Cada tarde antes de las clases, las madres toman las precauciones de bioseguridad para los escolares. Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO.
Empezó con 15 alumnos y ahora piensa abrir dos horarios para guardar el distanciamiento entre ellos. Nikool Rosero (18 años) terminó el colegio el año pasado y hace una semana dirige la que podría ser una pequeña escuela comunitaria en La Cumbre, uno de los barrios más apartados de Monte Sinaí en Guayaquil.
En este extenso y populoso territorio de la Perimetral noroeste, de calles empinadas y cubiertas de polvo, el inicio del año escolar en ciclo Costa, en medio de la pandemia por covid-19, representó una encrucijada para varias familias.
“Conversé con algunas mamitas y me dijeron que sus niños no estudiarían este año, porque no tenían servicio de Internet para las clases on-line o porque no tenían dinero para pagar las pensiones. Y nació en mí poderles enseñar”.
El padre de la jovencita habló con una vecina, quien le prestó su vivienda donde improvisaron algunos pupitres. Luego Nikool consiguió cuatro ayudantes, entre ellas sus hermanas, para las clases.
Los alumnos llegan poco antes de las 14:00 con sus coloridas mascarillas. Saludan, guardando la distancia. En el transcurso de las clases, los frascos de alcohol y gel desinfectante se camuflan entre los útiles escolares regados sobre las mesas. A las 16:30 los chicos vuelven a sus casas.
“No tenemos un gran espacio y ya no podemos recibir a más niños. Por eso haremos dos grupos, por precaución”, dice la joven instructora, quien a más de las fichas pedagógicas del Ministerio de Educación da algo de Matemáticas, Lenguaje, Ciencias…
799 881 estudiantes de la zona 8 (Guayaquil, Durán y Samborondón) empezaron el 1 de junio clases no presenciales, debido a la emergencia sanitaria. Las plataformas en línea son parte de las herramientas para tener cierta cercanía y orientación de sus maestros.
Pero poco más de la mitad de la población de Guayas en edad escolar (56%) no tiene Internet en casa. Las mayores dificultades están en las zonas rurales, donde se planifica volver a las aulas desde el 15 de julio; y sectores urbano marginales como Monte Sinaí, donde hay más de 28 000 familias.
De las adversidades, sin embargo, han surgido historias alentadoras como la de Carolina Espinoza, la maestra que ganó reconocimiento por visitar a sus alumnos en el cantón Playas en bicicleta. Ha recibido placas, una moto, hasta una beca para una maestría.
Melanie Rosero ayuda en las tareas a un niño en edad escolar en Guayaquil. Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO.
Su ejemplo de heroína no es el único. Dennise Toala (16 años) es también una inspiración. Ella fue una de las primeras en adaptar una escuela bajo un árbol, plantado en una loma de Monte Sinaí. Por su esfuerzo, el Municipio facilitó textos escolares y materiales didácticos para sus alumnos. La Dirección de Acción Social entregó también una tablet.
Nikool sueña con estudiar Educación, aunque no ha logrado conseguir un cupo para la universidad. Por ahora se concentra en seguir sumando apoyo para sus alumnos.
Una empresa papelera donó cuadernos a los niños de su sector. Y la corporación Hogar de Cristo colabora con esta y otras iniciativas comunitarias, como la de Samuel Castro (21) y Elizabeth Lucas (20) en la cooperativa Trinidad de Dios.
Ambos son integrantes del grupo Misión Juvenil de la corporación y a través de ella gestionaron la entrega de víveres a sus vecinos desde el inicio de la pandemia. Así surgió la red popular solidaria Ocho cuadras, que también hizo una encuesta para conocer cuántas familias tienen conectividad.
“En estas ocho cuadras descubrimos que 80 niños no tienen este recurso y van lejos, donde familiares, solo para enviar las tareas. Se nos ocurrió adecuar un espacio detrás de mi casa, un tipo de casa comunal, y yo puedo facilitarles la Internet”, cuenta Samuel.
Hogar de Cristo dio planchas de zinc para la estructura. La comunidad ha conseguido clavos y cañas, pero aún faltan las conexiones eléctricas y también buscan que una empresa done dispositivos o tablets porque algunos hogares apenas tienen un celular.
Realidad de Dios es otro barrio de Monte Sinaí que se sobrepone a su realidad. Así como levantaron sus casas, establecieron sus calles, idearon alternativas ante la falta de servicios básicos y se organizaron como comunidad, ahora buscaron la forma de que sus hijos no abandonen los estudios.
Aquí Andrea Rodríguez (31), madre de tres pequeños, planeó una estrategia para educar a los chicos del sector, porque algunos incluso no han sido matriculados en el sistema público para el ciclo anual.
Por eso desde hace dos semanas, de 09:00 a 11:00, improvisan una escuela al aire libre, en el patio de una iglesia cercana. “A más de llevar sus cuadernos, los niños saben que deben llegar con mascarilla y tener alcohol en sus mochilas”, dice.
La guía de las clases está a su cargo, junto a otras madres de familia que desde esta semana esperan capacitarse con la ayuda de maestros. “Por ahora solo el instinto de mamá nos alienta a enseñarles”.
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