Entrevista a Miguel Guevara, voluntario del cantón Baños
Once años después de la reactivación del volcán Tungurahua, en el cantón Baños los habitantes están preparados para actuar en casos de emergencia. ¿Cómo se produjo este proceso?
No fue fácil, pero ha sido un largo proceso de capacitación y de toma de conciencia de todos nosotros. Hace once años nos tomó de sorpresa, sufrimos mucho, nos afectó demasiado abandonar nuestras casas y tierras. Eso no volvió a pasar gracias a nuestra organización.
¿Este proceso se debe a las autoridades o a la propia gente del cantón?Yo diría que tanto las autoridades como la gente del cantón logramos entendernos y asumir que si no nos uníamos sería imposible capacitar a la población.
Usted y su familia, por ejemplo, ¿cómo asumieron la necesidad de capacitarse?
En mi caso, hace diez años, con 30 jóvenes más fundamos el grupo Ojos del Volcán, que fue una de las primeras iniciativas para enfrentar el problema de nuestra falta de conocimiento sobre los efectos de una erupción y sobre las reacciones apropiadas que debemos tener cuando ocurre un incidente. Ojos del Volcán desapareció como entidad, pero quedaron importantes huellas de lo que debía ser la organización comunitaria.
¿Cuáles fueron las lecciones que sacaron de esa experiencia?
Principalmente, la necesidad de acercarnos y conocer a fondo el problema. No es posible actuar si no se sabe contra qué o por qué se actúa. Tampoco es posible convencer a los demás si uno mismo no tiene el convencimiento de que es posible convivir con el miedo.
Los baneños utilizan mucho esa imagen de convivir con el miedo. Y, en realidad, es posible comprobarlo cada vez que despierta el volcán. ¿Cómo llegaron a enfrentar el miedo?
Yo digo siempre que la única manera de vencer el miedo es enfrentándolo. Sin ser temerarios ni suicidas, hemos aprendido, por ejemplo, que no siempre es necesario evacuar y dejar nuestras casas y negocios. A mí ya me parecen normales las explosiones y tengo la seguridad de que no afectarán al sector donde vivo. Yo me crié aquí, mi padre nos enseñó a no temerle al volcán y mi madre Lucía, que tiene 91 años, dice que al volcán hay que respetarlo, pero no tenerle miedo.
En relación con la organización comunitaria, cada uno de ustedes ¿cumple un rol específico?
Claro. Mi función, por ejemplo, es ser el último en salir. Si se produce una grave emergencia me toca estar comunicado permanentemente con las autoridades y coordino la salida de la gente. En general, tenemos solo cinco minutos para evacuar, por tanto tenemos que ser muy precisos.
En esas circunstancias, ¿los nervios pueden traicionar y perjudicar los operativos de evacuación?
Es posible que en otros casos suceda eso, pero en el nuestro ya no. Todos sabemos exactamente lo que debemos hacer, cómo movernos, a dónde, qué llevar, cómo dirigirnos a los refugios y albergues, qué hacer allí, cómo contactar a nuestros parientes en el centro de Baños…
Los albergues y refugios se utilizan poco. ¿Por qué?
Sí se utilizan y de manera adecuada. Contamos con la colaboración de las autoridades nacionales y seccionales, con las Fuerzas Armadas, con el Alcalde de Baños, todos unidos para saber qué hacer. La impresión de que se usan poco los albergues se debe a que muchos de nosotros tenemos parientes directos en el centro de Baños, y cuando toca evacuar nos vamos a dormir allá.
¿Y eso se vuelve parte de la organización?
Por supuesto. En el cantón estamos muy unidos, nos damos la mano, nos apoyamos, nos abrimos las puertas cuando lo necesitamos. Lo extraordinario de toda esta experiencia es que, once años después, los baneños estamos preparados y tomamos las cosas con serenidad y madurez. El miedo existe, claro, pero ya no nos deja con los brazos cruzados.
Esa serenidad que usted describe, ¿cómo se expresa en las actitudes de la gente al momento de evacuar?
Recuerdo que hace once años nos dejábamos atrapar por el pánico. Había gente que lloraba y gritaba, que corría sin rumbo, que temía lo peor. Para colmo, cuando salimos de nuestras casas y terrenos llegaron los ladrones y se nos llevaron todo. Fue una tragedia que nunca más dejaremos que se repita, pero, para eso, fue necesario mirar de frente al volcán y decirle que aquí estamos, que para nosotros representa mucho en nuestra cultura e identidad, pero que también nos deje vivir.
¿Hubo gente que se resistió a la capacitación o que no entendió la necesidad de organizarse?
Siempre existen esas personas, pero los baneños somos ciudadanos que hemos entendido la necesidad de convertir en positiva esta experiencia que ya lleva once años. Por eso, es difícil ahora encontrar alguien que no comparta nuestra organización o nuestros simulacros. Yo creo que la gente de Baños debe ser de la más consciente que hay en el país, no solamente por las circunstancias que nos ha tocado vivir sino porque tenemos un espíritu de lucha que no se rinde fácilmente.
Como tampoco se rinde fácilmente el volcán…
Y quizás nunca se rinda. No sabemos cuánto tiempo más seguirá así, pero aquí estamos. A veces se incendia el cielo y otras brama la montaña. Todo esto ya es parte de nuestro paisaje.