Aventura, naturaleza y misterios… en San Cristóbal

San Cristóbal

San Cristóbal

La isla tiene montañas y playas, lobos marinos y pinzones de Darwin. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO

La neblina enigmática que cubre a San Cristóbal por las mañanas se diluye para dar a los turistas opciones inolvidables para recorrerla.

La isla de 558 km2, que acoge a la capital de Galápagos, tiene montañas y playas, lobos marinos y pinzones de Darwin, mañanas lluviosas y tardes soleadas, buceo y excursiones por senderos, y una historia de misterios que cautivan.

De los 204 395 turistas que ingresaron al archipiélago en 2013, el 16,7% (34 162) ingresaron por el aeropuerto de San Cristóbal. Por su clima agradable, julio es el mejor mes para visitarla.

El gasto promedio para un turista en esta pequeña población es de USD 50 por día, solo en hospedaje y alimentación. Aquí se puede encontrar habitaciones sencillas desde USD 20 por noche. Y para escoger un tour hay opciones para todos los gustos.

La Lobería, playa Mann, El Junco, la Galapaguera, el sendero de Las Tijeretas, el Centro de Interpretación de San Cristóbal y un circuito de playas son parte de los sitios, administrados por el Parque Nacional Galápagos.

El ingreso es gratuito y el horario de visita es de 06:00 a 18:00. Es la oferta de este mágico lugar, muy apacible y hogar de gente amable. Aquí viven unas 5 600 personas.

Los lobos marinos son el emblema de la isla San Cristóbal. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO

Diversión al extremo

Los trajes de buzo están listos para la aventura en la entrada a Chalo Tours. Gonzalo Quiroga, administrador de esta operadora turística, recibe desde las 07:00 (hora insular) a grupos de turistas -en gran parte extranjeros- para adiestrarlos antes de ir al muelle, el punto de partida de un recorrido hacia la profundidad de estos mares.

Buceo, snorkeling, kayak, pesca deportiva son algunas alternativas. Los precios pueden variar desde USD 160 por una mañana de buceo para observar peces de todo tipo (hasta nadar junto a tiburones martillo). Y USD 25 por un equipo de snorkel para observar las piruetas de mantarrayas, tortugas y lobos marinos bajo el agua.

Las playas de arena blanca y agua cristalina no pueden faltar en este recorrido. En San Cristóbal se puede disfrutar de la pasividad en playa Mann y la playa de los Marinos, ambas ubicadas a cinco minutos a pie desde el malecón. La playa de Punta Carola está a unos 10 minutos y Puerto Chino es otra, anclada en el extremo norte del centro poblado.

Desde San Cristóbal también se puede navegar hacia otras islas. La tarifa de un viaje en bote hacia Santa Cruz o Isabela es de USD 25. Los precios están estandarizados.

Un laboratorio de especies

San Cristóbal es el hotel de los lobos marinos. Esta juguetona especie es el emblema del lugar. Los padres con sus crías pasean por el malecón, retozan en la arena caliente y en las rocas porosas, suben como polizones a algunas embarcaciones ancladas en la Bahía Naufragio, se pasean por ciertas veredas… En esta isla viven alrededor de 1 400 lobos de mar.

Pero ellos no son los únicos habitantes de este paradisíaco ecosistema. Para vivir lo que Charles Darwin experimentó cuando pisó este laboratorio natural se puede tomar un ‘tour de altura’, que cuesta USD 70. Este recorrido empieza en el malecón de la isla, bajo la dirección de Fausto Pita, al mando del volante de su camioneta; y Henry Castillo, como guía naturalista del Parque Nacional Galápagos.

La ruta es la única carretera de la isla, de 27 kilómetros de extensión. La primera parada es la Casa del Ceibo, una pequeña vivienda de madera incrustada en el árbol enorme, el único de su especie en la isla.

Después de 30 minutos de pasar por fincas agrícolas y algunas zonas de acampar, la siguiente parada es la Galapaguera, el hogar en semi cautiverio para las tortugas gigantes de San Cristóbal. David Rodríguez, uno de los cuidadores, da la bienvenida.

Por un sendero de piedrecillas que crujen con cada pisada, aparecen inesperadamente algunas de las 44 tortugas adultas de la especie Chelonoidis chathamensis. Caminan lenta y libremente. En el centro de crianza, al final de la ruta, reposan unas 88 más pequeñas.

Punta Pitt
, en el extremo este de la isla, es otro sitio imperdible. Abraca una playa de 90 metros y un sendero que asciende por un cerro de toba volcánica, con varios miradores. El dueño de estas tierras es el piquero de patas azules. Las fragatas, pinzones, cucuves y lagartijas de lava también son los acompañantes de esta ruta ecoturística a través de un bosque de palo santo y matasarna.

Los pelícanos también habitan la isla San Cristóbal. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO

El misterio de los primeros habitantes de la isla

El Progreso. Esta comuna de agricultores, a unos 30 minutos de Puerto Baquerizo Moreno (puede tomar una camioneta por USD 50), guarda la historia de los primeros asentamientos de San Cristóbal, isla que originalmente tenía el nombre de Chatham -por William Pitt, primer conde de Chatham que habitó las islas-.

Aquí quedan pocas y antiquísimas casas, hechas con tallos de matasarna, una especie propia de Galápagos y caracterizada por su resistencia. Algunas villas fueron levantadas hace más de 100 años. Lucen intactas, aunque descoloridas por el tiempo.

La mítica laguna El Junco está la ruta hacia El Progreso. Este sitio es tan mágico que aparece y desaparece entre la neblina del cerro Joaquín. Está a 600 metros de altura, tiene una superficie de 60 000 m2 en forma de cráter y almacena un volumen de 360 000 m3 de agua. Es la fuente de agua dulce del lugar.

La historia de El Progreso está rodeada de enigmas. Y para descubrirlo basta con ir al Centro de Interpretación de San Cristóbal. En su recorrido de una hora, la guía Azucena Carpio se toma unos minutos para transportar a los visitantes a 1879, la época de Manuel Julián Cobos, ‘el emperador de Galápagos’.

Este cuencano llegó a San Cristóbal para controlar a los prisioneros que eran trasladados desde el continente para pagar su condena. Ellos trabajaron en el primer ingenio azucarero que se plantó en estas tierras. Los sacos de azúcar refinada eran enviados al continente, así como la orchilla (una planta que servía para tinturar telas) y la carne y el aceite de pescado y tortuga, enviadas en rústicas latas.

“Ese fue su lado bueno, pero luego se le pasó la mano”, cuenta Carpio a un grupo de niños visitantes. La crueldad del ‘emperador’ se enraizó. Extendió las condenas y no había cómo pagar sus deudas.

Incluso creó su propia moneda, la ‘del ingenio El Progreso Chatham’, con billetes de cuero de vaca y ayoras de cobre. Así que solo tenían dos salidas: trabajar toda su vida o morir en esta isla lejana.

Hasta que un grupo de prisioneros planeó un coartada en la casa de la administración y acabaron con la vida de Cobos. Ese fue su fin. Hoy, aún viven los descendientes del coronel en San Cristóbal. En El Progreso todavía se ven los cañaverales.

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