El Municipio y grupos católicos rindieron un homenaje público de despedida a monseñor Arregui, en el parque Las Iguanas. Foto: Evelyn Tapia/ EL COMERCIO
En Monte Sinaí, noroeste de Guayaquil, tienen presente con alegría y gratitud la imagen de Antonio Arregui, en especial por su sonrisa espontánea.
María Toapanta, oriunda de Guamote (Chimborazo), se siente agradecida del ‘curita’ a través del cual tuvo su casita. Llegó hace 10 años y trabaja en un mercado del norte. Ella se benefició del programa de viviendas para migrantes de Chimborazo e Imbabura, que promovió el hasta hace poco Arzobispo de Guayaquil.
En sectores populares, monseñor Arregui puso un sello social a su labor sacerdotal. Creó el Centro Pastoral Indígena de La Prosperina y fortaleció la Red Educativa de las Arquidiócesis, que tiene 40 planteles.
La Red de Dispensarios Médicos de la Arquidiócesis también fue creada con apoyo de este español, nacido en 1939 y nacionalizado ecuatoriano en 1986. Para Elvira Alvarado, coordinadora, sobresalen el programa para personas con VIH/sida y los dispensarios en áreas urbano-marginales.
El Banco de Alimentos Diakonía surgió en 2011 bajo su dirección. El fin, ayudar a unos 300 000 guayaquileños que padecen hambre, al servir de puente entre 40 empresas y fundaciones que atienden a familias en extrema pobreza. Mauricio Ramírez, vicepresidente, dice que Arregui (76 años) es quien aporta las ideas.
“Ha sido una oportunidad de servir”, dijo Arregui en una de sus últimas entrevistas en Radio Santiago, un dial católico. Al aire, recordó un pequeño acto de fe. “Entre la multitud, que quería una foto, una anciana se acercó, me tomó del brazo y puso un caramelo en mi mano”.
Ocurrió el 21 de noviembre, en su última y multitudinaria misa como Arzobispo. Los letreros en la Catedral reflejaban el camino en sus 12 años y medio en la iglesia porteña.
Fue en el mismo lugar donde se posesionó el sábado 31 de mayo del 2003. Pero los sentimientos eran distintos. Hubo lágrimas de mujeres, madres…
Como María Murillo, quien recordó la cadena de oración por la salud de Monseñor cuando, a sus 72 años (noviembre 2011), ingresó a la clínica Kennedy con fuertes dolores en el pecho. La causa: un infarto cardíaco múltiple por estrés.
El cirujano Édgar Lama tuvo el corazón de Arregui en sus manos por casi cinco horas. Recuerda que Monseñor entró consciente al quirófano, pidiendo oración, luego de que le aplicaran los santos óleos. Una semana después despertó.
Esos pequeños actos de fe, de caridad, son los que más destaca de los guayaquileños. Como líder de la Iglesia, encaminó esa solidaridad hacia varias obras.
El padre Cesar León lo resalta como presidente vitalicio de La Casa del Hombre Doliente, que alberga, gratuitamente, a enfermos terminales. “Es muy identificado con los ancianos olvidados. Es una obra que pensaban cerrar, pero gracias a sus gestiones ha seguido en pie”.
Pero su camino también ha tenido espinas, sobre todo en temas públicos y políticos.
Desde el Gobierno ha recibido cuestionamientos. Como presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana criticó el tratamiento en la Constitución en Montecristi de temas como el matrimonio gay, la despenalización del aborto…
El presidente Rafael Correa lo acusó de politizar a la Iglesia; fue objeto de una demanda civil; recibió amenazas; críticas de organizaciones Lgbti.
Esto mientras Human Life International le otorgó el premio Cardenal Von Galen Award, por su defensa de los derechos humanos y de la vida.
Pero el momento más tenso ocurrió el pasado agosto. Arregui opinó que el diálogo convocado por Correa debía “recuperar credibilidad”. Alexis Mera, secretario Jurídico de la Presidencia, respondió: “Vemos al Arzobispo de Guayaquil, insolente recadero de la derecha, que a nombre propio dice que el Gobierno no dialoga”.
Arregui fue siempre visto como cercano a la derecha porteña. Confesó y le ungió el óleo sacramental a León Febres Cordero, poco antes de morir el 15 de diciembre del 2008. Y ofició su misa en la Catedral.
Luego presidió el Comité Pro Construcción del monumento en honor al expresidente y exalcalde. Durante las últimas fiestas octubrinas el alcalde Jaime Nebot lo condecoró.
Al dejar la Arquidiócesis, dice que se va tranquilo. “He tratado de terminar cada día en paz con Dios y así quiero irme”.