En Pulinguí la gente se dedicará a la crianza de alpacas mientras retornan los turistas. Fotos: cortesía y archivo / EL COMERCIO
Seis proyectos de turismo comunitario de Chimborazo permanecen cerrados, desde que empezó la crisis sanitaria.
Las integrantes de las organizaciones de mujeres artesanas, guías nativos y agrupaciones comunitarias retornaron a sus faenas en el campo, mientras se controla la pandemia.
“Esperamos que la vida se normalice y los turistas vuelvan a llegar, pero mientras tanto nos toca sobrevivir como lo hacíamos antes”, dice Francisca Miñaca, integrante de la organización de mujeres de La Moya, una comunidad ubicada a 30 minutos de Riobamba.
Aunque el proyecto turístico de la comunidad se inició en el 2007, esa actividad se convirtió en el principal ingreso económico de 33 familias en el 2018, debido a que más visitantes empezaron a llegar por la reactivación de la ruta Tren de Hielo, un producto de Ferrocarriles del Ecuador.
La organización de mujeres incluso invirtió cerca de USD 19 000 en la construcción del restaurante y refugio Urkukunapak Wasi. Se ofrecía comida tradicional y hospedaje a los 150 turistas que cada semana llegaban a la comunidad.
Ellas se inspiraron en la historia de los hieleros de la comunidad para decorar y adecuar su restaurante. También se capacitaron para mejorar la calidad de los alimentos.
Antes del impulso que tomó el proyecto turístico, las familias dependían de la venta de sus cosechas y de los salarios que obtenían como albañiles, jornaleros y comerciantes.
“Nos tocará migrar otra vez si el turismo no se reactiva. Necesitaremos ayuda para reactivar los proyectos, después de que la emergencia se termine”, dice Juana Mesa, otra integrante de la agrupación, quien se acreditó como guía comunitaria y artesana.
Mujeres artesanas de San Francisco, en Colta, trabajan en un campo de cebada.
A 15 minutos de esa comunidad está Palacio Real, otro sitio cuya economía depende principalmente del turismo comunitario. Allí hay un restaurante, una tienda de artesanías, una hacienda reconstruida y estaba por inaugurarse un centro de llamaterapia para personas con discapacidad.
“Solo unos días antes de que apareciera el primer caso en Ecuador nosotros aún teníamos turistas. Después todo cambió, ahora el restaurante está cerrado”, cuenta su administradora Ángela Martínez.
Ella volvió a trabajar en un huerto de maíz y a cuidar de sus animales tras el cierre del restaurante y la cancelación de las reservas. Martínez dice que nunca descuidó sus tareas domésticas, mientras trabajó en el proyecto, pero ahora sus ingresos dependen únicamente de los productos que logre vender en el mercado.
En el proyecto turístico de Palacio Real están involucradas 42 mujeres, que daban recorridos por los senderos de la comunidad, y visitas a los criaderos de alpacas y llamas.
Ellas también manufacturan artesanías con fibras de los camélidos, pero debido a la ausencia de turistas esas prendas tampoco se pueden comercializar.
En San Francisco de Cachasaguay, una pequeña localidad que está situada en la misma zona, un grupo de mujeres se dedicaba a la fabricación de mermeladas de frutas y vegetales que siembran en la zona. Sus productos se exhibían en los mercados artesanales y las ferias, y los principales compradores eran los turistas.
Las mujeres ahora buscan nuevos espacios para ubicar sus productos, como canastas de alimentos y kits de ayuda que entregan a organizaciones no gubernamentales y entidades públicas. “Solo vamos a comercializar las mermeladas que ya teníamos listas. No podemos fabricar más porque las labores en la planta están suspendidas”, sostiene la presidenta Clementina Naula.
En Alausí, al sur de Chimborazo, los habitantes de cuatro comunidades esperan la reactivación de los viajes en tren para volver a sus trabajos en la estación de la Nariz del Diablo.
Allí funcionaban ocho emprendimientos comunitarios, además, dos grupos de danza autóctona bailaban para recibir a los visitantes. Ellos permanecen en sus comunidades desde el pasado 17 de marzo.
En esa zona, situada cerca de los límites con Guayas, la gente siembra frutales, maíz y hortalizas que se comercializan en el mercado de Alausí.
“La situación es difícil. En el mercado tampoco nos va bien con la venta del maíz y las hortalizas, porque la gente no tiene dinero. Además, es un riesgo ir a la ciudad porque no tenemos protección”, comenta Ángel Fernández, guía nativo.
Para Estuardo Martínez, especialista en turismo, estos proyectos comunitarios requerirán después un programa especial de apoyo.
Cuando se controle la pandemia, el movimiento continuará lento en las comunidades debido a que la economía global está debilitada, explica Medina. Además, “muchas personas temerán hacer viajes, por lo que los proyectos comunitarios dependerán únicamente del turismo interno”.
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