Jeaneth Gaona tiene dos hijos; uno con ceguera. Los dejará a cargo de su madre para trabajar el feriado del Año Nuevo. Alfredo Lagla / El Comercio
En la sala de operaciones del ECU 911 no hay tiempo para abrazos ni brindis. En las horas previas a la Navidad o Año Nuevo los teléfonos no dejan de sonar. “ECU 911, ¿cuál es su emergencia?”, pregunta Jeaneth Gaona de 35 años de edad.
La operaria ha escuchado toda clase de emergencias.
Para ella, trabajar en estas fiestas es duro, no solo por las jornadas especiales que se incrementan a 12 horas diarias, sino que siente la ilusión de compartir una cena o dar el abrazo a sus niños de 13 y 3 años.
Pero el trabajo es primero. Este año despachará las emergencias del 31 de diciembre al 4 de enero próximo.
El año pasado trabajó el turno de Navidad.
Le sorprendió recibir una gran cantidad de llamadas sobre peleas familiares que se iniciaron en las cenas. Suegras que no soportan a sus nueras, padres que remueven rencores con sus hijos y que terminan en los puños, con personas heridas, niños extraviados, abuelos infartados y hasta árboles incinerados.
Cuando escucha historias donde hay niños en riesgo no puede evitar pensar en sus hijos, en cómo estarán, si ya se habrán dormido, si recibirían los regalos que preparó.
Mientras ella trabaja, sus pequeños se quedan con su madre y cuando tiene un poco de tiempo les llama por teléfono para darles sus bendiciones.
En las horas previas al Año Nuevo o la Navidad también hay otro tipo de emergencias que se reportan por decenas como los accidentes de tránsito. Walter Pérez, de 28 años, es quien coordina las atenciones de los siniestros que se presentan en Quito, Pichincha y Napo.
Todas las llamadas ingresan a una sala repleta de pantallas, teléfonos y computadoras que funciona en la sede del ECU 911- Quito, en el parque Itchimbía, en el centro de la ciudad.
En esas oficinas trabajan 110 operarios entre civiles, policías, militares, agentes de Tránsito y otras instituciones de socorro.
A escala nacional, para estas festividades se destinaron 1 155 colaboradores.
En esa sala tiene un puesto Walter. Él es un agente civil de Tránsito desde hace tres años.
Para él cada feriado ha notado que hay una práctica que se repite: el consumo de alcohol por parte de conductores.
Ha tenido que atender llamadas en las que los propios conductores, en avanzado estado etílico, solicitan ayuda tras impactarse contra una pared y quedar atrapados en su propio vehículo o su familia que lo acompañaba ha sufrido lesiones o fallecido.
A través del teléfono escucha escenas desgarradoras que se presentan hasta los primeros minutos del nuevo año.
A pesar de la angustia que tengan las personas, el trabajo del agente es conseguir información sobre la gravedad, ubicación del accidente y alguna referencia para enviar la atención de inmediato.
“Pero muchas veces la gente no sabe dónde está”, dice Jeanet. A pesar de que el sistema del ECU 911 puede, en ciertos casos, rastrear la ubicación de la persona que llama, el programa no determina el punto exacto, sino que señala un punto que tienen un rango de hasta 15 metros a la redonda.
“Por esos factores la atención puede demorar”, agrega. Ella ha manejado casos en donde las personas asisten a reuniones familiares que por el consumo de licor alguien se han caído y cuando piden una ambulancia no logran determinar su localización.
En esos casos es común que reciba llamadas insistentes de gente angustiada, llorando, enojada que incluso han llegado a insultarle. Para la joven madre, en esos momentos solo responde que su trabajo es ayudar y que un grupo de socorro está en camino.
Otras veces debe cerrar la llamada luego de explicarle a la persona que no es una emergencia y que debe buscar otro tipo de ayuda. Una vez, por ejemplo, un desconocido le reportó que en su casa había un nido de gavilán.
Tuvo un caso de un hombre que le confesaba que no quería abusar sexualmente de su hija y que necesitaba ayuda, pero no entregó la dirección.
Se trataba de una llamada que esa persona hacía de forma reiterada y que tras investigar determinaron que era malintencionada y que quería llamar la atención.
En la misma sala de operaciones labora Marco Naranjo, un sargento segundo del Ejército de 35 años que también trabajará el fin de año.
Para él pasar las fiestas lejos de su casa ya es parte de su profesión.
Aun así cada Navidad que está lejos de casa llama por celular a sus hijos para expresarles los buenos deseos y les dice que les verá pronto.
Ellos viven en Riobamba, Chimborazo. Así que mientras la mayoría de sus compañeros regresa a casa y comparte con la familia o saborea lo que quedó de la cena, él debe esperar tener un día libre para poder abrazar a sus seres queridos.
Su trabajo en el ECU 911 consiste en dar apoyo visual con las 624 cámaras instaladas en las tres provincias, sobre todo en incendios, control de armas y gestión de riesgos, temas que competen a las Fuerzas Armadas. En feriado estas emergencias también son comunes.