Carmen Matute camina despacio y está desesperada. Su esposo Carlos se quedó ciego, no puede caminar y sufre constantes dolores de cabeza.
La falta de dinero impide a la mujer llevar a un médico hasta su casa, localizada en la parroquia Huachi Chico, en el sur de Ambato, para que revisen a su marido y le ayuden con los exámenes y recetas.
La pareja se sustenta con los USD 50 del bono que reciben del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES). Tampoco sus dos hijos pueden ayudarles porque se quedaron sin empleo durante la pandemia del coronavirus. La mujer, de 75 años, se enteró que en Ambato había un Banco de Alimentos, y decidió ir.
Desde hace dos meses recibe raciones de alimentos para quince días, que le entrega la Diócesis de Ambato a través de la Pastoral Social Caritas. Al inicio del mes, se dirige a la casa parroquial para recoger esa ayuda, por la cual paga USD 1.
El viernes 1 de octubre del 2021, Matute llegó al lugar a las 09:00 y más de 100 personas de escasos recursos económicos y varios migrantes venezolanos esperaban en fila para recibir arroz, azúcar, fideos, avena, harina y otros productos, que son recolectados de donaciones hechas por empresas, supermercados, fábricas y otros negocios. Una parte también es financiada por la iglesia.
El párroco y responsable de la Comunidad Migrante y de Movilidad Humana, Diego Barreros, los recibe. Cuenta que cada mes se reparten al menos 160 kits alimenticios en el lugar. Esos son distribuidos a la comunidad venezolana y a los moradores de la zona que viven en pobreza extrema.
También gestiona ayuda para las familias migrantes que están en tránsito por la ciudad. A ellos les entregan alimentos no perecibles, ponchos, mascarillas para que utilicen durante su viaje. “El propósito es ayudar a los que menos tienen y evitar que los alimentos se desperdicien”.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO), al menos 1 300 millones de toneladas de alimentos se desperdician cada año, mientras 66 millones de niños en edad escolar asisten a clases con hambre en los países en desarrollo.
Jorge Grijalva, subdirector de la Pastoral Social Caritas de la Diócesis de Ambato, dice que en Ecuador se desaprovechan 939 000 toneladas de comida al año, eso equivale a USD 334 millones. “Nuestro país es una de las naciones de la región que más desperdicia los alimentos y por eso decidimos hace tres años poner en marcha el proyecto del Banco de Alimentos”.
Asegura que la comida es distribuida a las familias de recursos escasos con la idea de combatir el hambre en Ambato y Tungurahua.
Estos son donados por las fábricas, empresas, centrales de abasto, supermercados y centros de distribución. “Con el apoyo de voluntarios se selecciona, clasifica, almacena y luego son distribuidos con la ayuda de los 45 párrocos de toda la provincia. “Ellos transportan las raciones alimenticias hacia sus parroquias y las entregan a las familias más pobres de la zona”.
Grijalva cuenta que durante la pandemia la demanda de alimentos creció, porque el 88% de los jefes de hogar, que son acompañados por Caritas, están en vulnerabilidad económica. La mayoría son desempleados y otros subempleados. Su ingresos son menores a los USD 3 diarios. “Se entregaron 65 993 kilos de alimentos a 39 846 familias. La demanda está creciendo y es por la pobreza que afrontamos por causa de la pandemia”.
Afirma que al menos 429 empresas e instituciones colaboran con las donaciones. También los estudiantes universitarios trabajan como voluntarios.
En el banco de alimentos nada se desperdicia y jamás se rechaza una donación. Parte de esa ayuda llega a las manos de Gladys Córdova, de 70 años.
La mujer es comerciante ambulante, vende rollos de papel higiénico y en el día apenas vende USD 4. Por su avanzada edad camina despacio y oferta su mercadería a las personas que pasan por la calle, pero casi nadie la toma en cuenta.
Para ella es una lucha constante sacar el dinero para comprar los alimentos diarios. Tampoco ha logrado cubrir el costo del arriendo, dice que debe USD 160 de dos meses.
La ración alimenticia que recibe le dura para 15 días y hay otras personas que en el mercado le regalan legumbres, frutas y hortalizas.
Se lamenta porque su nieto se casó y se marchó de la casa. “Él me ayudaba con alguna cosa, pero se fue y no ha regresado. Tengo dos hijos pero están lejos y no les veo hace mucho tiempo, tampoco se han comunicado. Estoy triste porque estoy en completo abandono”.
En la fila también estuvo Alfonso Zarco, de 83 años. Se quedó en la desocupación por la pandemia del covid-19. Trabajaba como ayudante en la instrucción de artes marciales en un gimnasio local. “He dejado de trabajar y no tengo dinero. Me enteré del banco y vine a que me ayuden. Gracias a Dios con esto me sustento”.
También sus vecinos le aportan algo, pero es complicado. En ocasiones cuenta que llora en su soledad. “No tengo familia, soy de Quito pero he trabajado por todo el país. Por mi edad nadie quiere contratarme”.