Ni siquiera los cuencanos con mayor nivel de instrucción tienen garantizado el empleo, menos los ex migrantes sin ninguna profesión que retornan al país tras años de permanecer en EE.UU. o en Europa. Por eso, varios optan por ser taxistas.
Esa es la tendencia que ha marcado a la actividad en los últimos cinco años en Azuay.
Fausto Calderón, de 38 años, retornó a su natal Cuenca hace tres años. En EE.UU. vivió una década. Emigró en busca de trabajo para dar una mejor vida a sus hijos, pero regresó por ellos.
Ahorró USD 10 000 y no tenía planes de un negocio. Antes de emigrar era chofer de una empresa de lácteos. Casi al mes del retorno compró un taxi y pagó por el derecho de ingreso en la Cooperativa 12 de Abril.
Solo en esta cooperativa -que agrupa a 38 socios -hay ocho emigrantes, dijo Calderón, entre ellos Patricio Zeas y Julio Torres.
Calderón está satisfecho con este oficio: “Es un trabajo propio, de menos esfuerzo, donde uno se impone las horas de trabajo y se pasa más en familia”.
Según Bolívar Sucozhañay, presidente de la Unión de Taxistas del Azuay (UTA), solo en Cuenca de los 3 600 taxis registrados legalmente unos 500 socios son ex emigrantes. Aparte calcula que hay otros 1 500 que laboran sin permisos y que también tienen un alto porcentaje de socios ex emigrantes.
Él admite que la oferta de taxis es alta en Cuenca (allí viven 519 000 personas) y en Azuay. Y responsabiliza del problema a los políticos que en su momento dieron cupos a varias personas por favores electorales, sin ningún estudio técnico. También a la falta de fuentes de trabajo.
A él le consta que entre los 4 200 taxistas que hay en Azuay existen arquitectos, abogados, maestros, ingenieros, periodistas… que optaron por este oficio por la desocupación. “Muchos ven a esta actividad como fácil”.
Joel Mendieta, otro emigrante, fue al taxismo porque antes de salir del país y durante los ocho años que vivió en EE.UU. solo trabajó como albañil y chofer de maquinaria pesada. “No sé hacer otra cosa. Por eso, no me arriesgué a montar un negocio en otra área”.
Calderón y Mendieta coinciden en que este trabajo no es para lucrar. Según ellos, la ganancia líquida que les queda por día oscila entre USD 20 y 25 (pagando el valor del combustible y mantenimiento) y trabajando de 12 a 14 horas. “Eso apenas alcanza para mantener a la familia”, dice Calderón, padre de tres hijos.
Claudio Loja, ex emigrante, vio en el taxismo la única forma de tener un empleo seguro. “Llevaba tres meses sin trabajo en Ecuador, luego de vivir 11 en España. Allá por lo menos tenía trabajo por horas y nunca estuve desempleado”.
Para Sucozhañay, el 30% de los socios mantiene sus unidades laborando las 24 horas. En el día trabajan ellos, y en la noche y madrugada un chofer contratado, sin afiliación o seguro social porque la situación es compleja. Riobamba, repleta de taxis
Por las calles adoquinadas de Riobamba circulan cada día 2 300 taxis, los cuales sirven a 180 000 habitantes.
Al mediodía y en la tarde, los carros amarillos cruzan por las calles flanqueadas por edificios y casas de estilo republicano. Esta cifra de taxis excede las normas internacionales que establecen que por cada millón de personas deben rodar 3 000 taxis. Así lo sustenta un estudio de la Consultora Vera y Asociados, contratada por la Agencia Nacional de Transporte Terrestre, Tránsito y Seguridad Vial. Sostiene que en la ciudad este servicio está saturado. Además, detalla que esta urbe no requiere nuevas operadoras.
Con esto concuerdan los directivos de la Unión de Cooperativas en Taxi de Chimborazo. Según ellos, el exceso de vehículos amarillos congestiona las calles.
Sin embargo, 17 nuevas compañías gestionan su legalización en Quito para trabajar en los 10 cantones de Chimborazo. Es decir, 500 personas intentan dejar el trabajo informal.
Eso preocupa a Édgar Velasteguí, conductor del carro 54 de la Cooperativa de Taxis Lizarzaburu. La parada está en las calles 10 de Agosto y Velasco, en el centro.
Él conduce desde hace dos años y medio. Su día empieza a las 06:00 y termina a las 20:00. En las 14 horas recorre 300 kilómetros. Da 10 vueltas a la ciudad que se extiende en 2 800 hectáreas. Velasteguí no percibe un salario. Consigue una comisión por su trabajo. Al dueño del auto, le entrega USD 17 al día.
“No hay excusas. Si te fue bien o mal es tu problema. Si hay que trabajar más, hay que hacerlo”, dice el chofer profesional. En el acuerdo, que no consta en un papel, él debe entregar el carro con el tanque lleno. Esto le representa un desembolso de entre USD 10 a 12.
Él solo recibe de USD 4 a 10 de comisión. Jorge Bacacela, presidente de la Unión de Cooperativas de Taxi, asegura que en Chimborazo circulan 2 700 autos asociados en 47 cooperativas y compañías. “La solución no está en crear el servicio ejecutivo para sortear el desempleo. Más bien el tráfico se satura”.