Imponentes. Así lucen las esculturas en verde o de ciprés creadas por José María Azael Franco Guerrero, en el cementerio que lleva su nombre en Tulcán (Carchi). Son réplicas de figuras precolombinas, agustinas y árabes. La obra ocupa la parte frontal izquierda del camposanto y se denomina Altar de Dios, en cambio, los jardines laterales de la parte posterior son conocidos como Parque de los Recuerdos.
En el jardín Altar de Dios se aprecian arcos de medio punto, figuras monolíticas, mascarones, ollas compoteras, cuencos, vasijas y otros. Todas son diseñadas en ciprés.Azael Franco obtuvo condecoraciones por su obra. La primera fue en 1974 cuando el Municipio de Tulcán le otorgó la medalla Escudo de Tulcán. Él murió a los 85 años pero su hijo Benigno heredó el gusto por la escultura en verde.
Encaramado en una escalera, con tijeras en mano, Benigno Franco poda los muros del camposanto. Cuida con celo la obra de su progenitor. El carchense de 60 años pasó de la docencia a la jardinería. “En el 2006 recibí la condecoración Invisible Andes”, subraya con orgullo.
Franco, de contextura gruesa y de cabello cano, labora de lunes a viernes de 08:00 a 16:00. A diario recorre por el jardín y está pendiente de que las esculturas mantengan su forma original. Para ello es necesario recortar las ramas cada cuatro meses. El mantenimiento es fundamental para conservar la estética de las obras.
Hace más de 70 años, el lugar es uno de los atractivos del cantón. La finura de los acabados sorprende a los artistas más exigentes. Cada año el camposanto de ocho hectáreas recibe a 80 000 turistas de Israel, Alemania, Holanda y otros países. El 28 de mayo de 1984 se lo nombró Patrimonio Cultural del Estado y sitio natural de interés turístico.
“El cementerio es parte de mi vida”, precisa Lucio Ramón Reina, uno de los jardineros más antiguos y autor de las esculturas del Parque de los Recuerdos, que reúne 220 figuras regordetas que representan a la cultura La Tolita, vasijas precolombinas y a la fauna del país. En total, el cementerio tiene 309 figuras.
Reina, de 67 años, cambió el azadón y la pala por unas tijeras, una piola y un codal. Este tulcaneño descubrió el gusto por la jardinería a sus 23 años. Desde entonces, se dejó hechizar por este arte de embellecer jardines.
El cementerio fue el sitio ideal para que Reina desarrolle su creatividad y haga de la escultura en verde la obra más importante de su vida. El arte lo aprendió por esfuerzo propio. “Al principio mis figuras eran feítas y me sentía mal”. Pero la constancia y el gusto por las plantas le impulsaron a mejorar sus tallados.
El jardinero, que apenas culminó el cuatro grado de escuela, explica que el proceso de elaboración de esculturas es largo. Dura entre ocho y 10 años. El primer corte se realiza a los tres años de vida de la planta. Después cada cuatro meses se poda para que las ramas adopten una forma. A los ocho años se comienza a elaborar las figuras y cada vez que se recortan las ramas se las moldea.
Reina se jubiló hace un año y medio pero no ha logrado deslindarse del cementerio. A diario acude al sitio para chequear sus esculturas y aprovecha la visita de turistas para fotografiarlos.
Un estudio de la Unidad de Turismo del Municipio de Tulcán determinó que en 20 años desaparecerán las figuras del cementerio por la manipulación constante y por la falta de un plan ambiental. “La solución sería cerrar el cementerio y que funcione como jardín”, dice un funcionario.