Llegué en 1976. Venía de paso para tramitar mi visa a Venezuela. La estadía se alargó en la búsqueda de juntar dinero para volver a mi natal Argentina pero Guayaquil me atrapó. La ciudad era totalmente distinta, pero siempre fue linda, pese a no tener la belleza de la regeneración de ahora.
Vine de 21 años y en esa época hacía vida bohemia. Había muchos night club, todos en los suburbios, y nunca nos pasaba nada. Ahora no hay seguridad.
Uno de los huequitos famosos era el Rincón de los Artistas. Un día me llevó un amigo y ‘El Capitán’, su dueño, me presentó a dos argentinos que bebían allí. Eran Leo Marini y Carlos Argentino que estaban con Julio Jaramillo y Daniel Santos. Añoro ese Guayaquil bohemio.
El cambio en la ciudad más significativo es el del malecón porque permitió volver a unir a la gente con el río. Siendo una ciudad puerto permitió revivir ese romance con el río Guayas.
Lo que más me llamó la atención del guayaquileño fue su apertura, la calidez para recibir al extranjero. Cualquiera te daba una mano.
A Guayaquil la defino como cálida, dulce, acogedora, desordenada pero mágica.