Las Mamas Negras usan vistosos trajes y se pasean a caballo en medio de las comparsas, cargando a su Baltazara. Foto: Armando Prado / EL COMERCIO.
La devoción por la Virgen de la Merced, en Latacunga, motiva a cientos de personas a participar en la tradicional y colorida fiesta de la Mama Negra septembrina.
Esa fe le da la fuerza a personas como Héctor Díaz para cargar una ashanga de más de tres quintales de peso durante los dos desfiles del 23 de septiembre, en la víspera del día de María de la Merced. Es una estructura metálica o de carrizo que lleva un chancho, cuyes, gallinas (ya faenados), botellas de licor, cigarrillos, frutas, etc. como una ofrenda a su patrona.
46 comparsas de diversas asociaciones de devotos y donantes participaron con su banda, danzantes, ashangueros, carishinas, curiquingues… en un desfile que se desarrolló el martes, hasta el mediodía.
La alegre música de las bandas de pueblo no paraba pese al cansancio. En la soleada mañana, todos debían bailar por las calles, incluso aquellas empinadas que conducen a El Calvario, destino del desfile.
Bajo sus disfraces verdes, amarillos, fucsias…, los ashangueros llevaban esponjas para disminuir la presión de las fajas con que sujetaban la pesada carga a sus cuerpos. Sin embargo, conforme avanzaban las horas, el dolor se evidenciaba en la expresión de sus rostros.
Pero en el camino, la gente les daba ánimos y les ofrecían agua para que se refrescaran y tomaran fuerza para continuar. La casa de Consuelo Tapia está en el barrio San Sebastián y por su puerta pasan las comparsas. Llora al recordar que su nieto que ahora tiene 15 años sufre de una discapacidad por falta de oxígeno a la hora de nacer.
Su condición la motivó a preparar chicha para la gente. “Lo hago por devoción a la Virgen y a Dios, porque él nos da la vida. A mi nietito le hizo andar. Desde la primera vez que dimos la chicha, él camina”.
Este año, su hijo Benito se encargó de la chicha desde el domingo. La hicieron con medio quintal de siete tipos de maíz, que rindió para llenar siete canecas con más de 5 000 litros de chicha de jora.
Las cholas son parte de las comparsas. Algunas ofrecen bebidas, dulces y frutas a la gente que mira los desfiles. Foto: Armando Prado/ EL COMERCIO.
En la casa de Tapia se duerme poco en estas fiestas. Ella, por ejemplo, se acostó a las 23:00 del lunes y estuvo en pie a las 03:00 del martes. Ayudó en la preparación del seco de carne -que dieron como desayuno a toda la comparsa– y también en el yahuarlocro y el hornado que ofrecieron en el almuerzo.
Su hijo Alfredo Jácome fue una de las Mama Negra que hubo en la fiesta. Él dirige la Cooperativa de Ahorro y Crédito Andina y el martes la representó en el desfile. “Le tenemos amor vivo a la Santísima Virgen de las Mercedes, desde muy chiquito he sido muy devoto de ella y me ha bendecido”.
Dos modistas de su barrio le hicieron cuatro trajes de Mama Negra, en los que invirtió alrededor de USD 4 000.
Pero él no es la única Mama Negra. Otro es Luis Chacón, de 26 años, que desde los seis ha participado activamente, primero como Embajador y Rey Moro. “Esta es la identidad latacungueña y es patrimonio cultural. Este es un cargo de responsabilidad, porque debemos preservar las tradiciones de los pueblos”.
Después de subir con esfuerzo a El Calvario, las comparsas se llevan su música a las casas de los priostes. Allí degustan suculentos almuerzos con comida típica para tener fuerza para el desfile de la tarde.
En esta tradición se destacan los niños que empiezan a vivir la herencia cultural de sus familias. Hubo ‘miniashangueros’ cargando lechones y ‘minicarishinas’ regalando caramelos y azotando sus vetas o cabestros a los pies de los espectadores. La fiesta religiosa continuó en la noche con el rezo del último día de la novena y la misa campal ayer.