Luca Pallanca impulsa la ayuda social en azuay por la pandemia

Luca Pallanca tiene una pizzería en Cuenca.  A diario entrega comida a quien la necesita. Foto: Lineida Castillo / EL COMERCIO

Luca Pallanca tiene una pizzería en Cuenca. A diario entrega comida a quien la necesita. Foto: Lineida Castillo / EL COMERCIO

Luca Pallanca tiene una pizzería en Cuenca. A diario entrega comida a quien la necesita. Foto: Lineida Castillo / EL COMERCIO

Luca Pallanca dice que disfruta su vocación de servicio. Piensa que siempre puede hacer más por las familias de escasos recursos económicos de Cuenca y Azuay.

Este italiano, de 45 años, es geómetra de profesión e hijo único de Julio Pallanca y Daniela Lacacio. Recuerda que su infancia fue muy alegre.
En enero del 2014 dejó su natal Savona, una ciudad turística ubicada a 45 kilómetros de Génova, para radicarse en Ecuador. Su viaje tuvo una razón fundamental: su pareja. Es una guayaquileña que vivió varios años en Italia y que estaba embarazada.
Comenta que esa decisión pesó más que una importante oferta laboral de una empresa transnacional, para construir una refinería en una ciudad de África. Hasta el último día, sus padres -dice- intentaron convencerlo para que no se marchara, que se quedara a vivir en Italia.
Pero, hace siete años llegó a Ecuador con su pareja y con Olivia, la perrita que lo había acompañado los últimos 11 años y que murió el año anterior, por su edad. Primero arribó a Quito y luego a Cuenca, ciudad que le gustó por su clima, arquitectura y su entorno paisajístico.
Pallanca no llegó con un proyecto específico, pero al ver la dinámica turística de la capital azuaya creyó que sería genial abrir una pizzería, como un negocio familiar. “Es lo que sabemos preparar los italianos y yo lo aprendí a los 14 años, en mi primer trabajo en un restaurante”, recuerda con una sonrisa.
Concretó rápido su sueño y a los cuatro meses abrió al público la Focaccia Pizzería, en el Centro Histórico de Cuenca. Por la aceptación lograda creó franquicias para locales en Machala, Santo Domingo, Guayaquil y Quevedo.
En este emprendimiento nació su vocación de servicio. La comida que le sobraba de la noche anterior no la tiraba. La ofrecía a las personas que viven en la calle o que pasaban por el centro de la ciudad.
Nunca antes había hecho obra social, pero en Cuenca recordaba la frase de su madre. “Hay que acabar la comida o compartir con los que menos tienen, pero no desperdiciarla”.
Hasta febrero del 2020 entregaba porciones de pizza y panes a unas 40 personas al día. Pero con la pandemia, aumentó el número de personas que esperaban en los exteriores del restaurante por la comida.
Les ofrecía café con pan o pizza y por la demanda creciente, a través de una emisora, solicitó donación de alimentos a los azuayos. El mismo día le llegaron un quintal de arroz y otro de granos. Con la ayuda de Byron Fárez, como voluntario, hacían porciones por libras y entregaban.
En los días posteriores se sumaron más donaciones de víveres, hortalizas, lácteos, frutas, cereales. En el punto más crítico de la pandemia, entre junio y agosto, tuvieron más de 3 000 personas diarias que hacían fila en los exteriores de su local, que llegaban por comida.
Nadie se iba sin recibir los alimentos, cuenta Fárez. Llegaban mujeres con niños en brazos, adultos mayores y venezolanos. De ese modo nació el proyecto Todos Somos Uno, que por la coyuntura social se amplió hacia
la educación y la salud.
Recibió donaciones de escritorios, computadoras y tabletas en buen estado, para los niños que no tenían equipos para la educación virtual. La primera vez consiguieron que 11 niños de Punta Hacienda, parroquia Turi, retomaran sus clases y ya son más de 60 los beneficiados.
El proyecto recibe el apoyo de las empresas Nutri, Mega Tienda del Sur, Snacks de Santy, entre otras. Con estas y otras donaciones entregan unos 300 kits quincenales a las familias de los barrios y comunidades rurales, adonde también llegan con brigadas médicas y funciones de títeres. Ya son más de 60 barrios asistidos dentro de la pandemia.
“Gracias suquito, gracias gatito”, le dijo María Rosario Villegas, de 85 años, cuando recibió los alimentos, en la parroquia Chaucha. “Es solidario”, comentó Luis Vega, presidente de la Junta Parroquial.
Su nombre es reconocido en la capital azuaya y su trabajo, admirado por sus amigos de Italia. “Mis padres dicen que están orgullosos de mí” y han visto de cerca su trabajo, porque en tres ocasiones han venido a Ecuador para compartir con el nieto Daniel, que tiene 6 años”.
Pallanca es capaz de detener el tránsito cuando un camión estaciona frente a la pizzería para dejar alimentos. “Nadie se molesta y algunos transeúntes colaboran, es una especie de cadena, para agilitar el desembarque”.
Un total de 50 jóvenes se sumaron como voluntarios, entre ellos médicos, personal de la Cruz Roja y del Club Rotario. La Unión Nacional de Educadores aporta con parte de sus instalaciones, ubicadas cerca de la pizzería. Allí funcionan los consultorios médicos y odontológicos para personas de escasos recursos.
También asisten docentes que colaboran en el refuerzo escolar de los estudiantes y voluntarios que ayudan a registrar a los adultos mayores para la vacunación contra el covid-19. Hace dos semanas, un cuencano de 93 años llamó emocionado para ¬agradecer a Pallanca, porque le pusieron la primera dosis.
La gratitud de la gente nos emociona, comenta Pallanca. De ninguna persona o institución recibe dinero, solo productos. En ocasiones, migrantes le han llamado para ofrecer dinero, pero les sugiere que un familiar compre los alimentos y entregue

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