‘Estamos sobre una central hidroeléctrica y no tenemos energía. Nuestras tierras están alrededor de una laguna y no tenemos agua potable”. Son las expresiones de Wilmer Sabando, que vive en las inmediaciones de la represa Daule Peripa , norte de Manabí.
Sabando, un hombre corpulento de mediana estatura, tiene una modesta tienda de abarrotes y una finca de 100 hectáreas en el recinto El Mate. Este es un poblado de unas 20 familias que está a unos 500 m al sur del embalse.El Mate parece un pueblito olvidado en el tiempo con pocas casas de bloque, la mayoría son de madera. Una polvorienta carretera y una gabarra son las únicas formas de movilización.
El embalse abastece a la central hidroeléctrica Marcel Laniado, que genera 213 megavatios para el Sistema Nacional Interconectado. Pero la represa Daule- Peripa, que comenzó a construirse en 1987, dejó aislados a localidades como El Mate, Los Ángeles, Las Palmas, El Barril, San Roque, Pescadillo, entre otros 30 recintos entre Guayas, Los Ríos y Manabí.
Los habitantes del sector llegan hasta El Mate con tres propósitos: abastecerse de abarrotes en la tienda de Sabando; vender su producción agrícola en la misma tienda; y continuar su peregrinaje, cruzando la laguna, hasta Santa María y El Carmen (Manabí).
Para proveerse de los productos para su tienda, Sabando usa una estrecha vía de tierra que llega hasta las orillas de la represa. Para cruzar el embalse usa una gabarra de su primo Pedro Sabando.
El costo para cruzar la laguna es de USD 5 por automotor; USD 1 el caballo o mula; y 50 centavos por persona. “Si uno no lleva la plata para pagar, se regresa nomás”, comenta José Párraga, un lugareño de El Mate.
Con este sistema de transporte fluvial los agricultores sacan el maíz, cacao, mandarina, plátano, papaya, yuca y maracuyá. Asimismo explotan maderas como teca y laurel, que transportan en destartaladas camionetas.
Desde la orilla norte del embalse hay una vía lastrada y asfaltada de unos 70 km que une a Santa María con La Bramadora y El Carmen. Desde Santa María, Sabando suele viajar hasta el sector conocido como La Manga del Cura, zona no delimitada que se disputan Guayas y Manabí.
En el negocio de Sabando también se expende gasolina extra a USD 2,50 el galón. Este combustible es utilizado para los motores de generación eléctrica.
Sabando es uno de los vecinos que tiene ese equipo. Él comparte su planta eléctrica con otros cuatro vecinos con quienes divide el gasto en combustible. De esta forma se abastecen de electricidad entre las 18:00 y 22:00. “Solo podemos observar televisión, alguna gente usa radio a pilas, pero eso cuesta USD 1,20 y dura 15 días”, relata Fernando Segovia.
La falta de electricidad afecta a las amas de casa. La esposa de Sabando, Mélida Zambrano, aún usa plancha de carbón. “Las planchas eléctricas gastan mucha potencia y el generador se daña” .
Pese a que es una zona tropical, nadie usa refrigeradora para conservar los alimentos. Usan hielo. La mayoría de amas de casa usa carbón o madera para cocinar.
El tráfico de automotores por esta región solo es posible en el verano. En el invierno las vías de tierra se vuelven intransitables: “las bestias (mulas) se maltratan porque el lodo les llega hasta el pecho”. Nadie puede sacar sus productos, se lamenta Paolo Muñoz, un finquero del recinto Los Ángeles.
Él cuenta que otra dificultad en invierno es que el embalse de la represa aumenta. Esto, a su vez, hace que los lechuguines que se forman en el espejo de agua obstruyan el paso de la única gabarra. “En una ocasión nadie pudo salir en 35 días”.
Cuando el embalse sube, los lechuguines tapan un puente de madera y caña que usan unos pocos motociclistas, jinetes y peatones para cruzar la laguna. El paso por este lugar también es pagado (25 y 50 centavos). La justificación es que cruza por una propiedad privada.
La falta de servicios básicos y la vialidad obligó a José Intriago a poner a la venta su hacienda, que quedó dividida en dos por la represa. Una de estas es el rancho El Boyero, de unas 300 hectáreas. “No sé si pueda venderla porque no hay comprador”.
El administrador de esta finca es José Sacón, un amable trabajador agrícola. Desde la cima de esta finca se observa un inmenso valle. A primera vista parecen pastizales, pero son los lechuguines de la represa, que copan toda la superficie de la laguna.
Otra afectación del embalse es la proliferación de moscas y mosquitos. A las 18:00 de cada día los lugareños se meten a su respectivo toldo, “porque los insectos se los comen”, comenta Sacón.
Mientras, Sabando, sin dejar de atender en su tienda, comenta que el embalse “en vez de traernos beneficios nos perjudicó”.