21 años de permanentes e intensas erupciones volcánicas

El volcán Sangay también expulsó ceniza que llegó hasta Guayaquil, el 9 de junio último. Foto: Archivo/ EL COMERCIO.

El volcán Sangay también expulsó ceniza que llegó hasta Guayaquil, el 9 de junio último. Foto: Archivo/ EL COMERCIO.

El volcán Sangay también expulsó ceniza que llegó hasta Guayaquil, el 9 de junio último. Foto: Archivo/ EL COMERCIO.

La reciente erupción del volcán Sangay no es un fenómeno aislado en el país. Desde 1999, zonas pobladas cercanas y también las distantes han experimentado los efectos de la caída de la ceniza y de los flujos piroclásticos de cinco volcanes.

Esto significa que llevamos 20 años de constantes erupciones volcánicas y el primer episodio de fuerte magnitud empezó con el Guagua Pichincha, dice Silvana Hidalgo, directora del Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional.

En octubre de 1999, Quito se cubrió de la ceniza que lanzó el Guagua Pichincha, que ya había mostrado señales de una nueva activación desde 1998.

Así empezaron estas dos intensas décadas de actividad volcánica. Además del Guagua Pichincha se reactivaron el Tungurahua, Reventador, Cotopaxi y, actualmente, el Sangay. Estos, más el Sumaco, Antisana y el Cayambe, son los más activos.

El domingo 20 de septiembre del 2020, el país volvió a sentir las graves afectaciones de un volcán luego de seis años, pues la última vez fue en el 2014, con el Tungurahua. Su ceniza llegó hasta Guayaquil y Cuenca.

Esta erupción del Sangay es la más importante desde que se reactivó el 7 de mayo del 2019. Aunque antes de esta fase, su último proceso eruptivo de gran magnitud se registró en 1628 y aparentemente cubrió de ceniza a Riobamba, durante un día y medio, cuenta Patricia Mothes, vulcanóloga del Instituto Geofísico.

Es conocido por los vulcanólogos por tener explosiones frecuentes y pequeñas. Ha sido así toda la vida, día tras día, dice Mothes. Ella y su grupo de investigadores recuerda haberlo visto en 1992 con un penacho pequeño encima de su cráter. Esa vez escucharon sus explosiones a cada rato, como 60 por día, durante la semana que permanecieron allí.

Después del domingo ha vuelto a ese ritmo y se espera que así permanezca este último volcán en el sur del Ecuador, situado en la Cordillera Real, en Morona Santiago.

La explosividad del Sangay fue baja frente a la del Reventador, del 3 de noviembre del 2002, una de las más importantes de estos 20 años. Hidalgo comenta que esa erupción es considerada la más grande que se ha registrado en los últimos 100 años en el país.

Su columna de ceniza alcanzó una altura de 17 kilómetros sobre el nivel del cráter. La nube se dirigió hacia el occidente y oscureció a Quito y otras poblaciones aledañas, donde se llegó a tener entre 1 y 2 milímetros de ceniza acumulada.

Mothes recuerda que en esa fuerte explosión el Reventador perdió su ‘cabeza’; se refiere a la destrucción de su cráter.

Desde el 2002, este coloso no ha parado su actividad, que ha estado marcada por erupciones que producen cantidades mínimas de ceniza y con columnas que no llegan más allá de los 1 000 metros de altura. También, genera flujos de lava que bajan por el flanco norte y son visibles solamente en las noches despejadas.

Por ahora, no muestra signos de tener una fuerte reactivación y no ocasiona mayores estragos, porque el Reventador está en la selva amazónica, concretamente en la Cordillera Real. En esa zona no hay caminos ni senderos, lo que lo hace inaccesible.

Mucho antes que el Reventador, el Tungurahua se despertó en 1999, pero no fue hasta seis años después cuando tuvo sus dos primeras erupciones importantes y sus efectos rebasaron los límites de la provincia que lleva su nombre, y de la vecina Chimborazo.

Las nubes de ceniza, que se formaron tras las explosiones de julio y agosto del 2006, llegaron hasta Guayas y Azuay, precisa Hidalgo. En los siguientes años, sus reactivaciones violentas tuvieron un gran alcance, que siguieron afectando a Guayaquil y Cuenca.

Desde el 2016, el Tungurahua se encuentra en reposo, como lo está también el Cotopaxi; sin embargo, ambos son monitoreados y mucho más este último, luego de su pequeña explosión en el 2015.

Los ojos de los vulcanólogos del país y del mundo están puestos en el Cotopaxi, porque ya se ha cumplido su etapa de reposo que duró 138 años. Hace cinco años pudo haber ‘calentado motores’ para su nuevo ciclo eruptivo, cree Mothes.

Hidalgo explica que hay una vigilancia permanente y, además, se mejoraron las redes de monitoreo con apoyo de Suecia y de Estados Unidos.

El Cayambe y el Chiles-Cerro Negro también son estudiados y vigilados, porque el primero dio señales de actividad en 2016 y el otro, en 2014. En este monitoreo también entra el Guagua Pichincha, que se calmó en 2002 y no ha vuelto a manifestarse violentamente.

Por ese historial -piensa Hidalgo- “no son eventos que no hayamos vivido en el país y es importante mantener nuestra memoria fresca de que somos un país de volcanes y debemos pensar en la prevención”.

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