Víctor Sisa trabaja en su taller, en el barrio San Vicente de Tilimbulo, del cantón Píllaro. Foto: Raul Díaz/ EL COMERCIO.
Modesto Moreta. Coordinador
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Víctor Sisa no solo es hábil para entonar el arpa, sino que desde hace 25 años se dedica a la confección de este instrumento musical, que fue introducido en la Colonia.
Los jesuitas la trajeron y adiestraron a los grupos de indígenas para que lo interpretaran, durante los actos religiosos. Luego su sonido se complementó con el uso de instrumentos propios de la región andina como el rondador, la flauta y otros. “El arpa se hizo popular entre los mestizos, debido a que el indígena se hizo un ‘mestizo” más, porque cambió su vestimenta”, explica Pedro Reino, cronista e historiador ambateño.
El arpa y otros instrumentos de cuerda llegaron de Europa, y tuvieron un desarrollo importante en el Ecuador, especialmente en los cantones de Píllaro y de Ambato, donde se mantiene la confección y la interpretación de este instrumento. Uno de los problemas es que este arte está por desaparecer en la región, debido a lo costoso del instrumento y al poco incentivo. “Sería importante que las instituciones culturales multiplicaran su uso a toda escala”, opina el historiador Reino.
En su taller, Sisa elabora las arpas con madera seca de capulí. Su secreto: usar madera de árboles que tengan entre 70 y 90 años, para que el sonido sea suave y fino.
Por eso su talento tiene fama al igual que la música que interpreta en su natal San Vicente de Tilimbulo, a cinco minutos al oriente del cantón Píllaro, en Tungurahua. “Soy el heredero de estos conocimientos de mis antepasados que también entonaban este instrumento”.
El artesano es diestro para entonar las 32 cuerdas de nailon que están sujetas a los clavijeros y que se extienden sobre el cuerpo de este aparato.
Con destreza interpreta el tradicional ‘Píllaro viejo’, canción que es considerada un himno para los nacidos en esa tierra. En su repertorio hay más de 200 canciones entre sanjuanitos y pasacalles, en las cuales también fusionó los instrumentos andinos como el rondador, la flauta…
Don Víctor, como le conocen sus amigos, es agricultor. En su chacra produce maíz, papas, legumbres, hortalizas y otros productos. También, parte de su tiempo lo emplea en la confección de las arpas y en algunas presentaciones como fiestas y compromisos sociales.
En su pueblo localizado en la vía a la parroquia San Miguelito, es considerado como el último arpero de la región. Justo León, un artesano ambateño, le enseñó a confeccionar el arpa y el músico Héctor Colcha a entonar este instrumento musical cuando tenía 17 años. Quedó fascinado con el sonido.
Cuando concluyó la conscripción militar, viajó a Quito para trabajar en una carpintería, pero luego retornó a Píllaro e instaló su propio taller, dedicado a la reparación y a la elaboración de arpas.
Él se lamenta, porque ninguno de sus cuatro hijos aprendió esta profesión que es el sustento de su familia. “El arte va a morir cuando yo muera”.
En el taller funciona en el patio de su casa de dos plantas. Una mesa de madera de 100 años de antigüedad es su puesto de trabajo. Su esposa María Lagua le ayuda. “Es un apasionado por la música y en la confección del arpa, por eso es reconocido a escala nacional”.
El artesano da forma a este instrumento, compuesto por cuatro partes bien definidas como la caja acústica, las tapas laterales, trastapa y el mástil con las cuerdas.
La fabricación de una sola arpa le toma tres meses. Todo el proceso es manual y por eso cuesta USD 2 000.