgado siquiera un permiso de acceso a recursos genéticoS. “La falta de proceso claros y lineares pero sobre todo ágiles para poder investigar un compuesto genético abren las puertas a la ilegalidad”, añade Torres.
Actualmente, para intentar marginar esta problemática que en el pasado vio el Ecuador como protagonista de famosos casos de biopiratería (el más conocido es el de la Ayahuasca, planta sagrada que fue extraída del país en los años ’80 y patentada en el ’86), se está trabajando en la implementación de una Oficina de Lucha en contra de la Biopiratería, un organismo ya implementado en Perú.
Más información:
Escuche una entrevista con con Andrés Calero sobre Proyecto Vicat
Escuche una entrevista con María de Lourdes Torres sobre Biopiratería