La vida cotidiana cambió notoriamente en la capital azuaya en la última década. La otrora tradición de la siesta del mediodía, que las familias cuencanas la cumplían como una religión, va quedando solo como un recuerdo.
El radiodifusor Daniel Pinos, de 86 años, lo sabe. Con nostalgia recuerda aquella ciudad sosegada de hace 70 años, conventual, y una verdadera casa grande para la sociedad. Dice que a los 11 años llegó por primera vez a Cuenca, desde su natal Girón (Azuay), para trabajar con un tío exportador de sombreros.
Al mediodía, las 20 manzanas que componían el Centro Histórico se desocupaban, los negocios cerraban y la urbe se silenciaba. Y cuando alguien interrogaba, ¿dónde están todos?, la respuesta natural era: “durmiendo la siesta del almuerzo”, evoca Pinos en tono sonriente.Eliécer Cárdenas, conocido novelista, explica que esa costumbre la impusieron los españoles en la Colonia, pues en Madrid aún persiste. Consistía en descansar y dormir durante 30 minutos después de almorzar.
Eso les ayudaba a recargar energías y responder mejor en la segunda jornada de trabajo del día, que iba hasta las 18:00.
Pinos acogió esa costumbre y la mantiene casi inalterable. A las 12:00 se sirve el almuerzo. Luego descansa 20 minutos antes de bajar al informativo en radio Cuenca A.M. (13:00) de su propiedad. Ésta funciona en la planta baja de su casa de estilo antiguo, en el sector de El Batán.
Un sillón en la sala o en el cuarto de estudio, abarrotado de libros, en la segunda planta, son los sitios para este rápido y saludable reposo. Esa costumbre empezó a cambiar con el crecimiento poblacional y económico, y el ajetreo cada vez más intenso en la ciudad.
El termómetro más evidente está en el mismo Centro Histórico, donde la mayoría de negocios (almacenes, joyerías, zapaterías’) no cierra sus puertas al mediodía. El 80% de los locales que hay en las calles Bolívar, Gran Colombia, General Torres y Padre Aguirre, las de mayor movimiento comercial, abre a las 09:00 y cierra a las 19:00.
Los empleados cumplen turnos y tienen hasta 90 minutos de receso, a las 13:00. Bazar La Victoria, de la Gran Colombia, es uno de ellos. Marcelo Ulloa, uno de los propietarios, sostiene que hace 60 años cuando abrieron el negocio, el Centro Histórico quedaba vacío al mediodía y el silencio era interrumpido solo por el paso de algún vehículo, de los pocos que circulaban.
Salvador Pacheco, de 85 años, tiene el almacén de electrodomésticos más antiguo en el centro de la urbe (65 años). Pese a los cambios vertiginosos de la ciudad, él mantiene el descanso de dos horas para los 98 empleados. Él recuerda que hasta hace 10 años laboraban de 08:00 a 12:00 y de 14:00 a 18:00.
Ahora empieza la jornada a las 09:00. Dos horas cierran al mediodía y concluye la jornada a las 19:00. “La gente sale de sus trabajos a hacer compras y se queda más tiempo en la calle”. Él considera que en dos horas el empleado sí puede hacer la siesta.
Cárdenas dice que en este siglo los únicos que pueden mantener religiosamente la siesta son los jubilados, personas de la tercera edad o los que disponen de tiempo libre. “Para el resto quedó solo como una reliquia”.
Todo ha cambiado en Cuenca, asegura Pinos. La ciudad de 20 manzanas que iniciaba en San Sebastián y terminaba en San Blas, con pocas viviendas, dio un gran giro. Hay varias facetas que ya no se viven como subir tranquilos por El Vado y pararse a saludar a los amigos.
Ahora esa zona, a cualquier hora del día, es casi exclusiva de los universitarios y de los turistas. Estos últimos apenas se detienen unos minutos para fotografiar las casonas coloniales junto al río Tomebamba, porque interrumpen el alto tránsito peatonal, entre la gente que sube y baja hacia el Centro Histórico.
En el corazón de la urbe el panorama es de mayor congestión vehicular. “Uno se demora más en carro que caminando”, advierte Pinos, mientras se lleva las manos a la cabeza y se acomoda la característica boina que acompaña su vestimenta los 365 días del año. “Esa es la Cuenca actual, una ciudad agitada que aprendió a vivir a prisa”.